Las armas secretas de los Aliados para aplastar a los letales submarinos nazis en la Segunda Guerra Mundial
Durante años, los U-Boote alemanes tuvieron en jaque a los Aliados, sin embargo, existían varias formas de enviarlos al fondo del mar
Alguien tan poco amigo del pesimismo como era Winston Churchill afirmó que, durante la Segunda Guerra Mundial , solo había temido una cosa: a los submarinos que enarbolaban la bandera de la esvástica . Llevaba mucha razón. Durante la contienda, la metrópoli apenas producía un 15% de los alimentos que sus ciudadanos necesitaban para sobrevivir; el resto, por el contrario, debía llegar a través del mar. Por ello, cuando el Primer Ministro británico se percató de que Adolf Hitler buscaba bloquear el tráfico marítimo a través del Atlántico y destruitr los cargueros que nutrían a su amada Gran Bretaña , se estremeció en su poltrona.
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Otro tanto pasó en Estados Unidos , una potencia que veía a Gran Bretaña como un gigantesco almacén de suministros desde el lanzar un ataque contra la vieja Europa. Si no podían transportar material a través del océano de forma segura, tendrían problemas para vencer al gigantes nazi. Por ello, ambos gigantes iniciaron una carrera armamentística que buscaba acabar con la amenaza que, durante toda la Segunda Guerra Mundial , suponían los U-Boote germanos. Para ello idearon desde las populares cargas de profundidad, hasta una curiosa arma apodada «erizo» que aglutinaba un gran poder destructivo. A un lado dejamos los portaaviones , de los que ya hemos hablado de forma amplia a lo largo de estos años.
1-Cargas y Torpex en la Segunda Guerra Mundial
Durante la guerra contra Adolf Hitler y su esvástica, una de las formas más económicas que tenían los buques aliados que navegaban en superficie para tratar de mandar al fondo del océano un U-Boot alemán sumergido era haciendo uso de las cargas de profundidad . Estas armas, inventadas durante la Primera Guerra Mundial , estaban formadas por un cilindro metálico en el que se introducía una cantidad de explosivo que podía oscilar entre los 150 y los 300 kilogramos (aproximadamente la misma cantidad que el torpedo de un sumergible).
Una vez cargada, se arrojaba desde un buque o un avión hacia el fondo del mar con el único objetivo de destruir a cualquier submarino enemigo que estuviese en la zona.
Su funcionamiento era sencillo. Para empezar, los navíos o aeroplanos aliados debían detectar la zona del mar en la que aproximadamente se ubicaba, agazapado bajo las aguas, el U-Boot. A continuación, se situaban encima de la misma, regulaban el detonador de la carga a una profundidad determinada y, finalmente la lanzaban. «En esencia, la carga de profundidad estaba formada por un tambor [lleno de explosivo] y una espoleta basada en un medidor de presión que se activaba al alcanzar una determinada profundidad» explica Carlos Martí Sempere en su libro «Tecnología de la defensa: análisis de la situación española».
¿Daños reales?
Una vez que se sumergía hasta la profundidad marcada, la carga explotaba provocando una gran onda expansiva que podía causar graves daños a los submarinos que se hallasen cerca. Con todo, su objetivo no era sólo hundir aquellos cascarones, sino causarles tantos desperfectos como para obligarles a subir a la superficie. Y es que, una vez que se hallaran bajo el cielo azul, se les podía disparar algún que otro torpeo e, incluso, obligar a su tripulación a salir por patas (o a nado, más bien) con un cañón de superficie.
«Aunque su radio de letalidad era de unos 5 metros , lo que hacía que la probabilidad de destrucción fuera muy baja, la acción combinada de múltiples cargas podía causar suficientes daños en el casco del submarino o en sus equipos como para obligarle a regresar a la superficie, debido a que las ondas de choque que creaban bajo el agua llegaban más lejos, gracias a la excelente transmisión de energía del agua», añade Sempere en su obra-
A su vez, y en contra de lo que nos ha transmitido la factoría «Hollywood» con sus épicos films, no hacía falta que las cargas de profundidad tocaran a la nave enemiga para cumplir su función. «Para que causara daños no era necesario el contacto contra el submarino. En un radio de diez metros podía causar graves daños, y el efecto acumulativo de varias cargas podía mandar un submarino al fondo» señala Juan Vázquez García en su obra «U-Boote. La leyenda de los lobos grises».
Aunque su lanzamiento a ciegas provocaba que no fuera fácil acertar a un U-Boot, las cargas de profundidad podían ser letales si daban en el blanco. De hecho, no solo provocaban la ruptura del casco del submarino o dañaban sus componentes vitales, sino que también tenían unos severos efectos psicológicos en la tripulación, a la que le costaba soportar el terror de saber que podían morir en lo más remoto del fondo marino.
