La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945

La victoria aliada sobre los japoneses en Filipinas se cobró 100.000 vidas, 70.000 de los cuales fueron ejecutados deliberadamente por los soldados nipones

Una de las supervivientes de Manila, Elena Lizarraga, en 1951 ABC / Vídeo: La Guerra del Pacífico: la batalla que supuso el fin de la Segunda Guerra Mundial

I. Viana

Aquellas «semanas indescriptibles» para los españoles residentes en Manila de las que informaba ABC en 1948 , después de que Japón hiciera público un informe de 135 páginas «sobre las atrocidades» cometidas por sus tropas durante la ocupación de Filipinas en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron lugar en apenas unos días de 1945.

Los victoria aliada era ya un hecho y los japoneses, que habían invadido la isla cuatro años antes, lo sabían. Pero no les valió con huir, ya que en la retirada ejecutaron deliberadamente a 70.000 personas, de los cuales 300 eran españoles . «De aquellos años recuerdo el comentario de un buen padre español que pensaba que “los japoneses nos han sacado la espinilla del 98”. Fue decapitado por ellos en el patio de la iglesia», contaba hace años el periodista José María Massip sobre su estancia en Filipinas aquel infausto año en el que la histórica influencia española en aquellas tierras fue borrada de un plumazo.

La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, después de Varsovia, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Y dentro de la ciudad, la zona habitada por las familias españolas, la del sur de Malate y de Intramuros, fue precisamente la más castigada de todas.

Aquellas «semanas indescriptibles»

«En España hay centenares de familias que saben, o que no saben, como murieron sus deudos en la capital de Filipinas, durante aquellas semanas indescriptibles», comentaba el corresponsal de ABC en Londres, tras la publicación del brutal informe del Gobierno japonés, sobre el considerado como «uno de los capítulos más negros de la historia militar del mundo».

Durante la retirada, las tropas japonesas prefirieron incendiar la ciudad indefensa y acabar con la vida de cuantos más ciudadanos y militares les fuera posible, en un cruel y desesperado intento por evitar que los supervivientes contaran su derrota. En total, 70.000 de los más de 100.000 muertos que tuvieron aquellos enfrentamiento en Filipinas.

«Cuando perdieron todo se complicó y el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos, como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza indiscriminada», contaba la escritora Carmen Güell, autora de «La última de Filipinas» , donde relata en primera persona el testimonio de Elena Lizarraga, una de las supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del salvajismo nipón.

Brutalmente asesinados

En pocos días, todo el pasado colonial español de Manila, presente en sus edificios históricos, fue arrasado y alrededor de 300 españoles de los 3.000 censados murieron brutalmente asesinados. «Muchos eran terratenientes que se habían quedado en Filipinas después de desaparecer como colonia», puntualizaba Güell.

«La piedad y la diplomacia no existieron. Sólo el horror de la guerra y el fuego»«La piedad, la diplomacia, la previsión, la hermandad asiática no existieron. Sólo existió el horror de la guerra y el fuego», contaba Massip en el 64 sobre la sangrienta, devastadora y absurda retirada nipona del archipiélago, donde murieron más personas que con las bombas atómicas que caerían, cinco meses después, sobre Hiroshima y Nagasaki.

La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, desde entonces, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial , después de Varsovia . Y dentro de Manila, la zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la más castigada de todas.

«Aún sigue sin entenderlo»

Aquel traumático final de la guerra del Pacífico significó, además el fin de la impronta española en las Filipinas, que se había mantenido fuertemente a pesar de los más de cuarenta años de colonización norteamericana. La propia presencia de ciudadanos españoles disminuyó en picado, ya que, además de los tres centenares que murieron de entre los 3.000 residentes, otros 500 volvieron a la Península, incapaces de empezar una nueva vida.

Elena Lizarraga, que en aquellos tristes días de 1945 fue herida de bala en el cuello, una buena cantidad de metralla se le incrustó en las piernas y a quien un soldado le hundió dos bayonetazos en la espalda que a punto estuvieron de matarla a sus 21 años, regresó pocos años después. El recuerdo de su padre y de su hermana pequeña Baby, que fueron asesinados, y la mutilación que sufrió otra de sus hermanas, Vicky, fue difícil de superar.

«Aún sigue sin entenderlo –concluye Güell sobre la tragedia de Lizarraga–. No tenía ningún sentido, ya habían perdido la guerra, no sacaban nada en limpio, pero se fueron matando y destruyendo para que no quedase nada en pie, ningún testigo de su derrota».

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