De Custer a Patton: las bravuconas palabras antes de morir de los generales más controvertidos de la historia

Personajes como Napoleón se acordaron en su lecho de muerte de su primer amor. Aníbal, por su parte, fue irónico al recordar sus guerras contra Roma

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Manuel P. Villatoro

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Pocos datos cuesta más perseguir en los legajos históricos que las palabras pronunciadas por un gran personaje antes de morir , pues el mito suele rodearlas. Sin embargo, y más allá de sean meras invenciones de unas familias ávidas de mantener un recuerdo agradable del finado, lo cierto es que el último aliento de un hombre tiene mucho más de verdad que la retahíla de falsedades con las que solemos bombardear a los que nos rodean jornada tras jornada. Debe ser la cercanía de la luz al final del túnel.

Valga como ejemplo la última frase coherente que el mariscal de campo Bernard Montgomery (controvertido hasta la saciedad durante la Segunda Guerra Mundial) dijo a su esposa antes de morir: «No pude dormir anoche. Me fue imposible. No pasará mucho tiempo antes de que me vaya. Tengo que encontrarme con Dios y dar explicaciones a esos hombres que maté en el Alamein ». No podían estar más ligadas con su fervor religioso y con la que fue una de sus mayores preocupaciones desde que observó cómo miles de hombres caían en las grandes ofensivas de la Gran Guerra : evitar las bajas inútiles en el campo de batalla.

Aníbal (248 A.C. - 182 A.C.)

El general cartaginés Aníbal es considerado como el azote de las legiones. Su punto álgido como militar lo vivió cuando, durante la Segunda Guerra Púnica , viajó desde la Península Ibérica hasta la Ciudad Eterna a través de los Pirineos y los Alpes . El camino, ya de por sí extenuante y complejo para su infantería, lo hizo además acompañado de varios elefantes de guerra (más pequeños que los actuales). En Italia demostró que era un genio militar al cosechar tres grandes victorias en Trebia , Trasimene . y Cannas . Pasó nada menos que quince años en la zona y, como es más que conocido, arribó hasta las puertas de la misma Roma.

Aníbal Barca arenga a las tropas

Aníbal se vio obligado a regresar a su Cartago natal cuando las legiones enviadas para reforzar la ciudad arribaron desde el norte de Italia y Roma inició su particular invasión del norte de África. Pero sus enemigos le persiguieron hasta el fin del mundo. En el 202 a.C. Escipión «el Africano» acabó con los restos de su ejército en la batalla de Zama . Desde ese momento empezó su particular calvario. Para empezar, el azote de Roma se vio obligado a pagar reparaciones de guerra a sus enemigos y las medidas recaudatorias le volvieron impopular entre sus súbditos. Al final, no le quedó más remedio que iniciar un exilio que le llevó a territorio de los selyúcidas , Armenia y Bitinia (en Asia Menor).

Pero su marcha no fue suficiente para una Roma que ansiaba su muerte. Las legiones le siguieron hasta el reino de Bitnia y, cuando su rey, Prusias I , firmó un acuerdo para entregar a Aníbal, este prefirió ingerir una toxina para evitar caer en manos enemigos. Murió a los 64 años y, según escribió Tito Livio, estas fueron sus últimas palabras: «Liberemos al pueblo romano de sus preocupaciones, ya que no saben esperar la muerte de un anciano. De un hombre traicionado y desarmado no obtendrán una victoria grandiosa ni memorable. […] Estos hombres han enviado a un legado para que aconseje a Prusias que asesine de forma malvada a un invitado». Luego, según el historiador clásico, se limitó a vaciar una copa llena de veneno y abandonó este mundo.

William Wallace (1270 - 1305)

Las sombras que rodean la vida de William Wallace son más populares que sus luces. Quizá, porque la película « Braveheart » no ha ayudado a extender toda la verdad sobre sus hazañas. Famoso por liderar a las fuerzas escocesas ansiosas de independencia contra Inglaterra, este personaje fue capturado, el 3 de agosto de 1305 , en las cercanías de Glasgow por sus enemigos. A toda velocidad fue trasladado hasta Londres , donde se le prometió un juicio. De lo que no le informaron era de que, durante el proceso, no iba a haber jurado ni dispondría de un abogado. Su destino estaba sentenciado.