Problemas
A pesar de su bajo coste comparado con el de otras armas antisubmarinas, las cargas de profundidad también tenían varios inconvenientes. Entre ellos, que las explosiones que generaban eran de tal envergadura que solían dejar inservible el SONAR del barco durante varios minutos (pues el instrumento quedaba copado por el sonido y las turbulencias que generaba el explosivo). Esto impedía localizar a cualquier enemigo sumergido, dejando expuesto el navío de guerra ante un posible ataque. Además, permitía al U-Boot escapar sin ser descubierto si su capitán tenía la suficiente pericia para esquivar los explosivos.
En principio, las cargas de profundidad eran cargadas de TNT, posteriormente se usó Torpex
También era necesario conocer la profundidad a la que estaba sumergido el U-Boote –algo muy difícil- para poder programar la explosión de las cargas de profundidad. Una nueva dificultad añadida era que estas armas debían lanzarse siempre desde la popa o los laterales del buque, lo que provocaba que el SONAR perdiera de vista al objetivo. Concretamente, esta situación se producía porque, al desconocerse todavía el funcionamiento de las ondas de sonido bajo el agua, se solían crear « zonas de silencio » (lugares en los que no se podía detectar mediante instrumentos a los sumergibles enemigos) tras el buque.
Finalmente, el capitán del barco que lanzaba las cargas de profundidad no podía estar seguro de que los explosivos hubiesen alcanzado al submarino enemigo. «Otro problema era que no había forma de saber el daño causado, y puesto que una carga tardaba entre 25 y 75 segundos en explotar , dependiendo de la profundidad el U-Boot tenía, en teoría, posibilidad de evadirse», añade el autor español en su texto.
Y TNT
En principio, y hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial , las cargas de profundidad solían ir copadas hasta los topes de TNT (trinitrotolueno). Este explosivo, fabricado por primera vez en el siglo XIX, destacaba por ser muy estable (es decir, por conservar sus propiedades durante un largo periodo de tiempo y por no estallar sin previo aviso –algo que, sin duda, se agradecía en los buques que surcaban los mares en 1939-). A su vez, era una de los componen más baratos con las que fabricar brutales bombas en aquella época.
La efectividad de este explosivo provocó que pronto fuera uno de los más utilizados durante el conflicto. «El trinitrotolueno es un sólido amarillo, sin olor, que no ocurre naturalmente en el ambiente. Comúnmente se le conoce como TNT y es un explosivo usado en proyectiles militares, bombas y granadas, en la industria, y en explosiones bajo el agua», explica la « A gency for toxic substances and disease registry » (« Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades ») en su dossier «2,4,6-Trinitrotolueno».
No obstante, al final de la contienda las cargas de profundidad se terminaron llenando de Torpex , un explosivo el doble de potente que el Trinitrotolueno y que, gracias a su capacidad para prolongar las explosiones, se ganó un hueco rápidamente entre los contendientes de la guerra. «El Torpex tenía sus deficiencias. Era más sensible a la detonación accidental que el TNT y era más frágil, pero dio el poder adicional que se necesitaba para combatir», destaca Robert Gennon en su libro «Hellions of the Deep: The Development of American Torpedoes in World War II» (el cual analiza el desarrollo de los explosivos utilizados durante la Segunda Guerra Mundial).
2-El erizo
Tras años utilizando las cargas de profundidad, y una vez que estas armas se quedaron anticuadas, los aliados iniciaron la búsqueda de un artefacto capaz de acabar de una forma más efectiva con las « Manadas de lobos » nazis (las cuales llevaban mucho tiempo tocando lo intocable a los buques que trataban de enviar alimentos y munición por mar a los británicos). A su vez, se estableció que ya no valía únicamente con detectarlos o intentar –mediante explosivos- hacerles salir a la superficie, sino que se pretendía darles un billete sin retorno al fondo del abismo marino de un único y certero golpe.
La solución vino de manos de Charles Goodeve . Científico naval de profesión, este joven canadiense ideó en 1943 –año en que los submarinos nazis dominaban las aguas del Atlántico a base de torpedo y cañón- un novedoso sistema antisubmarino que fue conocido como el « Erizo ». Ésta arma consistía en un pequeño lanzacohetes que, desde la proa de cualquier buque de guerra en el que fuera instalado, disparaba varias granadas contra el mar de una única vez en un radio de acción determinado. Toda una revolución para una época en la que el principal método para hundir un submarino eran las antiguas y aleatorias cargas de profundidad.
El genio que inventó el «Erizo» vino al mundo el 21 de febrero de 1904 en Manitoba (en plena Canadá). De origen humilde, Goodeve descubrió su interés por las ciencias en el instituto y no tardó en pisar la universidad donde, en 1925, se graduó con honores en física y química. Por aquel entonces, y a pesar de que sentía un gran amor por la navegación, era imposible para él pensar que -varios años después- acabaría construyendo sistemas armamentísticos para luchar contra el nazismo.
