El germen de la crueldad chechena: cuando la URSS aniquilaba a sus soldados por huir de los nazis
El 28 de julio de 1942, Iósif Stalin promulgó una directiva, la Orden 227, en la que ordenaba «exterminar al instante a los causantes del pánico» en el frente
Son rudos, arrastran una fama tan pésima como la extensión de las barbas que lucen y, estos días, amenazan la machacada ciudad de Mariúpol. Los soldados chechenos cuentan con cierto aura de Parca; y no solo para los ucranianos. El miércoles, la periodista Mónica G. Prieto confirmó en ABC que estos combatientes se han convertido en una suerte de fríos verdugos de los soldados del Kremlin que se atreven a retirarse. Porque, para Vladimir Putin , no es una opción que sus hombres se replieguen. Solo hay un camino: la victoria. En este caso, allá por el Donbás, nuevo objetivo de las operaciones tras estrellarse contra las defensas de Kiev y el noroeste ucraniano.
Pero no se sorprendan en exceso. Si algo ha demostrado la invasión de Ucrania es que la historia es cíclica y vuelve cual bumerán. Ha pasado con el fracaso de la guerra relámpago del Kremlin – equivalente en esencia a la 'Blitzkrieg' alemana –, y, ahora, también con el horrible ejercicio de disparar contra las tropas propias; algo que ya puso en práctica Iósif Stalin en la Segunda Guerra Mundial a través de la Orden 227. Anunciada el 28 de julio de 1942, fue conocida de forma coloquial como la directiva 'Ni un solo paso atrás' y se podría resumir con una sucinta frase: «Los causantes del pánico y los cobardes serán exterminados al instante».
Según explica el historiador Dennis E. Showalter en 'Los panzer de Hitler', la Orden 227 abrió la veda para que los comisarios políticos arrasasen las filas de las unidades más bisoñas. La clave era que se defendiese cada palmo de suelo soviético y que los alemanes entendieran que avanzar a través de Rusia les acabaría por desangrar. Aunque el tiro en la cabeza no era el único castigo. «Las penas oscilaban entre el servicio en batallones penales y la ejecución sumaria: un cuarto de millón de soldados del Ejército Rojo fueron sentenciados a muerte por desobediencia», incide el experto. El frente más cruento fue el de Stalingrado, la ciudad más icónica de la URSS y, en la práctica, la tumba de miles de conscriptos.
Barbarroja
Para llegar hasta el origen de la Orden 227 es necesario retroceder en el tiempo hasta 1941, año en que Adolf Hitler movilizó a los ejércitos de la esvástica y les hizo avanzar sobre la estepa rusa. Su objetivo era conquistar la URSS, con la que había firmado un pacto de no agresión apenas dos años antes, y llegar hasta el Cáucaso para obtener el gran premio negro: el petróleo. Para llevar a cabo este objetivo, movilizó a más de tres millones de soldados y a miles de carros de combate. Dichas fuerzas fueron divididas en tres ejércitos; cada uno, con el objetivo de atacar el norte, el centro y el sur de los territorios dominados por Stalin.
Todo este gran plan quedó enmarcado bajo el nombre de Operación Barbarroja , y comenzó el 22 de junio con un ataque inicial que vino de las manos (o de las alas) de la ' Luftwaffe '. Esta bombardeó 66 aeródromos rusos acabando con más de 1.800 aparatos para facilitar el avance de la ' Wehrmacht ' sin oposición. A partir de ese punto, se produjo un paseo militar nazi, cuyas fuerzas acorazadas arrollaron a cualquier enemigo que se atrevió ponerse frente a sus carros de combate. Tras ellos marchaba la infantería, cuya misión era enviar al otro barrio a todos los soviéticos que no cayeran bajo el poderío de los panzer.
Con el paso de los meses, el calendario llegó a diciembre de 1941, año en que la ofensiva alemana se vio frenada por el frío y por el Ejército Rojo. Esto provocó que Stalin, henchido de gloria por haber resistido la invasión nazi, decidiera iniciar una reconquista del territorio soviético. Todo ello, con un ejército hambriento, escaso de moral y falto de entrenamiento. Sin embargo, el líder de la URSS mantenía la premisa de que había que salvar a la patria costase lo que costase. De hecho, tan obnubilado estaba que prescindió de la opinión de uno de sus principales mariscales, Gueorgui Konstantínovich Zhúkov , quien le aconsejó reforzar las líneas antes de lanzarse al ataque.
