Segunda Guerra Mundial
La obsesión que aterró a Stalin hasta su muerte: «Adolf Hitler está vivo y se esconde en España»
El líder de la URSS declaró en varias ocasiones que el Ejército Rojo no había hallado evidencias de la muerte del «Führer» en Berlín. Aunque luego cambió de parecer, esta teoría (ya desmentida) no tardó en generalizarse
Hay jornadas con la capacidad de grabarse en la mente de la humanidad para siempre. El 30 de abril de 1945 fue una de ellas. Aunque es cierto que aquel día no puso fin a la Segunda Guerra Mundial (para ello habría que esperar todavía cinco meses, cuando llegó la rendición de Japón), sí fue la fecha en la que el tirano Adolf Hitler asió su pistola Walther PPK de la caja fuerte que guardaba en el «Führerbunker» y, tras ingerir una cápsula de cianuro, puso fin a su reino del terror acompañado de su adorada y joven Eva Braun . Este suicidio supuso un punto y aparte en la historia, pues con él quedaron atrás doce años de barbarie, más de 75 millones de muertos y el nacimiento de un concepto tan doloroso como imposible de olvidar: Holocausto .
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Tras aquella muerte a lo Romeo y Julieta, los cadáveres de los recién casados (la boda se había celebrado un día antes) fueron sacados del « Führerbunker » y calcinados por el chófer personal del «Führer», Erich Kempka. Algo que él mismo confirmó en sucesivas entrevistas acaecidas tras la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas, al «The New York Times»: «Hitler se suicidó y su esposa se le unió. Hitler había ordenado quemar sus cuerpos y así se hizo». Como era de esperar, y a pesar de que en principio les supuso una ardua tarea, los soldados del Ejército Rojo (tres en concreto: Churakov , Oleynik y Seroukh ) hallaron los restos del dictador y los de su esposa en las afueras de la Cancillería el 5 de mayo.
Lo poco que quedaba de ambos cuerpos permitió su identificación en un hospital ubicado a las afueras de Berlín y los soviéticos, exultantes, se llevaron parte de los restos hasta las oficinas del KGB (de donde, por cierto, salieron en 2018 para que un grupo de expertos los analizara y confirmara que -en efecto- eran del «Führer»). Poco después, Winston Churchill envió al investigador Hugh Trevor-Roper hasta la capital para que corroborara lo acaecido y este, tras una infinidad de entrevistas con testigos, así lo hizo. El caso parecía estar cerrado. Sin embargo, durante nada menos que siete décadas ha sobrevolado sobre esta historia ese tufillo que emana cuando se mezclan conspiración, algunas lagunas históricas y desconcierto.
¿Por qué se generalizó la teoría de que Adolf Hitler no había muerto en el Búnker de la Cancillería ?, ¿cómo es posible que, después de 75 años y de que un estudio corroborara que los restos hallados en 1945 pertenecían a él, la idea de que escapó de Berlín siga en auge? Las respuestas son muchas y las causas, otras tantas. Sin embargo, uno de los culpables de que esta teoría se extendiera fue el mismísimo líder de la Unión Soviética. Y es que, Iósif Stalin declaró en múltiples ocasiones que no confiaba en que los restos hallados durante la Gran Guerra Patria (el término con el que los rusos conocen a la Segunda Guerra Mundial ) fuesen los de su enemigo. « ¡No está muerto! Escapó o bien a España, o bien a Argentina », espetó durante la conferencia de Postdam.
Opiniones peligrosas
A pesar de contar con lo que quedaba de Hitler, Stalin siempre fue escéptico con respecto a su muerte. Se podría decir que ninguna evidencia era suficiente para él. En las siguientes semanas, el Camarada Supremo se obsesionó hasta la extenuación con la posibilidad de que hubiera escapado de sus garras. Llegó a angustiarle tanto que transmitió sus inquietudes sobre el tema a Harry Hopkins , el enviado especial del presidente Truman a Moscú para organizar la conferencia de Postdam, el 25 de mayo de 1945. Tal y como recoge Eric Fratinni en su obra «¿Murió Hitler en el búnker?» , aquella jornada en líder rojo se trasladó hasta el hotel en el que se hospedaba el norteamericano y le admitió su preocupación durante una desenfadada conversación:
H-Los estadounidenses confiábamos en que los rusos pudieran encontrar el cadáver de Hitler.
