Un experto desvela a ABC las ventajas de la monarquía sobre la II República española
José J. Sanmartín, Doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor titular de la Universidad de Alicante, impartió el pasado martes una conferencia en la que analizó ambos sistemas. Hoy, nos explica sus diferencias
El fin de la Segunda República , hace ya más de ocho décadas, parece siempre de actualidad. Y más después de que, el pasado fin de semana, Pablo Iglesias clamara por el regreso de España a ese sistema durante la apertura del Consejo Ciudadano Estatal de su organización. Sin embargo, José J. Sanmartín, Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, profesor Titular de la Universidad de Alicante y, entre otras cosas, director de Radix Intelligentia Solutions, mantiene que este recuerdo idílico se sostiene sobre unos pilares de barro que se desharían si se dieran a conocer, de una vez, las ventajas de la Monarquía Constitucional. La misma, por cierto, que ratificó nuestra sociedad el 6 de diciembre de 1978.
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Por ello, el pasado martes impartió la conferencia «El futuro de la Monarquía Constitucional» en el Rotary Club Alicante . Para demostrar que, aunque la Segunda República tuvo un alto ideal de desarrollo democrático, en la actualidad contamos con un sistema que favorece la estabilidad y la unidad gracias a la despolitización de la Jefatura del Estado . Algo diametralmente opuesto a lo que sucedió a partir de 1931, cuando los cabecillas de la izquierda más extrema dieron buena cuenta de sus colegas moderados. «El problema vino por los conflictos entre demasiados líderes republicanos; aquellos episodios se sucedieron incluso en la etapa constituyente del nuevo régimen», afirma el experto en declaraciones a ABC.
1-¿Cuáles son las ventajas de la Monarquía Constitucional?
Los dividendos esenciales son la estabilidad institucional, la permanencia y la unidad del Estado o el equilibrio de funciones, entre otros. La figura del monarca es relevante no solo por aquello que le corresponde hacer, sino por todo aquello que evita que caiga en la esfera del fungible poder ejecutivo. Ejemplo: el Rey Constitucional asume la reverencia pública hacia el Estado, pero no dispone de poder ejecutivo directo. Así, el presidente del Gobierno debe asumir su carencia de esa reverencia pública.
2-¿Y sus labores? Se habla siempre del poder de representación…
El drenaje institucional que aporta la Monarquía Constitucional no lo tiene ningún otro sistema de gobierno ni régimen político. La división entre función simbólica y función ejecutiva aparece claramente delimitada, lo cual es imposible en una república. El Rey Constitucional encarna un carisma institucional directo. Walter Bagehot ya lo explicó en una obra todavía no superada. Un Jefe de Estado republicano nunca podrá disponer de esa capacidad para representar a toda la nación, ni siquiera al Estado. El origen ideológico merma de forma sustancial ese potencial que, por el contrario, se mantiene intacto en una Monarquía Constitucional. De ahí que la función moderadora, por ejemplo, sea de una importancia capital. Así como el resto de funciones legales que corresponden al monarca.
3-Se suele considerar a la Segunda República española como el arquetipo de democracia. ¿Está de acuerdo?
La valoración sobre el régimen republicano creado en 1931 ha sido matizada por los historiadores científicos, que han ponderado sus vulnerabilidades y fortalezas. Otra cosa son los ejercicios laudatorios o denigratorios desde la pseudo Historia, que se sirve del maniqueísmo para inventar como verdad histórica lo que no existió, ni acaeció. La propaganda disfrazada de Historia -con su manido repertorio militante de fobias o filias en contra o a favor de un determinado régimen político-, solo depara atención entre correligionarios políticamente irracionales. Hacer política desde la Historia desacredita a sus cultivadores, no a la Historia, que les supera siempre.
Respecto de la calidad de su formulación constitucional, la Segunda República tuvo un alto potencial de desarrollo democrático. Era un régimen que pudo consolidarse. Las circunstancias no eran desfavorables para que el sistema republicano hubiese arraigado en el país. Pero el ideal estuvo por encima de los idealistas, incapaces en general de superar el lastre de enconamientos personales, ambiciones enfrentadas, etc. que arrastraban notables líderes republicanos. Una cosa eran los discursos ampulosos, y otra los actos punitivos de la política diaria. La apelación grandilocuente a los valores de la República frente al reparto de esferas de poder, luchas intestinas, odios personales, supuestos agravios de unos contra otros, egos insatisfechos, etc. El problema vino por los conflictos entre demasiados líderes republicanos; aquellos episodios se sucedieron incluso en la etapa constituyente del nuevo régimen.