La expansión, como cabía esperar, fue un total fracaso salvo en determinados puntos aislados y favoreció que, entre junio y julio, llegara la contraofensiva de Hitler arropada por el calor del verano. Nuevamente, los ejércitos panzer del sur pusieron sus carros de combate a punto y se lanzaron sobre el Cáucaso (para conseguir su preciado petróleo) y Stalingrado (orgullo del Camarada Supremo al ser la ciudad que llevaba su nombre). En los meses siguientes, la situación fue sumamente delicada para Stalin, cuyos hombres, escasos de armamento y de entrenamiento, se enfrentaban ante la disyuntiva de morir ante los acorazados nazis o retirarse.
«Los alemanes habían lanzado su ofensiva de verano en el sur de la URSS y avanzaban a muy buen ritmo. Los soviéticos habían reforzado mucho el frente de Moscú, dejando un poco desguarnecido el sur, lo que posibilitó ese rápido avance. Por otro lado, la progresiva retirada del Ejército Rojo no era mal vista por Stalin y los estrategas soviéticos, ya que los alemanes iban a tener que estirar mucho sus líneas de aprovisionamiento. Pero se llegó a un punto en el que ya no se podía ceder más territorio, ya que se veían amenazados los pozos de petróleo del Cáucaso y, además, la moral se estaba resintiendo. Había que reaccionar, y ahí es donde encaja la 'Orden 227'», explica, en declaraciones a ABC, el historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog '¡Es la guerra!' y de una treintena de libros sobre el conflicto).
Orden 227
Fue en ese momento de desesperación cuando Stalin envió la temida Orden 227. La razón era sencilla: si sus hombres seguían retirándose, dejarían en manos de los nazis ciudades de gran importancia para el ánimo nacional. A su vez, abrirían a Hitler las puertas a las fábricas soviéticas de armas que se habían trasladado «tornillo a tornillo» (como explicaron posteriormente los rusos) hacia el este. Medidas desesperadas para momentos desesperados, que se podría decir.
Conocida como la ' Orden nº 227 del Comisario del Pueblo para la defensa de la URSS ', y fechada el 28 de julio de 1942, esta normativa comenzaba con una explicación del mismísimo Stalin de la penosa situación que vivía su país en aquellos aciagos momentos:
«El enemigo envía cada día más efectivos al frente y, sin consideración alguna hacia las bajas, avanza hacia el interior de la Unión Soviética, apoderándose de nuevos territorios, devastando y saqueando nuestros pueblos y ciudades, y violando, asesinando y robando al pueblo soviético. El invasor alemán se dirige a Stalingrado […] y está dispuesto a pagar el precio que sea preciso por hacerse con Kuban y el Cáucaso Norte, por su abundancia de petróleo y trigo».
En las siguientes líneas, Stalin afirmaba que conocía de primera mano que la población soviética se sentía «absolutamente defraudada» al ver que unas tropas que, en principio, infundían honor y respeto, habían decidido retirarse hacia lugares más poblados de forma cobarde. «Muchos son los que maldicen al Ejército Rojo por retirarse al este y abandonar a nuestro pueblo bajo el yugo alemán», explicaba el líder.
En este sentido, también señalaba que esa era una conducta intolerable que no podía permitirse, pues, tras de sí, los militares abandonaban «padres, madres, esposas, hermanos e hijos». Una afirmación curiosa para alguien que, poco después, obligaría a miles de ciudadanos a quedarse en Stalingrado contra su voluntad y a morir ante el yugo alemán. Después, incidía en que era imposible continuar retirándose ante el empuje enemigo:
«Algunos recientemente, se consuelan con la idea de que podemos seguir retirándonos hacia el este, pues disponemos de amplios territorios, extensas porciones de tierra, población numerosa y trigo en abundancia. Con estos argumentos tratan de justificar su vergonzante conducta y su retirada. […]. El territorio de la U.R.S.S. ocupado por los fascistas y los territorios que estos planean capturar son el pan y los recursos de nuestro ejército y nuestros civiles, el petróleo y el acero de nuestro industria, las fábricas que suministran armas y munición a nuestras tropas, nuestros ferrocarriles… […] Cada porción de territorio que entregamos a los fascistas los fortalece a ellos y debilita nuestras defensas y nuestra patria».