Durante el juicio, Wallace fue coronado con guirnaldas de roble para dar a entender que había sido el rey de los forajidos. Aunque en principio no se le permitía hablar, alzó la voz y respondió a las acusaciones que le tildaban de traidor: «¡No he podido traicionar al rey Eduardo porque nunca he sido su vasallo!» Luego afirmó que su verdadero monarca era John Balliol , regente de Escocia desde 1292 hasta 1296, cuando los ingleses le obligaron a abdicar y exiliarse a cambio de perdonarle la vida. En la actualidad, el autor Terry Breverton explica en una de sus obras ( «Immortal last words» ) que esas fueron sus últimas palabras.

William Wallace

Lo que vino después fue una barbaridad. Wallace fue sacado a golpes de la sala donde se celebraba aquella farsa y, desnudo, fue atado a un caballo que arrastró su cuerpo hasta el patíbulo. El verdugo no tuvo piedad: le estranguló por ahorcamiento y le liberó de la cuerda cuando estaba a punto de ahogarse; le decapitó; cortó su cadáver en cuatro partes y quemó sus intestinos frente a los presentes. Su cabeza fue clavada en una pica sobre el Puente de Londres y sus miembros, amputados, llevados hasta las localidades de Newcastle , Berwick , Stirling y Aberdeen (donde fueron exhibidos como aviso).

Napoleón Bonaparte (1769 - 1821)

El desastre de la batalla de Waterloo condenó al, en otro tiempo, gran emperador francés al destierro en la isla de Santa Elena . En 1815 arribó a este pequeño y perdido territorio del Atlántico Sur . Sus últimos años de vida fueron un verdadero calvario. En febrero de 1821, su ya debilitada salud sufrió un varapalo. Cuando dos médicos británicos pudieron explorarle tras llegar a la zona, allá por el 3 de mayo, las noticias confirmaron lo peor: tan solo podía recibir cuidados paliativos por culpa de un cáncer de estómago y solo era cuestión de tiempo que dejara este mundo. Apenas dos jornadas después la vida del «petit corso» se apagó después de una lenta agonía.

Napoleón Bonaparte , revolucionario primero y emperador después, tuvo dos 'últimas palabras', si es que pueden llamarse así. Las primeras fueron las que dejó sobre blanco en sus últimas voluntades, y eran ásperas y cargadas de dolor: «Muero antes de mi tiempo, asesinado por la oligarquía inglesa y su matón a sueldo». Aquellas que expiró antes de dejar este mundo fueron algo más incongruentes: « Francia, ejército, general, Josefina ». La última hacía referencia a Josefina de Beauharnais , una mujer a la que había querido con locura, pero de la que se separó al saber que -mientras él combatía en Egipto- ella disfrutaba de las riquezas de su marido junto a un amante.

Ramón María Narváez y Campos (1799 - 1867)

Nuestro protagonista, militar de carrera, eligió el bando liberal durante los turbios años del siglo XIX que sacudieron nuestro país. No le fue mal, pues tuvo un papel reseñable a la hora de terminar con la revuelta absolutista protagonizada por la Guardia Real en 1822. Para su desgracia, tuvo que exiliarse cuando los «Cien mil hijos de San Luis» (el ejército enviado para restablecer la monarquía) llegó a la Península Ibérica .

Tras la muerte del monarca, Fernando VII , Ramón María Narváez y Campos regresó a España y defendió los intereses de Isabel II en la Primera Guerra Carlista . Con todo, la ascensión hasta la regencia de Espartero (con el que mantenía una tensa relación, le obligó a partir a Francia. Él fue, desde entonces, su bestia negra.

Ramón María Narváez y Campos

Regresó en 1843, cuando dio un golpe de estado contra el mencionado Espartero . A partir de entonces, entre 1844 y 1868 , fue llamado para formar gobierno hasta en siete ocasiones. Líder del partido moderado, aplacó las revueltas carlistas y se convirtió en uno de los grandes sustentos de la Corona en los siguientes años. Se destacó, no obstante, por su autoritarismo.

La versión más extendida sobre las últimas palabras de Ramón María Narváez y Campos ha sido calificada de mito en muchas ocasiones. Sin embargo, la leyenda se merece un hueco en esta lista. Falleció el 23 de abril de 1868 después de pronunciar -presuntamente- la siguiente frase: «No necesito perdonar a mis enemigos, puesto que los he matado a todos» .

