La batalla de Pidna (168 a.C): cuando los legionarios romanos humillaron a las falanges macedonias

En cuestión de una hora, Emilio Paulo venció al ejército de Perseo y demostró que el tiempo de las falanges herederas de Alejandro Magno había llegado a su fin. El Reino de Macedonia dejó de existir ese mismo año

César Cervera

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La falange macedonia había cambiado mucho desde tiempos de Alejandro Magno , sus sarisas (las picas) eran cada vez más largas y cierta fragancia oriental había perjudicado la preeminencia de la infantería, pero todavía estaban en disposición de aguantarle el pulso a las pujantes legiones romanas . No fue hasta la batalla de Pidna, en el verano del 168 a.C., cuando la historia dictó un ganador claro entre las dos infanterías más poderosas de la Antigüedad. La destrucción del Reino de Macedonia dejó a las legiones como dueñas y señoras del mundo.

Ambas unidades se habían enfrentado en múltiples escenarios desde la creación de Roma . Por primera vez en el año 280 a.C, cuando el Rey Pirro , de Épiro, se alió con la ciudad de Tarento. Y, de hecho, las tropas cartaginesas de Aníbal Barca combatían en forma de falange. Ambas tropas estuvieron durante ese tiempo en constante evolución: poco tendrían que ver las legiones de las guerras púnicas con las que combatirían un siglo después en los conflictos civiles que dieron a luz al Imperio romano .

Cuentas pendientes

Precisamente tras la Segunda Guerra Púnica (218 a. C.–201 a. C.), quedaron muchas cuestiones pendientes entre Roma y las potencias griegas que, como Macedonia, habían tomado partido del bando de Aníbal. Filipe V de Macedonia no tuvo más remedio que aceptar las restricciones que le impuso Roma a partir del año 197 e incluso ayudó a los latinos en su campaña contra etolios y seléucidas. No obstante, cerca de su muerte el macedonio empezó a reconstruir su poder y puso en su mira a las tropas tracias de la frontera nororiental. Cuenta el historiador Adrian Goldsworthy en su libro « Grandes generales del Ejército romano » (Ariel) que en 179, a la muerte de Filipo, le sucedió su hijo Perseo en la tarea de levantar Macedonia como potencia mundial. Se alió con la belicosa tribu germana de los bastarnos y apoyó a las facciones democráticas de las ciudades de Grecia, de modo que se colocó de nuevo en el bando contrario a Roma.

En el año 172 a.C, Roma declaró la guerra a Perseo. Los primeros ejércitos enviados por la República estuvieron a cargo de Publio Licinio Craso y de Aulo Hostilio Mancino , quienes fueron incapaces de ganar terreno al macedonio, vencedor de varias escaramuzas. El siguiente general romano destinado allí, Quinto Marcio Filipo , «un hombre mayor de sesenta años y con un enorme sobrepeso», según Livio, logró superar los pasos fortificados que había desplegado Perseo, pero no consiguió forzar una batalla decisiva en su año como cónsul. A su vuelta a Roma, Filipo fue duramente criticado y Macedonia se convirtió, automáticamente, en un asunto de primer orden para el prestigio de la república.

Lucio Emilio Paulo , hijo del mítico cónsul fallecido en la batalla de Cannas y emparentado con Escipión El Africano , recibió el mando de la campaña en el año 168 a.C. Era para entonces un militar curtido, sin grandes apoyos políticos, al que no se le entregó un nuevo ejército para que tomara posesión de las provincias consulares. Al contrario, el Senado esperaba que, con el ejército heredado de sus antecesores y con una leva suplementaria de 7.000 infantes y 200 jinetes, podría vencer a los restos del imperio fundado por Alejandro Magno . En tono desafiante, Paulo afirmó que pagaría de su propio bolsillo los gastos de aquellos aristócratas que quisieran acompañarlo, a lo cual añadió que, si no pensaban ir con él, debían guardarse para el cuello de sus camisas sus posibles críticas.

En su campamento en Phila , Paulo impuso una disciplina férrea entre las tropas. Según el político y militar romano, un soldado «debería preocuparse por su cuerpo, para mantenerlo tan fuerte y tan ágil como fuera posible; el buen estado de su armamento, y tener siempre dispuestas las provisiones de alimentos para hacer frente a cualquier orden inesperada». Tras una breve etapa de preparación, las tropas de Paulo se pusieron en marcha y estudiaron la forma de colarse entre la red de fortificaciones macedonias.

Perseo no quitó ojo a las tropas de Paulo junto a su frontera, como si se tratara de una partida de póker, sin percatarse de que los romanos habían logrado, mientras los macedonios permanecían inactivos, traspasar su retaguardia a través de complicados pasos montañosos,

Los legionarios contaban con años de experiencia a sus espaldas tras la lucha contra Cartago y habían incluido elefantes en sus filas

Al darse cuenta de la presencia de romanos en su tierra, Perseo fue el primero en dar la espalda a Paulo y abandonar la línea defensiva en Elpeüs con dirección a Pidna . El 21 de junio de ese año, el monarca macedonio desplegó su ejército, 44.000 efectivos, a las afueras de Pidna, un territorio abierto y adecuado para las prestaciones de su infantería. Mientras la falange permaneciera en buen orden era muy difícil que cualquier enemigo, desde el frente, pudiera sobrepasar esa barrera de puntas de lanzas.

En este sentido, la ventaja de los legionarios estaba en su flexibilidad táctica y su mayor velocidad frente a los lanceros macedonios, dado que la sarissa era un arma de difícil manejo. Además, los legionarios contaban con años de experiencia a sus espaldas tras la lucha contra Cartago y habían incluido elefantes en sus filas. Durante esta Tercera Guerra Macedonia, Perseo no pudo hacerse con ninguno de estos animales, mientras que la fuerza romana sumba una veintena de estas bestias, que habían logrado a través de sus aliados númidas.