S-En mi opinión, Hitler no está muerto. Está oculto en algún lugar. Creo que Bormann, Goebbels, Hitler y probablemente Krebs han escapado en submarinos y están escondidos.
H-Confío en que podamos descubrir a Hitler dondequiera que esté.
S-A mí me consta que esos submarinos han ido y venido entre Alemania y Japón. Han transportado oro y valores negociables a Japón desde Alemania, todo ello con la connivencia de Suiza. He ordenado a mi servicio de inteligencia investigar el asunto pero hasta ahora no se ha podido encontrar el menor rastro de los submarinos. Estoy seguro de que Hitler está vivo.
Con todo, en principio aquellas opiniones se las guardó para su ámbito más privado. Así, el 6 de junio de 1945 , un mes después de que el «Führer» acabara con su vida y varios generales germanos corroboraran su suicidio ante los rusos, el Mariscal del Ejército Rojo Georgy Konstantinovich Zhukov informó con orgullo en Berlín de que habían «identificado con total seguridad» los restos del «Führer» y desveló que había muerto envenenado, al igual que el resto de sus edecanes. El misterio parecía resuelto, pero el Camarada Supremo se negaba a admitir la muerte del líder nazi.
Dudas públicas
Al final, sus dudas sobre el paradero de Hitler las dio a conocer el mismo Zhukov en una conferencia de prensa que ofreció en Berlín tan solo tres días después, el 9 de junio. En la misma se desdijo y especificó que, a pesar de sus esfuerzos, no habían logrado identificar todavía al «Führer». A su vez, añadió que, entre las posibilidades que se barajaban, se hallaba la de que hubiera volado desde el búnker de la Cancillería hasta un lugar seguro:
«No hemos descubierto ningún cadáver que pueda ser definitivamente identificado como el de Hitler y, por consiguiente, no podemos formular ninguna declaración acerca de su muerte. Hasta el último momento podría haber huido de Alemania en aeroplano. Tampoco sabemos lo que fue del lugarteniente de Hitler, Martín Bormann , que permaneció en Berlín hasta el final. Se estableció de manera indiscutible que un submarino de tipo gran crucero abandonó Hamburgo antes de la llegada de las tropas británicas, llevando varios pasajeros entre los cuales figuraba una mujer».
Aquello solo fue la punta del iceberg de la obsesión. Poco después, el Camarada Supremo volvió a la carga y, durante la conferencia de Postdam (celebrada entre el 17 de julio y el 2 de agosto entre los «tres grandes» - Stalin , Churchill y Truman - para dividirse Alemania) insistió en que desconocía qué había sucedido con el «Führer». Según recoge Abel Basti en «Tras los pasos de Hitler: La investigación definitiva» , el día 25 se acercó al presidente de los Estados Unidos para explicarle su postura. Sus palabras fueron reproducidas por James Byres , el secretario de estado norteamericano (presente en la reunión):
«En la conferencia de Potsdam, Stalin dejó su silla, se acercó a mi e hizo tintinear su copa de licor con la mía, amistosamente. Yo le dije: “Mariscal Stalin, ¿cuál es su teoría sobre la muerte de Hitler?”. Stalin respondió: “No está muerto. Escapó o bien a España, o bien a Argentina”».