George A. Custer (1839 - 1876)

Aunque las películas nos han vendido la imagen de un Custer heroico capaz de luchar hasta la muerte por sus compañeros, la realidad es bien diferente. Este militar se hizo su particular hueco en el ejército durante la Guerra Civil norteamericana como oficial de caballería. Lo llamativo es que no lo consiguió mediante ingenio o valentía, sino lanzándose de bruces contra un enemigo al que apabullaba aprovechándose de su ingente número de soldados. No se le pueden negar, eso sí, sus continuos ascensos en el escalafón. Y tampoco que tuviera un papel destacado en la rendición (a la postre definitiva) de los confederados en la batalla de Appomattox .

Degradado tras la contienda, Estados Unidos le puso después al frente del recién creado Séptimo Regimiento de Caballería y le dio órdenes de salvaguardar la integridad de los estadounidenses que, a golpe de fusil, ganaban terreno a los nativos en el oeste. En breve, y después de que el Gobierno aprobara la deportación de los indios hacia reservas alejadas del progreso occidental, Custer se hizo famoso por la extrema crueldad que mostraba contra los poblados que se le ordenaba atacar. Nunca le importó que los enemigos fuesen mujeres y niños.

Custer

En verano, el ejército de los Estados Unidos inició una campaña para expulsar por la fuerza a los nativos (la mayoría, de las tribus Sioux y Cheyenne ) que todavía se negaban a abandonar sus tierras.

Custer, al mando del Séptimo Regimiento de Caballería , se adelantó y, el 25 de junio, atacó sin refuerzos el campamento de Toro Sentado y Caballo Loco en Little Bighorn . Creía que sería un paseo militar, pero se llevó una sorpresa. En pocas horas se vio superado por un número ingente de nativos que, poco a poco, cercaron a los soldados. « Cabellos largos », como era apodado, cayó en batalla junto a otros 270 de sus compañeros. Antes de morir, y según desveló uno de los supervivientes (Charles Windolph) no dejó de animar a sus hombres. Sus últimas palabras así lo demuestran: « ¡Vamos chicos, los tenemos donde queríamos . Acabaremos con ellos y volveremos a casa para la siguiente estación!».

George Patton (1885 - 1945)

George Patton fue, a la par, uno de los oficiales más controvertidos y más eficientes de la Segunda Guerra Mundial . Firme defensor del uso de blindados durante la Gran Guerra de 1914, el estadounidense ascendió poco a poco en el escalafón hasta convertirse en general. Después del ataque de Pearl Harbour y la entrada de los Estados Unidos en la contienda contra Adolf Hitler, fue enviado a África y, poco después, a Sicilia. En ambos frentes se destacó como un líder nato, pero también severo. Ejemplo de ello es que, en una ocasión, orinó sobre la trinchera en la que varios soldados se cubrían de las bombas alemanas porque consideraba que eran unos cobardes.

La controversia siempre lo acompañó; 1943 marcó su carrera militar y, a la larga, hizo que le apartaran del frente de Normandía . Aquel año se hizo tristemente famoso en los medios de comunicación por abofetear y obligar a regresar al frente a dos combatientes aquejados de fiebres, estrés y fatiga de combate. «No admito lo de este hijo de puta. ¡Cabrón sin huevos, te vas de vuelta al frente!», le espetó a uno de ellos. Para entonces ya era famoso por su mal carácter y por sus arengas llenas de soflamas violentas e insultos. «El objetivo de la guerra no es morir por tu país, sino hacer que otro bastardo muera por el suyo», afirmó en una ocasión.

A pesar de las tensiones entre él e Ike Eisenhower , Patton avanzó como un rayo hacia Francfurt tras el verano de 1944 y, poco después, ayudó a descongestionar el frente de las Ardenas cuando Adolf Hitler lanzó allí su última ofensiva de la Segunda Guerra Mundial . Ya en Alemania, recibió órdenes de detener su avance para permitir que fueran los soviéticos los que llegaran en primer lugar a Berlín. Aquello le marcó y se convirtió en una molestia para sus mandos al criticar las relaciones entre ambos países. El 9 de diciembre de 1945 se dislocó el cuello y una vértebra en un extraño accidente de coche que lo dejó paralizado (aunque también se habla de un posible atentado).

Antes de dejar este mundo, el 21 de ese mismo mes, le dijo a su acompañante: «Esta es una forma estúpida de morir». Luego (según afirma Joseph W. Lewis Jr. En su obra «Last and Near-Last Words of the Famous, Infamous and Those In-Between» ) añadió: «Esto está muy oscuro. Lo entiendo, pero es demasiado tarde».

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