Así fue la dramática expedición española para curar con 22 «angelitos» la viruela en el mundo

Para lograr que la vacuna resistiese durante la travesía, el alicantino recurrió a una veintena de niños huérfanos, a falta de voluntarios, que fueron pasándose el virus de uno a otro. La travesía no fue fácil

Francisco Javier Balmis, médico alicantino
César Cervera

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Las Fuerzas Armadas han sido siempre una de las pocas instituciones que en España velan por la memoria común . Por lograr que las personas que han expuesto su integridad física y mental por la nación no acaban sepultadas en toneladas de olvido. De ahí que los nombres de sus unidades, naves y operaciones tengan siempre espacio para homenajear a los héroes del pasado.

El último ejemplo de ello es la Operación Balmis , nombre que el Ministerio de Defensa ha dado al dispositivo de despliegue militar para luchar contra la propagación del virus Covid-19. Balmis en honor al médico Francisco Javier Balmis que extendió la vacuna contra la viruela a principios del siglo XIX por medio mundo con el único objetivo de salvar cuantas más vidas mejor.

«A la vejez, viruelas»

Antes de su expedición a lo largo del globo, la viruela era una enfermedad infecciosa grave que se caracterizaba por los abultamientos que provoca en la piel, de ahí su nombre en latín variŭs (variado, variopinto), y por afectar tanto a ricos y pobres en la infancia o juventud. «A la vejez, viruelas» , el popular dicho, no es sino un recordatorio de que la enfermedad solía ensañarse sobre todo con los menores, a los que dejaba profundas huellas en la piel. Rara era la mujer u hombre que tuviera el rostro liso.

Si bien la enfermedad no fue erradicada por completo hasta avanzado el siglo XX, ya en la anterior centuria se crearon las herramientas para combatir y prevenir la viruela. Se conoce de varios científicos españoles, como Pedro Manuel Chaparro , que durante el siglo XVIII probaron con éxito métodos para inocular el virus en Chile, Perú y otros rincones del Imperio. No obstante, fue el británico Edward Jenner , conocido como «el padre de la inmunología», el que pasó a la historia por desarrollar un método científico de inoculación de la viruela tras darse cuenta de que las ordeñadoras de vacas no contraían la enfermedad porque estaban expuestas a la versión bovina del virus.

Jenner realizando su primera vacunación en James Phipps, un niño de 8 años. 14 de mayo de 1796

Edward Jenner , considerado uno de los grandes científicos en la historia de la humanidad, no logró en su tiempo, a finales del siglo XVIII, dar a conocer su método más allá de su pueblo. Lo más que Jenner pudo hacer fue construirse una cabaña en su jardín y vacunar a los niños del vecindario, en el condado de Gloucestershire. Nadie se interesó ni por su vacuna ni por él hasta que Francisco Javier Balmis inició una inoculación a nivel de todo el Imperio español, que en ese momento era como decir a nivel mundial.

Este militar, que llegó a ser el médico personal de Carlos IV , había vivido y trabajado en La Habana y en México, donde había investigado de primera mano las enfermedades venéreas y los tratamientos que podían paliar su desarrollo. Cuando Edward Jenner dio a conocer su descubrimiento de la vacuna antivariólica , Balmis se encontró entre sus más tempranos partidarios. A su vuelta a España convenció a este Rey y sus ministros para promover una expedición que esparciera, de forma altruista, la vacuna de la viruela a lo largo del globo.

Un virus transportado por niños

Para lograr que la vacuna resistiese durante la travesía, el alicantino recurrió a una veintena de niños huérfanos, a falta de voluntarios, que fueron pasándose el virus de uno a otro. Entre los veintidós niños (entre tres y nueve años) había seis venidos de la Casa de Desamparados de Madrid , otros once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco de Santiago.

Los niños eran sometidos a inoculaciones semanales, en dos de ellos, con el líquido obtenido de las pústulas de los vacunados la semana anterior. Balmis llevaba unos aparatos cuidadosamente preparados —termómetros, barómetros, una máquina neumática, miles de cristales para extensiones de pus...— así como dos mil ejemplares del texto sobre la vacuna que acababa de traducir y que estaba destinado a ser distribuido gratuitamente con objeto de difundir los conocimientos para la práctica de la vacunación.