Ni un paso atrás
Por todo ello, el líder supremo de la URSS argüía que era de severa importancia erradicar aquellas voces que hablaban de retirada y llevaban a los soldados a querer «traicionar» a su patria huyendo del frente de batalla. «¡Ni un paso atrás! De hoy en adelante, esta será nuestra divisa. Debemos proteger con tenacidad hasta el último bastión, hasta el último metro de suelo soviético, protegerlo hasta la última gota de sangre», afirmaba Stalin en el preludio de esta ley. Posteriormente, señalaba también que era de suma importancia saber que en cualquier situación (aunque fuera desfavorable) se podía vencer al enemigo, pues los alemanes no eran «tan fuertes como aseguraban las voces de los derrotistas».
A su vez, el líder destacaba que la URSS no podía tolerar el hecho de que hubiera militares dispuestos a permitir que un solo centímetro de tierra soviética cayera en manos de Hitler, por lo que todo aquel que se retirase sería «exterminado en el acto». Esta orden era, por supuesto, extensible a los oficiales. «De hoy en adelante, la férrea ley disciplinaria de todo oficial, soldado y comisario será: ni un solo paso atrás sin orden del alto mando. Todo comandante de compañía, batallón regimiento o división, así como todo comisario político que se retire sin órdenes será considerado como un traidor a la patria, y como tal será tratado», añadía el líder en el texto.
No obstante, lo más preocupante de la Orden 227 no era la verborrea previa de Stalin, sino las represalias que traía el ser considerado un «traidor de la patria». Estas variaban dependiendo del escalafón militar en el que se hallara el susodicho «cobarde», pero lo cierto es que eran crueles en todos los casos. Para empezar, los que salían mejor parados con esta normativa eran los altos mandos. Y es que, el texto establecía que los comandantes del frente debían «arrestar sin excepciones a aquellos oficiales que promuevan la retirada sin autorización del alto mando, y enviarlos a la Stavka (comandancia) para su comparecencia ante un consejo de guerra».
Aunque enviar a los oficiales a vérselas con los burócratas de Moscú podía acabar en una condena de muerte, lo cierto es que, al menos, estos mandos tenían una posibilidad de sobrevivir. No sucedía lo mismo con los soldados, los cuales recibirían un trato mucho menos favorable si abandonaban su posición. Así pues, si decidían retirarse durante un asalto imposible que les hubieran ordenador realizar contra los nazis, recibirían las balas de sus propios compañeros. Y es que estos –ubicados en retaguardia y armados normalmente con una ametralladora pesada Maxim M1990 – tenían la obligación de ejecutarles.
«Se ordena a los soviets militares del ejército y a los comandantes de ejército formar de tres a cinco unidades de guardias bien armados, desplegarlas en la retaguardia de las divisiones poco fiables y darles orden de ejecutar a derrotistas y cobardes en caso de retirada desordenada, para que así nuestros fieles tengan la oportunidad de cumplir con su deber ante la patria», señalaba la normativa. A su vez, se instaba a los oficiales y comisarios a que ayudaran a estas unidades en sus funciones. Es decir, que sacaran de la funda su pistola y se liaran a balazos con todo aquel que corriera por su vida.
Con todo, morir no era el peor castigo que podía recaer sobre un soldado. Y es que, si un militar cometía un acto de cobardía en el frente, la Orden 227 también establecía que podía ser enviado a los temibles «batallones penales». Estos grupos estaban formados por todos aquellos que, considerados como «traidores a la patria», no habían fallecido en el frente de batalla y habían conseguido regresar a casa. Su característica principal es que siempre eran situados en primera línea de batalla y en los lugares más peligrosos para redimir sus pecados antes la Madre Patria . Nuevamente, esta medida era aplicable tanto a los militares rasos como a los oficiales.
Aún con todo, en la supuesta cobardía también existían clases y se crearon batallones específicos para comandantes y comisarios políticos, y unidades concretas para suboficiales y soldados. En cualquier caso, todos tenían los mismos objetivos: «Estos batallones deben situarse en las secciones más peligrosas del frente para que sus soldados tengan la oportunidad de redimir con sangre los crímenes cometidos contra la patria», señalaba el texto. Curiosamente, estos grupos estaban basados en unos similares creados, meses antes, por los alemanes, algo que encandiló a Stalin, quien consideró que gracias a ellos los nazis estaban ganando la guerra.
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