4-¿Estaba la crispación, por tanto, en el seno del sistema?
La crispación había sido la “metodología” (tensión social, acoso político, presión en los medios de comunicación afines, etc.) para algunos líderes y cuadros al objeto de avanzar posiciones de poder antes incluso de la instauración de la República, que fue proclamada sin haberse concluido el recuento electoral del conjunto de España. Computado por concejales, el resultado nacional de las elecciones municipales de abril de 1931 no fue una victoria de la Conjunción Republicano-Socialista.
Los líderes republicanos que apelaron a la moderación fueron tenidos por políticamente débiles. La cultura política que se impuso fue más combativa que institucional. Algunos dirigentes siguieron aplicando -dentro y fuera de su partido- una operativa automática de tensión y enfrentamiento. No se buscaban soluciones transversales. Los republicanos (de izquierda y derecha, también de centro) que buscaron una vía transaccional para asegurar el régimen, quedaban opacados ante las maniobras de correligionarios que no tenían esos límites.
5-¿Se acrecientan las ventajas de la Monarquía Constitucional actual si las comparamos con la República instaurada en 1931, o sucede a la inversa?
Son circunstancias históricas completamente diferentes, quizás irrepetibles. Persisten elementos positivos a favor de la Constitución de 1978, que fue realizada al unísono por republicanos y monárquicos. Este es un hecho histórico –trascendental- que suele ningunearse. Los republicanos demócratas y con sentido de Estado demostraron su servicio a la sociedad y al país durante la Transición; lo cual debe ser reconocido. El espíritu constitucional fundado en la concordia y la reconciliación entre todos los españoles era y sigue siendo una aportación excelsa de aquellos republicanos y monárquicos que trabajaron juntos para crear una democracia de larga duración. Para ellos, sensatamente, la estabilidad política era un vector indispensable en esa ecuación institucional.
La nuestra es una variante de Monarquía republicana, si nos acogemos a la tipología de Maurice Duverger . Los valores y los contenidos republicanos son relevantes en nuestra Monarquía Constitucional. Ese carácter híbrido es uno de sus mayores activos. La Segunda República tenía un ordenamiento político-constitucional viable, pero carente de la elasticidad que aporta la naturaleza sincrética de la vigente Monarquía Constitucional. A la altura de los años setenta del siglo XX ya se había aprendido la lección. Se trataba de sumar elementos constructivos para formular un constitucionalismo que fuese a la vez democrático y estable, garantista e incluyente; pero que pudiese ser reformado por efectivas mayorías parlamentarias y sociales. Las Constituciones mueren mayormente por su irreformabilidad o por su impracticabilidad. Ninguno de esos dos supuestos se da en España. Si alguien quiere reformar a su gusto la Constitución, debe sumar apoyos para ello. Si sólo le secundan minorías, por algo será.
6-Entonces… ¿hay diferencias entre aquellos republicanos asentados y las nuevas tendencias afines a este sistema?
Los heraldos extremistas nada tienen que ver con la seriedad y el rigor de los auténticos republicanos. Actualmente, salvo esos respetables casos, demasiadas tentativas de subvertir, amortizar o finiquitar el régimen constitucional vigente son impulsadas y/o dirigidas por liliputienses profesionales y alfeñiques democráticos. Desde revolucionarios autoritarios, narcisistas torpemente intelectualizados, apologetas de su ego ideológico, mesías separatistas en tránsito mental (no territorial), radicales folclóricos enfadados con el mundo (o sea, consigo mismos), demagogos corruptos en fogoso lanzamiento de cortinas de humo para ocultar sus delitos, aspirantes oníricos a ser más y a tener más, ideólogos de lo inviable, formuladores de teorías políticas inaplicables, y demás tribus apocalípticas.
La atracción que han logrado de algunos estratos sociales tiene fecha de caducidad, porque las castigadas clases medias desean mejoras y reformas (mayormente en política social), pero siguen siendo el núcleo vivificador de la mesocracia española; el sentido común, el equilibrio de poderes, las garantías para ejercer la democracia, entre otros, son elementos constitutivos de su identidad institucional. Las clases medias –tan atentas a la responsabilidad entre los políticos- no admitirán que la estabilidad de las instituciones sea puesta en peligro.
