El revolucionario (pero olvidado) arquitecto español que cambió el «skyline» de Nueva York

Un desconocido hasta épocas muy recientes, el constructor valenciano Rafael Guastavino es responsable de mil edificios históricos de Estados Unidos, de los cuales hoy todavía siguen en pie unos 600

Rafael Guastavino, nacido en Valencia en 1842 y murio en Baltimore en 1908 ABC

Israel Viana

Desde su nacimiento en Valencia el 1 de marzo de 1842 hasta su llegada a Nueva York en 1881, en la prensa española apenas encontramos seis pequeñas menciones del ilustre y desconocido protagonista de este reportaje. Que si « Rafael Guastavino ha recibido el encargo de arreglar el local de la Exposición Marítima de Barcelona» (« Gaceta de los Caminos de Hierro »), que si «los elegantes proyectos arquitectónicos de Rafael Guastavino son justamente elogiados» (« Almanaque de El Museo de la industria »)... y poco más.

Con Guastavino no parece que haya término medio en lo que a su reconocimiento histórico se refiere. O se le ignora por completo o se le atribuyen en exclusiva obras en los que participó más como constructor que como arquitecto. Pero lo que parece ignorar todo el mundo actualmente es que este valenciano que empezó a trabajar como arquitecto en su ciudad natal en 1866 –tras aprender el oficio en la escuela de Maestros de Obras de Barcelona– es el responsable de 360 edificios en Nueva York, más de un centenar en Boston y otros tantos en Baltimore, Washington y Filadelfia, además de algunas ciudades de Canadá y Cuba.

Llegó a la Gran Manzana a comienzos de 1881 con su hijo de nueve años, 40.000 dólares en la maleta y sin saber una palabra de inglés. Le acompañaban su ama de llaves y las dos niñas de ésta. Se cree que huyó de España y se refugió en Estados Unidos por una serie de problemas personales. En concreto, sus continuas infidelidades y el hecho de que, a raíz de estas, su mujer le abandonara y se marchara a Argentina con sus otros dos hijos. Aquello hizo crecer su descrédito social en Barcelona, donde ya era un arquitecto respetado y consolidado por las sensacionales obras de la fábrica textil Batlló y el Teatro La Massa , en Vilassar de Dalt. Pensó que su carrera se vería afectada por ello y se marchó. Guastavino nunca volvería a España, pero lo cierto es que encarnó como pocos el sueño americano.

Bóveda tabicada española

Eligió la ciudad de Nueva York porque vio en ella el caldo de cultivo perfecto para un arquitecto como él. Desde el inicio de su carrera había buscado la proyección internacional, participando en todo tipo de exposiciones nacionales e internacionales. De hecho, ya había estado en Estados Unidos en 1876 para participar con gran éxito en la Exposición del Centenario de Filadelfia. Allí vendió las bondades de la bóveda tabicada española, un sistema de construcción muy popular en el que se utilizan capas de ladrillos finos para construir estructuras muy ligeras, pero de gran resistencia.

Llegó a Nueva York en un momento crítico en la historia de la arquitectura, después de los incendios gigantescos sufridos en Chicago y Boston en 1871 y 1872. Una tragedia que produjo 300 muertos, arrasó 76 edificios y 26 hectáreas del centro de ambas ciudades y dejó a más de 10.000 personas sin hogar. Aquello puso en tela de juicio la seguridad de las estructuras de madera con las que se construían la mayoría de los edificios y él trajo la solución: una versión mejorada de las bóvedas tabicadas que había presentado en Filadelfia, con piezas cerámicas planas que se empleaban desde tiempos antiguos en la arquitectura del Mediterráneo, pero más baratas, rápidas de construir, sólidas y, sobre todo, ignífugas. Esta última una cualidad importantísima con la que se dice que salvó la vida a miles de estadounidenses dados las últimas catástrofes.

La intención de Guastavino al llegar a Estados Unidos fue la de hacerse un hueco como arquitecto y lograr el mismo prestigio que tenía en la Comunidad Valenciana y Barcelona. Consiguió firmar algunos proyectos, pero la suerte no le sonrió mucho en este sentido. La verdadera oportunidad no le llegó hasta un tiempo después, cuando fue contratado por el estudio de arquitectura más importante de la época (), a los que se ofreció para construir gratis la bóveda de la Biblioteca Pública de Boston con su técnica, la primera pública y municipal de América del Norte.

