Las confesiones a ABC del 'Brujo' Amancio: «Me chillaron, pero mi amor propio hizo que superara los complejos»
El diario madrileño entrevistó a la leyenda blanca con motivo de su inminente retirada y conversó con él sobre su futuro, que hoy es el pasado lejano
Para unos era ‘el gallego sabio’, para otros ‘el brujo’. Entre lo racional y lo irreal, lo profano y lo mágico, desarrolló su exitosa carrera Amancio Amaro Varela, el rápido extremo derecho que junto a Paco Gento lideró al denominado 'Madrid de los Yé-yé' para conquistar el sexto gran título europeo para el club en la temporada 1965-66. Su muerte no solo apaga una era gloriosa para el fútbol español, sino una personalidad que llegó a ser la más relevante del deporte de su tiempo.
«En verdad es un genio del balón; un genio que, durante los encuentros, hace y deshace según le viene en gana. Su calidad, su talla futbolística ha sabido crear una aureola de respeto y admiración en el ánimo de todos los entendidos; de todos sus compañeros de profesión. A veces no ‘luce’ en todos los partidos, porque es un futbolista de altibajos , porque, como todos, tiene sus tardes buenas y otras menos buenas; pero cuando le sale su partido, cuando explica con el balón en los pies todos los secretos del deporte-rey, hace levantar a los espectadores de sus asientos. Amancio Amaro Várela , interior-extremo del Real Madrid, se ha constituido, con el transcurrir de su tiempo profesional, en uno de los más grandes mitos del fútbol; pero en un mito de cimientos firmemente asentados».
Así lo describía en las páginas de ABC (11 de marzo de 1973) Horacio Martínez-Morata, que este mismo artículo recorría su complicada infancia como hijo de un pintor humilde en La Coruña que pateaba el balón en sus ratos libres. Cuatro años en el Deportivo le curtieron para dar el saltó al Real Madrid en la temporada 1962-63 por una cantidad de diez millones de pesetas y varios jugadores. Con el club madrileó logró prácticamente todo siendo titular indiscutible durante más de una década: varias veces campeón de Liga, una vez campeón de Copa, campeón de la Copa de Europa... También logró el éxito como capitán de la selección, de la que se proclamó campeón de Europa, hasta convertirse en un jugador capaz de «dejar sentado a un rival en un palmo de terreno. Merced a sus regates increíbles, a sus caracoleos inverosímiles —donde el juego de cintura es el que predomina—, a sus giros de cuerpo, al saber esconder misteriosamente el balón entre los pies», en palabras del cronista.
Asediado por las lesiones y el cansancio, Amancio anunció en 1970 que aquella sería su última temporada como futbolista: «Viejo no lo soy. Al menos, eso creo yo. Tengo treinta años, y de proponérmelo jugaría seis más. Pero prefiero retirarme siendo aún joven». Un amago propio del regateador que llevaba dentro que nunca se materializó, pues no se retiraría hasta justo eso, seis años, en 1976 tras haber disputado 471 partidos en los que anotó 155 goles, situándose como cuarto máximo anotador de la historia del Real Madrid C. F., por detrás de Alfredo Di Stéfano , Ferenc Puskás y Paco Gento.
En ese año de despedida el club y los medios se volcaron con su homenaje. El 30 de agosto de 1975, víspera de su último baile, el periodista de ABC Ventura Gilera mantuvo una intensa conversación con un futbolista que calificaba como «inteligente, de vuelta de todo» sobre su larga trayectoria y el futuro, que hoy es ya un pasado remoto.
—Y, ¿cómo fue lo de fichar por el Real?
—Pues resulta que Oviedo, Sevilla y Barcelona se interesaron por mí...
—Un momento. ¿Pudo ser Amancio jugador del Barcelona?
—Efectivamente. El señor Tamburini, que en paz descanse, estaba entonces muy ligado al Barcelona. Tenía en aquella ciudad su negocio de telas y viajaba con frecuencia a Coruña. Un día vino a verme y hablamos de dinero; aunque no era mucho, le dije que hablara con el Deportivo, pero, al parecer, no hubo acuerdo.
—¡Qué dirán en Barcelona ahora! Sigamos, pues...
—Pues, sí... el Real Madrid entró en conversaciones con el club, pero sin estar yo presente. Estaba yo entonces en la preselección española para el Mundial de Chile, y, tras ser rechazado por Hernández Coronado y Helenio Herrera, me fui a Coruña. A los pocos días surgió lo de venir al Real y así fue que una tarde me vine, casi por sorpresa, con Antonio González, que entonces era secretario y, después, llegó a presidente del Deportivo. Y fiché.
