Antigua Roma

«Fellator» o «basura humana»: las acusaciones sexuales e insultos más crueles de la Antigua Roma

Un nuevo estudio afirma que los senadores de la República romana solían recurrir a los improperios e injurias para denigrar a sus adversarios políticos. Sus conclusiones se suman al lenguaje soez que ya se conocía de esta época

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Manuel P. Villatoro

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Desde hace años no es extraño escuchar insultos en el Congreso de los Diputados . A principios de octubre, por ejemplo, Beatriz Escudero abandonó su asiento tras tachar de « imbécil » al portavoz adjunto de ERC, Gabriel Rufián . Todo ello, después de que este la hubiese tildado, a su vez, de « palmera » de Francisco Álvarez Cascos . A día de hoy estas palabras nos escandalizan. Sin embargo, las acusaciones dolorosas y las puñaladas traperas no han sido inventados por nuestros políticos. Ni mucho menos. Por el contrario, tienen mucha solera y ya se utilizaban en la República romana de una forma exiquisita.

Así lo ha atestiguado una nueva investigación de Martin Jehne , profesor de Historia Antigua de la Technische Universität Dresden (en Alemania). En la misma, el experto ha llegado a la conclusión de que los líderes y políticos romanos intercambiaban con frecuencia desde dolorosos ataques verbales, hasta insinuaciones personales y escandalosas. Con todo, sus pesquisas se suman a otras que, durante décadas, han recopilado los diferentes insultos o señales ofensivas que se usaban en la Antigua Roma . Algunos de ellos tan famosos como la clásica « peineta ».

Insultos e insinuaciones

Según desvela Jehne, los senadores en la República romana perseguían con sus insultos el mismo objetivo que los políticos de hoy en día: fortalecer su posición , destruir la credibilidad del contrario y atraer a la audiencia que estuviera escuchándoles . Además, eran también un mero entretenimiento para ganar la atención del público y generar indignación entre los partidarios del enemigo. «La finalidad de los insultos era similar a las amenazas y el discurso de odio que existen hoy en Internet», afirma el experto en declaraciones a la versión digital de la publicación especializada « Live Science ».

Sin embargo, también considera que la estrategia podía ser contraproducente si la audiencia se ponía del lado de la persona que recibía los agravios y los improperios (los cuales solían ser, en ocasiones, subidos de tono). «Insultar en un contexto público siempre significa luchar por la aprobación de la audiencia. El problema es que nunca puedes estar seguro de cómo va a reaccionar la gente ante ellos», señala Jehne.

En este sentido, pone como ejemplo a Donald Trump , quien se ha ganado el odio de miles de personas por calificar a Kim Jong-un de « Little Rocket Man » o al Primer Ministro canadiense Pierre Trudeau de « débil y deshonesto ».

Busto de Marco Tulio Cicerón, senador romano y conocido por sus dotes como orador

Con todo, los insultos de los políticos romanos podían ser igual de salvajes. Ejemplo de ello fueron las palabras que el famoso orador Marco Tulio Cicerón (el cual vivió durante el siglo I a.C.) dedicó a uno de sus rivales, un tal Clodio . Y es que, le acusó sin prueba alguna de cometer incesto con sus hermanos y hermanas . Su rival le contestó afirmando que actuaba como si formara parte de la realeza por ocupar un cargo de cónsul. Una crítica que, aunque hoy no nos parezca hiriente, en su momento era considerada como un « repugnante desprecio » en la República romana .

Pero estos no fueron los únicos ejemplos. También era habitual que los políticos romanos acusaran a sus contrarios de mantener relaciones sexuales a cambio de dinero (les llamaban «chicos de alquiler»), les hicieran sonrojar definiendo sus genitales frente a la audiencia (algo considerado vergonzoso) o afirmaran que no eran activos en el sexo. «La peor acusación que se le podía hacer a un ciudadano era la de ser poco viril, es decir, actuar como pasivo en el amor», afirma Lucía Avial en « Breve historia de la vida cotidiana en el Imperio Romano »

«La peor acusación que se le podía hacer a un ciudadano era la de ser poco viril, es decir, actuar como pasivo en el amor»

Tampoco faltaban aquellos políticos que cargaban contra sus enemigos afirmando que habían recibido una « irrumatio » (es decir, que les habían metido el falo en la boca). Una conducta que, como señala el poeta del siglo XV Antonio Beccadelli en su obra « El hermafrodito », era una «de las peores humillaciones que podía sufrir un ciudadano romano». De hecho, el autor afirma también que esa práctica era equivalente a que un varón sufriera la pedicación o « coito con penetración anal », según explica Rosario Moreno Soldevila en su « Diccionario de motivos amatorios en la literatura latina, siglos III a.C.-II d.C. ».