Estación de City Hall ABC

Fue una hábil estrategia del arquitecto valenciano, puesto que sabía que aquello le daría la fama que necesitaba para que le surgieran más trabajos como aquel. Como revela el documental dirigido por Eva Vizcarra, « El arquitecto de Nueva York » (2016) –en referencia al calificativo que le puso «The New York Times» el día de su muerte en 1906–, Guastavino construyó aquella bóveda en un lugar público, llamó a la prensa y le prendió fuego para demostrar que era resistente a la llamas, para conseguir captar la atención.

Y lo consiguió, porque los contratos a partir de ese momento fueron cada vez más numerosos e importantes. Y las aportaciones tanto de Rafael Guastavino como de su hijo, que heredó la empresa que mondo ( Guastavino Fireproof Construction Company ) y siguió trabajando bajo el mismo nombre hasta 1962, impresionantes. Antes de que acabara el siglo XIX, montó también una fábrica a las afueras de Boston para elaborar los ladrillos y azulejos policromados y ya era la responsable de la espectacular Sala de Registro del edificio de inmigración de la isla de Ellis (1900), que se construyó para reemplazar el anterior de madera que habían sufrido un incendio en 1897. Resulta curioso pensar que aquel inmigrante español fuera el autor de la impresionante bóveda que se constituyó como puerta de entrada al país de millones de inmigrantes hasta hace no mucho.

A estas se sumaron otras mucha proezas, entre las que había bibliotecas, iglesias, edificios gubernamentales, museos, universidades, auditorios, estaciones de metro y ferrocarril, puentes, túneles, hoteles y edificios privados. Al final acabó superando los mil edificios en todo el continente americano, de los cuales hoy todavía siguen en pie unos 600. Para que se hagan una idea, en 1910 participaba simultáneamente en la construcción de 100 de estas construcciones en 12 ciudades diferentes de Estados Unidos.

Grand Central Terminal

La mayoría de ellos están en Boston y, sobre todo, en Nueva York. Dicen que resulta imposible escapar de la sombra de sus edificios si uno pasea por la Gran Manzana. El archiconocido y la contigua «Galería de los Susurros» de la Grand Central Terminal de Nueva York, que cada año recorren millones de turistas, son suyas. Esta última, además, era el rincón preferido del mito del jazz Charles Mingus. También se puede ver su mano en la Sinagoga Emanu-El y en la la catedral de San Juan el Divino , que contiene muchas bóvedas y escaleras de Guastavino, además de la gran cúpula central de teja, con sus 33 metros de luz y 50 de altura aún imperturbable a pesar de las críticas en los periódicos de la época.

Se pueden destacar, asimismo, su intervención en la Iglesia Episcopal de San Bartolomé , ubicada en la Quinta Avenida; en el famoso Hospital Monte Sinaí , aquel que inmortalizó el escritor José Luis Sampedro en «Fronteras»; en la estación de metro City Hall , de 1904, hoy inactiva pero convertida hoy en un lugar de peregrinación para amantes de la arquitectura, y en las arcadas abovedadas bajo el famoso Puente de Queensboro , construido en 1909 y popularizado por Woody Allen años después en la película «Manhattan». Y no podemos olvidar la autoría de Guastavino de las bóvedas del mítico Carnegie Hall y las del Museo Americano de Historia Natural , en Nueva York, o las del edificio de la Corte Suprema de Estados Unidos , en Washington.

Las aportaciones de este arquitecto valenciano son tan impresionantes que sorprende su falta de reconocimiento. Hasta 1972 no es citado en ningún libro de arquitectura y la primera tesis sobre su obra no se realizó hasta 2004. En 2008 se le dedicó una exposición en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En 2014, otra en el Museo de la Ciudad de Nueva York, bajo el nombre de «Palacios para el pueblo: Guastavino y el arte del alicatado». Ninguna en España, donde por lo menos se rodó el documental de Eva Vizcarra, que recibió el Delfín de Oro en los Cannes Corporate Media & TV Awards.

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