Informe secreto
Tal y como explican Henrik Eberle y Matthias Uhl en «El informe Hitler» , tan traumatizado estaba Stalin por «el ataque alemán de la Unión Soviética del 22 de junio de 1922» que «dudó de la veracidad del suicidio del dictador hasta el final». En sus palabras, la desconfianza hacia Occidente le hizo barruntar que podía estar escondido en algún lugar secreto escogido por los Aliados. Por ello, a finales de 1945 ordenó al Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos (el famoso NKVD ) que reconstruyera los últimos días que el «Führer» había pasado en el búnker de la Cancillería. Quería «establecer de forma definitiva su muerte».
Para llevar a cabo esta tarea, conocida como la Operación Mito , creó un grupo de trabajo formado por oficiales de alta graduación y dirigidos por el comisario del pueblo Sergéi Kruglov . Además, para asegurarse de que ninguno de ellos le traicionaba, determinó que el jefe de los servicios secretos, Lavrenti P. Beria , comprobara las investigaciones. «El 29 de diciembre de 1949, el dictador recibió una especie de informe definitivo de 413 páginas, escrito a máquina, que relataba la vida de Hitler desde 1933 a 1945, titulado “Informe Hitler” », sentencian. El documento salió a luz a partir de los años noventa.
En el interior del «Informe Hitler», el NKVD dedicó un capítulo a su muerte y corroboró la versión del suicidio. El texto desvelaba que el líder nazi había amenazado en varias ocasiones con suicidarse por miedo al Ejército Rojo y que había determinado que, cuando eso sucediera, se quemaran sus restos. «He ordenado que se me queme después de mi muerte. Encárguense ustedes de que mis instrucciones se cumplan con exactitud. No quiero que mi cadáver sea llevado a Moscú y exhibido en un gabinete de curiosidades», afirmó en una ocasión. También explicaba que el hecho fatal se había perpetrado a eso de las tres de la tarde y que los cadáveres de la pareja fueron descubiertos por Bormann y Linge .
Así explicaban el hallazgo de los cuerpos en el informe:
«A los dos se les ofreció el panorama siguiente: a la izquierda del sofá aparecía Hitler, sentado, Muerto. A su lado se veía, también muerta, a Eva Braun. En la sien derecha de Hitler se podía observar una herida del tamaño de una pequeña moneda y sobre su mejilla corrían dos hilos de sangre. En la alfombra, junto al sofá, se había formado un charco del tamaño de un plato. La pared y el sofá también estaban salpicados con chorros de sangre. La mano derecha de Hitler descansaba sobre la rodilla, con la palma hacia arriba. La mano izquierda colgaba inerte. Junto al pie derecho de Hitler había una pistola tipo Walther, calibre 7,65 mm. Al lado del pie izquierdo, otra del mismo modelo, pero del calibre 6,35. Hitler vestía su uniforme militar gris y llevaba puesta la insignia de oro del partido».
Obsesionado
Con sus teorías, Stalin favoreció que se publicaran decenas de artículos sobre la huída del líder nazi. Aunque, según explica Joachim Fest , el gran biógrafo de Hitler, en su popular «El hundimiento» , la mayor parte no eran más que falacias extendidas por una «prensa sensacionalista occidental» que solo buscaba valerse de un «tema tan tentador como lucrativo» para sus propios fines. Más allá de que las posibilidades que se planteaban en los medios (una de ellas, que huyó vestido de mujer) fuesen o no rocambolescas, lo que es innegable es que Stalin siempre dudó del suicidio.
En palabras de Fest, en los meses siguientes Stalin extendió la que, después de la Segunda Guerra Mundial, fue su teoría favorita: la de que Hitler había escapado en un sumergible rumbo a vaya usted a saber dónde. «Stalin afirmó en alguna ocasión que Hitler había logrado llegar a Japón en un submarino», desvela el experto en su obra. Tal y como explica, «cada vez difundía la correspondiente versión que le llegaba como el dictamen definitivo, si bien no completamente indiscutible». Y todo ello, debido a la «tendencia, muy arraigada en la naturaleza del régimen soviético, a creer en conspiraciones, intrigas y oscuras maquinaciones».