La gigantesca y desaparecida 'Torre de Pisa' que coronó Zaragoza durante siglos
Conocida popularmente como la Torre Nueva, fue el primer gran edificio construido en la capital aragonesa tras el descubrimiento de América. Estaba tan inclinada como su homóloga en Italia, pero era 35 metros más alta que esta, lo que la convirtió en el símbolo más importante de la ciudad y uno de los más curiosos de España desde 1512 hasta su demolición en 1893

Revista «Blaco y Negro» , 15 de noviembre de 1891: «Ya estamos otra vez con que si la Torre Nueva de Zaragoza se cae o no se cae. Por lo menos han dado la voz de alarma y van y vienen arquitectos a visitarla y ... a decir si va a caerse o no. Las opiniones hasta ahora no son para tranquilizar a los vecinos, porque los arquitectos dicen: “Hoy por hoy no se cae, pero mañana, ¡Dios dirá!”. Es decir, que el día menos pensado se viene abajo y, entonces, verán ustedes cómo vienen todos esos arquitectos reclamando su título de profetas: “¡Ya decía yo que un día u otro se iba a caer!”».
En la misma sección escrita por Manuel Matoses bajo el pseudónimo Andrés Corzuelo, el célebre periodista y escritor anunciaba solo tres meses después que «el Ayuntamiento de Zaragoza ha resuelto, por fin, derribar la Torre Nueva. Pero antes, según dice el telegrama venido de allí, van a preguntar al Ministerio de Fomento si quiere declarar la torre monumento nacional. Pero si la han de derribar, ¿qué más les da? ¡A menos que siendo monumento la derriben de mejor gana!».
Hasta su demolición en el verano de 1893, la prensa dedicó no pocos artículos a esta gigantesca e impresionante torre mudéjar que, desde su ubicación en la Plaza de San Felipe , coronó la capital aragonesa durante cuatro siglos. Con 80 metros de alto, fue el primer gran edificio construido en la capital aragonesa durante el siglo XVI, alzado en un angosto espacio junto a la iglesia de San Felipe, a escasos metros de la muralla romana. Rápidamente se convirtió en el símbolo más importante de la ciudad, hasta que a finales del siglo XIX comenzaron a surgir dudas sobre su estado y su inclinación, así como discrepancias sobre su permanencia.
«¡Caerás, Torre Nueva!»
«¡Caerás, oh Torre Nueva, caerás! Los ediles de tu pueblo se empeñan en echarte abajo y no aparece ningún salvador — escribía también en “Blanco y Negro” el escritor Eusebio Martínez de Velasco, en agosto de 1892—. Empezaste a caer hace treinta años, cuando te arrancaron el airoso chapitel que formaba tu corona, decapitándote, dejándote desmechada, a manera de campanario de aldea. Y ahora, si tu inclinación no ha aumentado desde los reconocimientos periciales de 1847 y 1849, has tenido el mal gusto de arrojar á la calle algunos cascotes de yeso y ladrillo para que la gente a quien estorbas exclame con voz fatídica: “¡Abajo!”».
La idea de su construcción fue aprobada por el Rey Fernando el Católico tras una propuesta enviada por el concejo en agosto de 1504. El objetivo era construir una torre civil con un gran reloj público y unas campanas que regularan la vida de la ciudad. La obra fue encargada al arquitecto Gabriel Gonvao , que contó con los siguientes maestros: Juan de Sariñena, Ince de Gali, Ezmel Balladaz y el maestre Monferriz.
Las obras duraron 15 meses y se utilizó ladrillo a cara vista sentado con yeso natural. Según la web del Ayuntamiento de Zaragoza , costó 4688 libras jaquesas y 10 sueldos, una parte de los cuales se obtuvo mediante la sisa, un impuesto que en Aragón se establecía sobre la venta del grano y la carne. La base era octogonal y tenía más de 13 metros de diámetro. Y la altura total era de nada menos que 95 metros. Es decir, el equivalente a un edificio de, aproximadamente, 25 plantas. O lo que es lo mismo, prácticamente igual de alto que las actuales Torres de Colón o el Edificio España , considerado el primer rascacielos de Madrid.
La inclinación
Lo más curioso de la Torre Nueva, sin embargo, era que permanecía vertical solo los tres primeros metros, pero a partir de esa cota comenzaba a inclinarse hasta la altura de 64 metros, para luego recuperar ligeramente la verticalidad. Aún así, a lo largo de su historia no parecía estar en peligro de derrumbe, según los peritajes que le habían hecho a lo largo del tiempo. Un caso idéntico al de la famosa torre de Pisa , con la diferencia de que esta era 35 metros más alta que la italiana.