Una batalla por accidente

El cónsul ordenó formar a sus legiones, unos 30.000 hombres, en triplex acies. Esto significaba colocar en primera línea a los velites (tropa ligera), en segunda línea a los hastati (infantería pesada), luego a los princeps (veteranos a punto de completar su contrato militar) y, finalmente, a los triarii (las tropas de élite). Ordenó a sus hombres que se mantuvieran a alerta, pero no dio el grito de avanzar. Paulo sabía de lo poco propicio de aceptar la batalla si es el enemigo el que la propone. Sus tropas estaban cansadas tras la persecución y la formación se había reunido a toda prisa. Los romanos terminaron el día retirándose en orden hacia su campamento, frente a lo cual Perseo no pudo o no quiso forzar el combate.

Al día siguiente, ninguno de los comandantes pareció tampoco con ganas de combatir. Cuando ya anochecía, sin embargo, algunos esclavos perdieron el control de una mula y entraron en disputa con tropas tracias. Según Plutarco , un grupo de auxiliares ligeros alcanzó la posición al oír el escándalo, lo que a su vez sumó otros refuerzos. Aquel incidente derivó en una batalla campal, con las tropas saliendo a la carrera y en desorden de los respectivos campamentos. Un obseso del orden como era Paulo debió quedar horrorizado ante aquel inicio de la batalla, si bien no había ya más remedio que improvisar. Años después admitiría que la visión de la falange , con aquellas líneas cerradas de lanzas, era lo más terrorífico que había visto en su vida.

Pintura de la rendición de Perseo

El cónsul dirigió en persona a la Primera Legión hasta situarla en el centro exacto de la batalla. En torno a ese punto se organizaron el resto de tropas. Los primeros encuentros entre legionarios y soldados de la falange se toparon con el inexpugnable orden macedonio. Los italianos carecían de hombres suficientes para flanquear a la falange, de modo que todos sus ataques frontales no sirvieron para nada. En un intento por romper las tablas, el comandante de cohorte Salvio arrojó el estandarte de su unidad sobre las filas enemigas . A continuación, los italianos se lanzaron a recuperar su símbolo a la desesperada. Algunos trataron de cortar las sarissas, otros de desviarlas… pero ningún esfuerzo logró romper la integridad de la unidad.

El desorden en los flancos provocó que, por primera vez aquel día, la falange se disgregara en varias unidades menores, algo habitual cuando empezaba a moverse esta unidad incluso en tiempos de Alejandro.

Al derrumbe de las tropas romanas en esta posición, la Primera Legión se adelantó para detener el avance macedonio. La Segunda Legión también dio un paso al frente, mientras por el flanco derecho los elefantes causaban un gran desorden. Los intentos de Perseo por adiestrar tropas antielefantes se revelaron al momento un fracaso. El desorden en los flancos provocó que, por primera vez aquel día, la falange se disgregara en varias unidades menores, un defecto habitual de esta unidad incluso en tiempos de Alejandro . En cuanto los bloques de lanceros se movían, acababan dispersos.

El fin de una era

La irregularidad del terreno hacia el campamento romano y la falta de tiempo para organizar las falanges contribuyeron a la disgregación. Poco a poco, los centuriones lograron ocupar los espacios abiertos por las falanges, hasta el punto de infiltrarse entre los macedonios. Expertos en el cuerpo a cuerpo, los legionarios hicieron las delicias de su oficio gracias a sus gladius hispaniensis , un arma idónea para combatir contra los lentos macedonios, incapaces de maniobrar con sus enormes lanzas.

En cuanto la falange se hundió, la caballería macedonia abandonó el campo de batalla. Solo el caos inicial salvó a algunas unidades, que ni siquiera se habían desplegado. Al finalizar el día, murieron unos 20.000 macedonios y 6.000 quedaron prisioneros. Solo 100 romanos perecieron.

Paulo celebra su triunfo en las calles de Roma

La batalla había durado únicamente una hora. Tiempo suficiente para escribir el epitafio de la falange macedonia. La faltas de maniobrabilidad y de improvisación de los herederos de Ares evidenciaron la superioridad del sistema táctico romano. Al igual que en las batallas de Cinoscéfalos (197 a. C.) y de Magnesia (190 a. C.), los ejércitos romanos demostraron en Pidna su enorme capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes.

El Rey fue trasladado a Roma para participar en el triunfo de Emilio Paula, cuya antipatía entre los senadores pospuso sus reconocimientos

Perseo, que había recibido una coz el día anterior, se incorporó más tarde a la batalla, pese a lo cual combatió en la zona más cruenta. Allí recibió un tiro de jabalina que le rasgó la túnica, sin causarle ninguna herida. Se retiró junto a la caballería en dirección a la ciudad y tuvo que ver cómo la mayoría de los jinetes eran alcanzados por el camino. Sin ejército, sin oro, Perseo debió plegarse a las abusivas condiciones de la paz romana . En el año 168, el Senado decidió que su reino dejara de existir, y dividió el territorio en cuatro regiones autónomas. El Rey fue trasladado a Roma para participar en el triunfo de Emilio Paula , cuya antipatía entre los senadores pospuso sus reconocimientos más de lo habitual.

Finalmente, cuando se celebró el triunfo se obligó a desfilar el tercer día a Perseo con sus hijos y sus esclavos domésticos. Una visión tan patética que despertó no pocos llantos entre la multitud. Roma pasaba a ser dueña de los campos militares y del último gran reino heleno que resistía el avance de las legiones.

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