Soldevila es mucho más extensa en su obra al hablar de la « irrumatio » y explica que consiste en introducir el pene en la boca de alguien para que practique una felación. «La persona que es objeto de la irrumación se convierte en un " fellator " o una " fellatrix " y queda en una situación de dependencia o sumisión», añade. A su vez, afirma que «por su etimología, significa “ofrecer el pene como si fuera una mama”» y que solía asociarse como un remedio para la impotencia llevado a cabo, habitualmente, por una mujer.

Otros insultos

Sin embargo, las insinuaciones sexuales y las burlas no eran los únicos insultos que los romanos utilizaban en el día a día. Así lo afirma, al menos, la experta en lenguas clásicas Laura Gibbs en su dossier « Roman insults ».

En el mismo, la autora recoge una treintena de improperios recurrentes en la época tales como « nebulo » («eres una basura»); « vappa ac nebulo» («escoria»); « ructose » («bolsa de eructos») o el no menos original « ructabunde » («bolsa de pedos»). Improperios todos ellos que se encontraban a pie de calle y que, con casi total seguridad, fueron también declamados a todo volumen por los senadores.

Busto de Pompeyo

En palabras de la misma autora, uno de los aspectos más interesantes de los insultos romanos es que estaban íntimamente ligados con esclavitud y la cultura criminal. Así pues, muchos improperios se basaban en la raíz « scelus », que podía traducirse como crimen. Esta palabra dio lugar a ataques verbales como « s celerum caput » (cuyo significado se asemejaría a « jefe de delitos ») o « sceleris plenissime » (« lleno de crimen »).

Tampoco escaseaban aquellos que relacionados con castigos infligidos a criminales o esclavos rebeldes, especialmente aquellos relacionados con azotes (« verbero ») o crucifixiones (« cruciarius »).

Gente común

En palabras de Jehne , la cultura de los insultos fue creada y transmitida por los senadores más viejos a sus acólitos. «Aprendieron cómo hacer su trabajo por observación e imitación», señala. Así pues, si eran testigos de una dura discusión entre políticos se limitaban a beber de la sabiduría del vencedor y replicaban los ataques más dolorosos que hubieran salido por la boca de sus maestros. De esta forma se fue forjando una cultura de la barbaridad cada vez más perfeccionada.

Con todo, estas situaciones no se daban de forma exclusiva entre los senadores romanos. Nada de eso. De hecho, era habitual que los ciudadanos demostrasen su descontento con figuras poco populares a través de la burla pública.

Senado romano

Jehne, por ejemplo, cita una ocasión en la que Gnaeus Pompeius Magnus ( Pompeyo , el mismo que se enfrentó a Julio César ) acudió inocente al teatro para disfrutar de una representación allá por el 59 a.C. Por entonces no era demasiado popular así que, cuando uno de los actores declamó la frase « Eres genial gracias a nuestra miseria », todo el público le miró y rompió a reír.

Cicerón, en sus escritos, afirma que Pompeyo obligó al actor a repetir la frase un total de 1.000 veces como escarmiento . «Esto, por supuesto, es exagerado, pero en cualquier caso Ponpeyo tuvo que sentarse allí y sufrir mientras la gente se reía de él. Toda la representación fue extremadamente insultante para el político y no pudo hacer nada para evitarlo», añade el autor.

Con todo, el experto es partidario de que los políticos y las figuras públicas solían tomarse bien estas cargas verbales contra ellos, las mismas que hoy podrían ser consideradas como injurias y calumnias. Algo que a nuestros representantes les cuesta más.

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