«Los heraldos extremistas nada tienen que ver con la seriedad y el rigor de los auténticos republicanos»
Los heraldos extremistas y las tribus apocalípticas, en realidad, lo que pretenden es destruir España y el Estado de Derecho. Por ello centran sus ataques maoístas contra la Corona (lo siguiente serían los sectores productivos, las empresas y los sindicatos no sometidos aún, los medios de comunicación, las profesiones liberales...); porque la Monarquía es la más poderosa línea de defensa de la democracia constitucional española. Los verdaderos republicanos están con esta Monarquía republicana porque tienen sentido de Estado; saben que en España una “República de políticos” generaría un derrumbe irreversible de las instituciones, del Estado y de la nación. Si cayese la Monarquía Constitucional, se produciría una implosión institucional y nacional sin parangon por su gravedad.
En el momento presente, el debate real no es entre Monarquía o República, sino entre quienes tienen sentido de Estado y quienes no lo tienen (o quienes quieren aniquilar el Estado de Derecho). Estamos, de nuevo, en el mismo punto que en la Transición; entonces aquella generación supo elegir con altura de miras. Al igual que está haciendo nuestra generación en el día a día. La inmensa mayoría de españoles –monárquicos, republicanos y hasta “agnósticos institucionales”- apoyan su Monarquía republicana como la mejor simbiosis de libertad y estabilidad. El sentido de Estado.
7-¿Fue la inestabilidad una característica de la Segunda República?
No sería justo acusar a la Segunda República de ser un régimen intrínsecamente inestable, o conducente –de forma ineluctable- hacia crisis permanentes de Gobierno, irreductibles conflictos parlamentarios, bloqueo entre instituciones del Estado, etc. La República pudo haber tenido éxito; pudo haberse consolidado de forma asequible y rápida. De hecho, la República tuvo etapas de estabilidad donde se produjo una gestión eficaz en materias importantes. El déficit vino del factor humano en la alta política. Un número demasiado elevado de dirigentes no supo o no quiso dar el paso de político a estadista. Además, la Segunda República se inició con un tangencial carácter vindicativo mientras la Transición lo hizo con una voluntad inclusiva de todos.
Un error inmenso ha sido valorar a un político por sus intenciones, y no por sus actos. Los hechos realizados son los que realmente dan la medida de un líder, de un ministro o presidente, de un cuadro medio, de un funcionario, de un diputado o senador, etc. En ese ámbito prosaico, pero directo, tenemos el perfil próximo de lo que fue esa persona actuando en política. Si basamos nuestra interpretación de la Segunda República sobre todo en la imbricación emocional que aportan los discursos vibrantes y las arengas patrióticas -entre otros conectores sentimentales-, las derivadas de un análisis se quedarían en la superficie.
«No sería justo acusar a la Segunda República de ser un régimen intrínsecamente inestable, o conducente –de forma ineluctable- hacia crisis permanentes de Gobierno»
La política real que se hizo por numerosos líderes pasó factura. Las crisis institucionales, las animosidades personales, las luchas por el poder… Todo ello generó perjuicios sobre una Jefatura del Estado, que, indefectiblemente, quedaba perjudicada en cada nueva sacudida. El peso ideológico de los dos presidentes, su ejecutoria como políticos, los agravios por sus decisiones (pasadas y coetáneas), así como su implicación en asuntos políticos –ayudar a su partido y sus aliados-, entre otros factores, supusieron un obstáculo para que Alcalá Zamora o Azaña fuesen aceptados como figuras neutrales y resolutivas. El presidente fue considerado como un actor político privilegiado, pero un actor político, al fin y al cabo, que bregaba para defender a los suyos frente a los otros. En España, la tentación entre demasiados políticos de usar el poder para ayudar al propio partido político ha sido recurrente. Cuando esa pésima praxis ha sido implementada desde la Jefatura del Estado, ésta pierde legitimidad.
8-¿Acabó esa división, precisamente, con la Segunda República?