Durante la Guerra de la Independencia tuvo un gran protagonismo, ya que servía de atalaya para vigilar los movimientos de las tropas de Napoleón. En 1808, podemos encontrar referencias a ella en publicaciones como «Colección de papeles interesantes sobre las circunstancias presentes» : «Las tropas francesas eran aguerridas y su caballería formidable. Pero a pesar de ser las fuerzas tan desiguales, corrió la sangre francesa. Lejos de intimidarse los aragoneses con ese choque, partieron a encontrar por segunda vez al enemigo en Mallén. En ese momento, se reunieron también infinitos vecinos de Zaragoza, que acudieron a las armas al oír la campana de la Torre Nueva, la cual había sonado durante toda la noche tocó [la señal de alarma]. Salieron de la ciudad con ardor para presentar batalla al enemigo».
Una vez expulsados los franceses de España en 1814, la torre se convirtió en un elemento habitual en los escritos de los viajeros románticos. Se publicaron también multitud de grabados y, a mediados del siglo XIX, se hicieron las primeras fotografías. «Es de una elevación sorprendente y está trabajada con ladrillos que forman bellísimas labores al gusto sarraceno. Está un tanto inclinada, pero menos que las de Pisa y de Bolonia», subrayaba «El Artista» en 1834. Y recordaba «El Eco del Comercio» en 1870: «No se olviden de las distintas columnas de ataque de los franceses que fueron paralizadas o deshechas con solo un toque de la campana de la Torre Nueva en los asedios que Zaragoza sufrió en 1808».
La tormenta de 1846
En febrero de 1844, el «Semanario Pintoresco Español» le dedicaba un amplísimo reportaje en el que se refería a su inclinación: «Se nota primera vista en la parte del suroeste y ya fue examinada por los maestros de obras en 1791. Resultó ser de nueve pies y medio de Castilla y, según la opinión de muchos profesores reputados, se le dio al tiempo de fabricarla para hacerse más célebre su constructor. No es admisible la explicación de los que dicen que es un defecto motivado por la desigualdad del terreno en que se construyeron los cimientos, porque la inclinación de la torre solo se advierte a unas tres varas encima del pavimento, sigue inclinada hasta poco más de dos tercios de su altura total y continúa el tercio siguiente sin ninguna inclinación».
Dos años después, el 27 de diciembre de 1846, comenzaron las dudas acerca de su estado tras desprenderse una serie de ladrillos durante una fuerte tormenta. Entre los vecinos próximos se fue instalando el miedo de que pudiera desmoronarse y no tardaron en pedir su demolición. El arquitecto municipal José de Yarza y Miñana reforzó el tramo inferior de la histórica torre en 1860, trabajando tanto el interior como el exterior. Aquello no tranquilizó a los comerciantes de la plaza, que siguieron pidiendo su derribo. Para impedirlo, se formó también una junta de personajes notables, apoyados por muchos periodistas como el mencionado Matoses.
Sin embargo, no hubo manera. Tal y como informaban los diarios «El Heraldo de Madrid» , «La Iberia» y «El País» a mediados de febrero de 1892, el Ayuntamiento de Zaragoza decidió «por unanimidad» su «inmediata demolición». «Por desgracia, el estado de ruina inminente llegará más o menos tarde y no queremos dar lugar a dilaciones que pudieran ocasionar alguna catástrofe», se leía en este último. El acuerdo se publicó en el Boletín Oficial del Estado el 16 de julio y, en los meses de espera, se permitió a los zaragozanos subir a la torre para contemplar la ciudad por última vez desde su atalaya más elevada.
Durante años, se especuló mucho sobre las causas reales de su destrucción. En «La arquitectura española en sus monumentos desaparecidos» (Espasa-Calpe, 1961), el historiador y crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño habla de «cacicada» por parte de un tendero muy bien relacionado de la plaza de San Felipe, al que le molestaba la presencia amenazante del monumento junto a su negocio. Después de ser derribada, muchos ciudadanos corrieron al lugar para guardarse algunos de sus ladrillos como recuerdo. Hoy en día, tan solo nos encontramos allí la estatua de un muchacho sentado en el suelo que mira hacia arriba, como si la torre más peculiar e impresionante de España siguiera allí.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete