Borja Cardelús - Destellos de Hispanidad
El pacificador
Pedro de La Gasca, convocado a presencia del Emperador, aceptó de plano una insólita comisión: pacificar el Perú y devolverlo al seno de España
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Uno de los hombres más admirables de la historia de España. Virreinato del Perú, año 1542. La controversia sobre el dilema moral de la licitud del servicio indígena ha sido resuelta por las Leyes Nuevas , que suprimen las encomiendas. En adelante, cualquiera que se quiera servir del trabajo indio habrá de abonar salarios competentes.
Esto era un golpe terrible para los encomenderos de la América española, y sobre todo del Perú. Y para hacer cumplir la ley, la Corona envió a un nuevo virrey, Blasco Núñez de Vela , dispuesto a aplicar a rajatabla la supresión de las encomiendas.
Pero los orgullosos peruleros no estaban dispuestos a dejarse avasallar. Como un solo hombre, todos se unieron alrededor de Gonzalo Pizarro , hermano del conquistador del Perú. Don Gonzalo, por apellido y trayectoria gozaba de un poderoso ascendiente sobre los peruanos, y decidió acaudillar el levantamiento.
Porque era una rebelión en toda regla. A poco de llegar a Lima el nuevo Virrey, fue ajusticiado, lo que significaba que la secesión del Perú colgaba de un hilo.
El Consejo real se reunió con honda preocupación. El Perú se perdía. Y Carlos V pidió parecer. Si ha fallado un león, mandemos un cordero, sugirió un consejero. ¿Y quién es ese cordero? Pedro de La Gasca - respondió sin un titubeo.
Era un sacerdote. Alto, enjuto, huesudo, castellano, pero se había desempeñado con eficacia en cuantas comisiones le confiaran.
Sacado del convento y convocado a presencia del Emperador, aceptó de plano la insólita comisión: pacificar el Perú y devolverlo al seno de España. Y cuando Carlos V le ofreció tropas, Gasca mostró su Breviario: 'Esta es mi tropa, pero a más de ello habéis de entregarme pliegos de cartas firmados en blanco por vuestra Majestad, para que yo los rellene según mi juicio'.
Carlos V aceptó tan desmesurada petición, hasta tal punto le inspiraba confianza el clérigo. El cual partió de inmediato al Perú como Presidente de la Real Audiencia.
En Panamá aguardaban al nuevo delegado real con intención de ejecutarle de inmediato. Pero al ver a un simple cura con su breviario le dejaron y se mofaron de él. Era en verdad un cordero entre lobos.
Sus palabras eran saetas que combinaban la persuasión, el perdón, la velada amenaza, y logró ir quebrantando su ánimo para que acatara la autoridad real
Gasca se alojó en un convento y comenzó a hacer uso de su arma verdadera: la palabra. Mantuvo conversaciones con los jefes de la zona, y en especial con Hinojosa, almirante de la poderosa flota peruana. Sus palabras eran saetas que combinaban la persuasión, el perdón, la velada amenaza, y logró ir quebrantando su ánimo para que acatara la autoridad real. Pero al fin la flota se pasó a su bando, y con ella decidió costear hacia Lima, donde se había hecho fuerte Pizarro.
A medida que descendía por las ciudades litorales iba sembrando los pliegos firmados por el Rey y rellenados a por él mismo a su conveniencia, apelando a la lealtad de los españoles del Perú, unas cartas que iban haciendo mella en el sentimiento de los ciudadanos.
Cuando llegó a Lima, Pizarro y sus huestes, entre ellos el famoso Carbajal , el Demonio de los Andes, que a sus ochenta y cuatro años dormía sobre su mula, se habían retirado al Cuzco, para enfrentar la batalla final. Gasca, con tropas acrecidas a medida que avanzaba, acudió su encuentro.
Llegó la tarde antes la tropa de Gasca al valle de Jaquijaguana. Y al amanecer, cuando Carbajal salió de su tienda y contempló la impecable disposición de las fuerzas realistas, entró en la tienda de don Gonzalo y exclamó: o el diablo está en el campo contrario, o está Pedro de Valdivia. Y así era, porque el día antes había llegado de Chile el mejor estratega de las Américas, poniéndose a las órdenes de Gasca.
No hubo batalla. En pequeños grupos, las tropas rebeldes fueron pasándose al bando realista. Pizarro entregó su espada y fue ajusticiado con el indómito Carbajal.
Quedóse Gasca dos años en el Perú administrando con cordura y prudencia el virreinato. El Perú había vuelto al seno de la Corona. Y cuando se presentó de nuevo ante el Emperador, este le preguntó cuál era el pago que quería por tan extraordinarios servicios. La Gasca mostró entonces su breviario y contestó: Me siento pagado: he servido a mi Rey, a mi Patria y a mi Dios. Y se retiró a su antiguo convento. Había pacificado y devuelto el Perú a España sin un solo disparo de arcabuz. Solo con la palabra.
Cuando murió Pedro de La Gasca, su féretro fue cubierto con la bandera que ganó a Pizarro en la batalla de Jaquijaguana .
Borja Cardelús es autor del libro 'América Hispánica'
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