—Y en el Madrid, ¿cómo se sentía un jovencito junto a las grandes figuras de la historia?
—¡Ay, qué bueno era aquello! Con ellos, con Di Stéfano, Puskas, Gento, Santamaría, Muller y los demás, hice mi aprendizaje. Me chillaron un poco, pero mi amor propio hizo que aceptara y superara los complejos del principio.
—Pero, ¡cómo! ¿Chillar a un «mago», a un «genio»?
—Santamaría, Alfredo y Puskas eran los que más me gritaban. Tenían un carácter fuerte, pero eran responsables de todo lo que hacían. Eran conscientes y serios en el terreno de juego. Luego, fuera del campo, se transformaban en amigos, en excelentes compañeros. Significaron mucho para mí. Sus broncas no eran más que para ayudarme, para alentarme; me molestaban para que yo y otro compañero superáramos el fallo. Entonces tenía veintiún años y ellos me decían: «Si es por tu bien, si es por tu bien; podríamos callarnos porque estamos satisfechos del deber cumplido, pero te regañamos porque sabemos que tú tienes posibilidades».
—Y de ellos, con la mano en el corazón, ¿quién era el mejor?
—Puskas. Sí, sí, Puskas. Tenía una técnica tan especial, un estilo tan depurado.. Somos muchos los jugadores que cuando tiramos a puerta vemos dos palos, un poste cruzado y pensamos «a ver si entra». Puskas, en cambio, tiraba ahí, no por casualidad. Y, además, las «paredes»: te servía la pelota en bandeja. Pese a Di Stéfano, Santamaría y los demás, Puskas fue el mejor.
—Y ahora, a punto de homenaje, ¿cómo ve la historia en el Madrid?
—Mi balance es muy positivo. El Real me ha dado una gran estabilidad y sin él no me hubiera hecho el nombre que tengo. ¿Puedo decir una cosa? El prestigio que tiene el Madrid no lo tiene nadie. Ese amor propio, que pienso que fue inculcado por Alfredo di Stéfano, no reina en ningún equipo. Esa camaradería y esos deseos de triunfar a sabiendas de que en algún momento pudimos ser inferiores para superarnos... Eso, mi querido amigo, no lo hay en otro equipo que no sea el Real Madrid.
«Esa camaradería y esos deseos de triunfar a sabiendas de que en algún momento pudimos ser inferiores para superarnos...»
—En una trayectoria tan dilatada, ¿qué jugadores «de fuera» le causaron impresión?
—El que más me llamó la atención fue Uwe Seeler, el alemán; también Amarillo —el brasileño—, cuando jugaba en el Milán. Y Mazzola, el del Inter, al que vi poco, y dicen que se parecía a mi fue a George Best.
—¿Qué hace un jugador en esos momentos muertos? ¿En qué piensa?
—A veces se lee mucho, pero siempre como pura evasión. Yo me entretengo con novelas de Harold Robbins o Morris West. Pero, ya digo, soy muy irregular, muy voluble, y de repente me tiro un buen tiempo sin leer. Pienso en mi familia, en los negocios...
—¿Cómo es esa vida fuera del fútbol?
—En el aspecto familiar, algo distinto e insuperable. Estoy casado y tengo cuatro hijos: uno-una-uno-una; el mayor con nueve años. Quiero que estudie, y que luego, si le viene en gana, sea futbolista. Pero tiene que aprender porque cuando alguna vez llego a casa y me pregunta que si he metido algún gol y le respondo que no, dice: «¡Qué malo eres, papá!». Debo enseñarle que no es necesario hacer goles, sino contribuir a marcarlos.
—Y cuando usted termine, el año que viene o cuando sea. ¿quedará Amancio desligado del fútbol?
—Ni hablar. Como entrenador, o como sea, seguiré en el balón. Yo creo, sin tomarlo como petulancia, que tengo cosas que enseñar. Y espero, ese es mi deseo, que fuera siempre de blanco y con el escudo del Real Madrid .
—Y para terminar: al cabo de tantos años haciendo filigranas, ¿sabría usted definirse como futbolista?
—Ni hablar. Es curioso, pero no sé cómo juego. Me veo algunas veces en diferido y se me abre la boca de asombro porque la impresión que siento de mí mismo es rarísima viendo el lío que yo mismo me hago con las piernas.