Canibalismo en la Primera Guerra Carlista: el conflicto olvidado entre Borbones que desangró España

Un capitán de los isabelinos narró su duro periplo junto a dos mil presos desde Villar de los Navarros hasta uno de los sitios establecidos al final de la guerra para el canje de prisioneros. Lo primero que hicieron los carlistas fue desnudarlos y vestirlos con un pantalón y camisa de suciedad repugnante.

Cuadro «Calderote» (Primera Guerra Carlista) de Ferrer Dalmau
César Cervera

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En vida de Fernando VII, que anuló la llamada Ley Sálica para que reinara su hija Isabel, su inseparable hermano Carlos María Isidro no se atrevió a desafiarle abiertamente por respeto y algo de miedo. Sin embargo, cuando a la muerte del Rey se designó regente a María Cristina, esposa de Fernando, y se mantuvo como heredera al trono a esa niña de corta edad, sí levantó la voz Carlos y el 29 de septiembre de 1833 lanzó un manifiesto recamando la corona. El 6 de octubre, el general Santos Ladrón de Cegama proclamó a Carlos como Rey de España en la localidad de Tricio (La Rioja), fecha en la que comenzaron las hostilidades entre lo que, simplificado, se puede resumir como la España de las ciudades contra la España rural, con el clero y los absolutistas de parte del pretendiente carlista y las ciudades más comerciales y liberales de parte de la pequeña Isabel.

A pesar de la diferencia de medios entre un bando y otro, Don Carlos halló grandes talentos en mandos como Tomás de Zumalacárregui y Ramón Cabrera que alargaron la guerra, valiéndose del entorno montañoso, más allá de lo que cualquier liberal hubiera imaginado. Sus huestes estaban nutridas de voluntarios de las llamadas Provincias Vascongadas, la Cataluña pirenaica y del Maestrazgo , frente a tropas del Ejército, que casi en su totalidad se mantuvo fiel a Isabel. Para unos era la lucha por instaurar el liberalismo en España, y para otros la defensa de las tradiciones, el absolutismo y los privilegios feudales que algunas regiones todavía conservaban, como en el caso de Navarra.

Campos de intercambio de prisioneros

Las características de esta guerra asimétrica e ideologizada minaron sus siete largos años de episodios de extrema violencia, como todo conflicto fratricida . Desbocada la sangre, el 27 de abril de 1835 se firmó el «convenio de Lord Elliott» entre ambos ejércitos para aliviar algo la violencia del conflicto, de modo que se establecieron puntos para canjear a los prisioneros de un bando por los de otros. Estos pueblos señalados gozaban de inmunidad mientras no se fabricara armas en ellos y, en la práctica, se convirtieron en campos de concentración donde los soldados morían de frío, agotamiento o falta de comida a la espera de ser liberados. Y donde incluso se produjeron episodios de canibalismo, como pudo documentar el viajero y barón Charles Dembowski , autor de la crónica de la guerra «Deux ans en Espagne et en Portugal pedant la guerre civile».

Su obra recoge el testimonio de un capitán de Ligeros de Caballería del bando liberal, preso de los carlistas tras una batalla en agosto de 1838. En un encuentro posterior con el francés en Aranjuez, el oficial le narró su duro periplo junto a dos mil presos desde Villar de los Navarros hasta uno de los sitios establecidos al final de la guerra para el canje de prisioneros. Lo primero que hicieron los carlistas fue desnudarlos y vestirlos con un pantalón y camisa de suciedad repugnante. Luego comenzó una marcha a pie donde muchos fueron muriendo por agotamiento o porque, al ralentizar la marcha, eran ejecutados. Sin asistencia médica de ningún tipo, algunos heridos se curaban las heridas con aceite de las lámparas.

Mapa de calor de los lugares que registraron más batallas y actos militares durante la guerra

El viaje recorrió las tierras de Peñarroya, Vinaroz, Morella y Cantavieja . Cada día estaban más hambrientos y más desesperados. Cuenta el capitán que el día de año nuevo de 1838 fue uno de los más terroríficos de su vida:

«La noche del 1 de enero estaba yo profundamente aletargado cuando me desperté con sobresalto bajo la impresión simultánea de una mano que me apretaba la garganta y de la más dolorosa desgarradura en el hombro».

Uno de sus camaradas lo había confundido con un muerto y trataba de comérselo. El canibalismo se extendió entre las tropas en los siguientes días. «Varios de nuestros agonizantes murieron, y por la mañana se veía en ellos la huella ver horribles mordeduras. Cada cual temblaba por sí. El jefe carlista, instruido de aquellos sucesos, ordenó vigilarlos. Durante la noche del 5 nueve frenéticos fueron sorprendidos mordiendo cadáveres».

La Primera Guerra Carlista, a la que le siguieron dos más, se saldó con la muerte de más de 130.000 combatientes

Los mandos carlistas cortaron estas prácticas en seco al fusilar a unos cuantos liberales que pillaron infraganti mordiendo cadáveres acusados de crímenes de lesa Humanidad .

Las víctimas de la guerra

Baldomero Espartero, hijo de un humilde maestro de carretería, se encargó de cerrar la contienda en 1840. Tras siete años de guerra fue él, con Fernández de Córdova fuera del país, quien asumió el liderazgo de las fuerzas isabelinas y escenificó la conclusión del conflicto. Como representante isabelino firmó en Oñate (Guipúzcoa) el 31 de agosto de 1839 un acuerdo de paz con los emisarios del otro bando que se representó teatralmente con un abrazo entre Espartero y el representante carlista ante los dos ejércitos reunidos en las campas de Vergara. El conocido como Abrazo de Vergara.

La Primera Guerra Carlista, a la que le siguieron dos más, se saldó con la muerte de más de 130.000 combatientes, sin tener en cuenta la innumerable cifra de civiles afectados. Algunos autores como Stanley Payne rebajan la cifra a 100.000, de las que 64.250 serían liberales y el resto carlistas, mientras que otros como Mark Lawrence la estiman entre el 2 y el 5% de la población, lo que supondría entre 210.000 y 770.000 personas, en este caso sí contando a civiles.

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