Faltó una figura unificadora; faltó una institución vertebradora y representativa. La Presidencia de la República no cumplió ese cometido. Todo era pasto de la lucha política que, a la postre, se traducía en ocupación de espacios de poder. La Jefatura del Estado republicana también fue otro campo de batalla político. Los enfrentamientos entre partidos, “familias” y corrientes eran lamentadas, pero pocos intentaron poner límites a esa espiral autodestructiva. La República no fracasó como idea ni como ideal, sino como realidad. De ahí el amplio apoyo (también republicano) a la nueva Monarquía Constitucional que se diseñó en la Transición: un sistema político con contenidos republicanos, pero con la estabilidad, la continuidad histórica, la legitimidad, la representación y los demás dividendos que aporta la Monarquía.
En España se adapta mejor a nuestra realidad política un modelo híbrido, vocacionalmente transaccional, ajeno a los dogmatismos ideológicos, los bloqueos institucionales y las exclusiones políticas. De ahí la probada capacidad de la Monarquía Constitucional para integrar y socializar –con mayor intensidad y durabilidad que en sistemas republicanos- los elementos democráticos, a la vez que los hace perdurar dotándolos de continuidad, legitimidad y visibilidad.
9-¿Existe, en los últimos tiempos, una tendencia al desprecio de la monarquía y a la aceptación intrínseca de la república como un sistema mejor?
Si. Existen varios motivos y distintas motivaciones. Los republicanos de verdad son personas serias, responsables y rigurosas. Por ello mismo, sus propuestas y sus escritos suelen ser pragmáticos y sensatos. Asumen que su modelo político ideal podrá llegar a largo plazo si se realiza una correcta pedagogía de republicanismo democrático. Este ejercicio de sentido común, sinceramente, es loable. Pero la renuncia al realismo de otros grupos practicantes ahora de la violencia verbal y política es realmente inquietante. El sobrevenido (en una parte) y dirigido (en otra parte) folclore radical que asola las redes, internet y otros medios -en realidad- es más contrario a la Monarquía Constitucional que favorable a la República. Se ataca a la Corona porque se desea destruir la unidad de España, para ocultar los casos propios de corrupción, para desviar la atención sobre los escándalos que advendrán, etc. No existe una línea argumental sólida; se trata de un fenómeno de improvisación sobrevenida conforme a unas necesidades de quienes dirigen la campaña contra la Monarquía Constitucional (campaña en la que, de forma inteligente, no participan los auténticos republicanos, siguiendo su clásico criterio de patriotismo democrático). Así actúa el separatismo que usa a sus peones.
Existe una ultraizquierda que es intrínsecamente anti-izquierdista: la que quiere liquidar la democracia constitucional bajo el pretexto de derribar la Monarquía Constitucional. La respetable idea republicana ha sido secuestrada por esos caóticos escuadrones de vocación oportunista y de profesión extremista. Su torpe estrategia está condenada al fracaso por cuatro errores clave.
10-¿La relación de la Monarquía constitucional con la absoluta ha generado esa animadversión?
Se trata de dos regímenes políticos enteramente diferentes. La Monarquía Constitucional ofrece equilibrio de funciones y control de legalidad, además de contenido democrático, así como capacidad de regeneración constante. La Monarquía Constitucional puede reconstituirse de forma perenne, hasta alcanzar nuevos límites para proteger mejor los valores constitucionales. De hecho, una diferencia palmaria entre Monarquía Constitucional y los casos de absolutismo monárquico reside en que aquella ha incorporado gradualmente principios republicanos. La Monarquía Constitucional es un sistema que actualmente constituye de facto una fusión sincrética imposible de superar. El concepto de ciudadanía está fuertemente arraigado en el constitucionalismo de Estados monárquicos, así como los preceptos sobre igualdad colectiva y libertad individual, junto a un extenso catálogo de derechos y deberes característicos también de un Estado republicano.
«Las Monarquías Constitucionales europeas están entre las sociedades más cultas y avanzadas del mundo»
11-¿Son atrasados los países europeos que cuentan con una Monarquía Constitucional, o están en la vanguardia?