El 30 de noviembre de 1803 zarpó el navío María de Pita con 37 personas desde el puerto de La Coruña. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna contra la Viruela estaba formada por Balmis, prestigioso cirujano; dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras y la rectora del orfanato Casa de Expósitos de La Coruña Isabel Zendal Gómez. El director era alicantino; el subdirector, el doctor José Salvany, catalán; la enfermera, Zendal, gallega y el capitán de la corbeta era vasco.

El María Pita, navío fletado para la expedición, partiendo del puerto de La Coruña en 1803 (grabado de Francisco Pérez).

Sobre esta enfermera, Balmis informó a los ministros de Carlos IV que se había dejado un trozo de ella en cada legua:

«La miserable Rectora que con excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos [los que hicieron el viaje a Filipinas] que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades».

Los niños eran sometidos a inoculaciones semanales, en dos de ellos, con el líquido obtenido de las pústulas de los vacunados la semana anterior.

El barco recorrió Puerto Rico, Venezuela, Cuba y varias ciudades de México. Varios médicos que formaban parte de ella llevaron la vacuna hasta Texas por el norte y Nueva Granada (Colombia) por el sur, y finalmente alcanzaron Chiloé en Chile. Los obstáculos que sufrieron los expedicionarios fueron extraordinarios: el viaje se inició con un naufragio en la desembocadura del río Magdalena , Salvany enfermó de gravedad y quedó ciego del ojo izquierdo antes de morir en la ciudad de Cochabamba, en 1810, como consecuencia de las duras penalidades que tuvo que sufrir cumpliendo la misión de introducir la vacuna en la cordillera andina. La mayor parte de los miembros de esta subexpedición no regresaría a la Península.

Viaje al Pacífico

La necesidad de nuevos niños para transportar el virus obligó a Balmis, ante la negativa de las autoridades locales a facilitar huéfanos, a la compra de esclavos, tres mujeres y la incorporación de un niño, en Cuba. Muchos mandos y altos clérigos americanos ignoraron a la expedición ante la creencia de que no resultaba un método eficaz contra la viruela , si bien no faltaron mandos intermedios que ayudaron a vacunar a miles de personas en cada puerto que visitaban.

Solo uno de los veintidós niños originales falleció durante la travesía, mientras que el resto ingresó en el hospicio y luego fueron adoptados en México. En septiembre de 1805 la expedición abandonó América y zarpó de Acapulco rumbo a Manila con 26 nuevos niños.

Busto de Francisco Javier Balmis en la Facultad de Medicina de la UMH en San Juan de Alicante.

La expedición vacunó en Filipinas e incluso realizó varias incursiones en territorio chino, fundamentalmente en la zona de Cantón. A bordo de la fragata Diligencia , Balmis, junto con Francisco Pastor y tres niños, se dirigieron a Macao, sufriendo las consecuencias de un tifón. Aquello salvó una cantidad indeterminada de vidas y, como finalidad secundaria, recabó un amplio estudio científico natural, sobre todo botánico, de las zonas donde desarrollaba la actividad como vacunadores.

El ayudante Antonio Gutiérrez fue encargado de devolver a México los veintiséis niños que habían traído a Filipinas. Con graves problemas económicos para costearse el viaje a España, Balmis recibió la ayuda de un agente de la Real Compañía Filipina de Cantón , con el préstamo de los dos mil quinientos pesos que necesitaba. A su regreso por la isla de Santa Elena, Balmis introdujo también allí la vacuna, en junio de 1806 y el 14 de agosto arribó al puerto de Lisboa. El 7 de septiembre de ese año fue recibido por Carlos IV en San Ildefonso, quien le cubrió de felicitaciones por su labor.

El científico y divulgador Alexander von Humboldt avaló aquel viaje «como el más memorable en los anales de la historia», mientras que el propio Edward Jenner, que se dio a conocer a nivel mundial con la expedición y con la decisión de Napoleón de vacunar a sus tropas en 1805, escribió: «No puedo imaginar que en los anales de la historia se encuentre un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este».

Para la OMS aquello fue oficialmente la primera campaña médica internacional.

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