Las Monarquías Constitucionales europeas están entre las sociedades más cultas y avanzadas del mundo. Sus niveles de desarrollo humano, bienestar material, servicios públicos, entre otros indicadores, son altamente favorables. Noruega o Suecia, junto a otras monarquías (no sólo europeas, también la canadiense o la japonesa) en posiciones relevantes en los rankings internacionales de calidad de vida. En estos países, hace tiempo que se comprendió –y se practica- que la estabilidad institucional es la base de la prosperidad social. La monarquía canadiense es una creación del siglo XIX que ha sabido reformularse de forma originalísima. La capacidad de la Corona para representar la diversidad y la unidad de Canadá es, lisa y llanamente, prodigiosa. Una República canadiense nunca lo habría logrado, por su consustancial tendencia centrífuga.
12-¿Diría que ese «tufo» a rancio de la que se acusa a la Monarquía Constitucional es acertado, o es un sistema que ha convivido con la modernidad?
La Monarquía Constitucional es la modernización plena en sí misma. Un sistema híbrido que conjuga elementos monárquicos y republicanos, democráticos y técnicos, progresistas y conservadores, etc. No existe otro sistema de gobierno que tenga sus óptimas condiciones: reservas institucionales, el equilibrio de funciones, la capacidad de relisiencia y, a la vez, para el cambio (sin conflictos radicales, sin colisiones frontales), la regeneración democrática como constante del sistema, la incorporación inmediata de los aportes sociales, la posibilidad de rotación de nuevos líderes, ideas, etc.
El problema en España no está en la Monarquía Constitucional, sino en otros frentes: el poder excesivo de que disponen los partidos políticos (su estructura jerárquica y piramidal, los déficits de democracia y fiscalización interna, etc.), la falta de libertad de voto dentro de los grupos parlamentarios en Senado y Congreso de los Diputados, entre otros. El problema mayor está en la politización de demasiados ámbitos de la sociedad, de las instituciones, de la economía, etc. Los ataques contra la Monarquía Constitucional van en esa dirección: ganar más espacio para la invasión de la política ideológica. Eso es justo lo que los australianos rechazaron en el referéndum sobre monarquía y república en 1999. Un pueblo progresista y moderno como el australiano votó a favor del mantenimiento de su Monarquía Constitucional frente a la propuesta de lo que se consideró como una “república de políticos”. Los que en Australia votaron a favor de la Monarquía Constitucional fueron también republicanos pragmáticos, que no querían un República hiper politizada.
13-¿Podría ser hoy España una república?
Podría serlo, sí, pero ya no sería España, sino un Estado en proceso de derribo, hasta caer fagocitado; de ahí el interés de algunos por liquidar la Monarquía Constitucional. Se crearía una confederación donde las antiguas Comunidades Autónomas tendrían un poder homologable a un Estado miembro. La siguiente fase consistiría en generar acuerdos bilaterales entre un territorio concreto y el Gobierno general (acuerdos de Estado asociado), para así ir diluyendo el vínculo con el resto de España y hacer propaganda para que la sociedad civil asuma lo que vendría. El proceso destructor de España sería imparable, a través de las secesiones mediante la aplicación unilateral de la independencia para varios territorios. Aquí nunca se aplicaría una República unitaria, sino una confederal (se llame así o no) con un poder calculadamente débil en el Gobierno central, y centrifugando la autoridad efectiva en las diferentes capitalidades de los territorios. Esto haría inevitable la liquidación de España a medio plazo. De hecho, la propuesta que describo ya ha sido preparada por algunos “ideólogos” vinculados a entornos decisores.
14-¿Cree que unos hechos como los acaecidos con el Rey Emérito son excusa para cargar contra la Monarquía Constitucional?
Incluso un Rey tiene derecho a la presunción de inocencia. Más, si cabe, cuando a día de hoy no existe ninguna prueba de culpabilidad, ni una sóla imputación o acusación por Fiscalía ni por ningún Juzgado español o del resto del mundo. La investigación judicial debe clarificar todo en ese ámbito, y sólo allí se establecerá la verdad. En este contexto, asombra la virulencia mediática de los ataques contra el Rey Emérito, cuando la tarea histórica implementada por Don Juan Carlos ha sido masivamente aplaudida y reconocida durante décadas. Lo que aparece claro es que el anterior Rey desempeñó de forma correcta sus funciones constitucionales durante su reinado. Junto a las críticas legítimas expresadas por personas particulares, resulta evidente que existe una campaña organizada contra el Rey Emérito y la Monarquía Constitucional que –de facto- lo es contra España como Estado, así como para crear una cortina de humo que rebaje el impacto en la sociedad de escándalos que deben venir.