Goodeve creó un arma revolucionara con múltiples ventajas sobre las cargas de profundidad
«Durante su tercer año en la Universidad, el interés de Charles por el mundo naval le llevó a unirse a la reserva naval voluntaria de Canadá, dónde se hizo guardiamarina. […]. Aunque quería ser oficial, pronto descubrió que su futuro estaba en Inglaterra, a donde viajó con una beca de estudios. […]. Allí, Charles continuó con sus intereses navales y militares sirviendo en cuatro acorazados y tres destructores. Se graduó como especialista en torpedos y, más tarde, se especializó también en la parte eléctrica. En 1936 fue ascendido y comenzó a dirigir su investigación hacia los problemas navales», explica el Museo Naval de Manitoba en un dossier no atribuido llamado «Sir Charles Goodeve» .
Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial , y después de observar lo temible que podía ser en el Atlántico un solo U-Boot manejado por un experimentado capitán nazi, Goodeve empezó a romperse el seso por hallar un arma que protegiera a los buques aliados. Y es que, por entonces, Alemana había establecido un bloqueo con sus sumergibles sobre Gran Bretaña para evitar que ningún navío aliado hiciera llegar a las islas comida, munición o armas. Así pues, decenas de convoys habían sido hundidos por los submarinos del Führer .
Nace un arma extraña
Poco después, en 1941, Goodeve ya había elaborado el prototipo de un arma revolucionaria que, tras varias pruebas en la bahía de Liverpool, fue adquirida por la « Royal Navy » bajo el nombre de lanzadera de morteros antisubmarinos MK 10 . «El dispositivo fue desarrollado por los británicos. [Estaba formado por una plataforma de disparo] que lanzaba 24 morteros de espiga a una distancia máxima de 250 metros. Se instalaba en la proa del navío atacante y disparaba una salva que caía sobre el mar describiendo un círculo con el objetivo de golpear a cualquier enemigo sumergido», explica el « Destroyer Scort Historical Musuem » estadounidense en su dossier «Hedgehog» («Erizo»).
Las granadas MK 10 eran disparadas primero hacia el cielo para, a continuación, caer sobre el agua y hundirse en ella. A su vez, eran lanzadas de tal forma que, cuando llegaban al mar, lo hacían cubriendo una amplia superficie de varios metros en forma elíptica o circular. De esta forma, se pretendía que los capitanes de los U-Boote lo tuvieran difícil para escapar. Una vez bajo el océano, su funcionamiento era simple: si tocaban aunque fuera el periscopio de un submarino enemigo, este podía darse por muerto.
«Cada una de las 24 bombas medía 20 centímetros y contenía una carga explosiva de unas 30 libras [14 kilos] de TNT o 35 libras [16 kilos] de Torpex . No eran cohetes, ya que debían ser propulsados por una lanzadera. Estas “granadas” eran activadas y explotaban por contacto, es decir, sólo detonaban cuando impactaban contra un enemigo sumergido, como podía ser un submarino. Una o dos de ellas podían hundir el sumergible» añade el «Destroyer Scort Historical Musuem». Por otro lado, no pasó mucho tiempo hasta que, debido a la forma que tenían las granadas en el dispositivo antes de ser disparadas, este sistema antisubmarino comenzó a ser conocido como «Erizo» (pues, cuando los explosivos eran colocados sobre la lanzadera, se asemejaban a las púas de este animal).
En principio, el «Erizo» fue diseñado para jubilar de una vez por todas a las viejas cargas de profundidad. Y es que, entre otras cosas, estas anticuadas armas debían ser disparadas siempre desde la popa (lo que impedía atacar a un submarino ubicado frente al navío de guerra); eran sumamente imprecisas (la distancia a la que debían explotar debía regularse a mano y, en principio, a la discreción del capitán); y, finalmente, su explosión impedía al SONAR localizar a cualquier enemigo durante varios minutos. Sin embargo, durante toda la guerra las dos armas fueron utilizadas de forma combinada con un único objetivo: ganar la batalla ubicada en el Atlántico contra los U-Boote.
Además, y como bien explica el organismo norteamericano en su artículo, el que el dispositivo pudiera ser disparado desde la proa de los navíos de guerra supuso una gran revolución en la lucha contra los sumergibles del Führer: «El “Erizo” fue desarrollado por los británicos para superar las deficiencias principales del ataque con cargas de profundidad, y la principal estaba asociada al SONAR. Durante la S egunda Guerra Mundial , el SONAR sólo podía escanear [localizar] a los objetivos que se hallaran frente al barco. Por lo tanto, las cargas de profundidad, al lanzarse por popa, se disparaban a ciegas y sin tener certeza de la posición del enemigo. Situado cerca de la proa, el “Erizo” tenía la ventaja de disparar por delante de la nave, lo que permitía mantener el contacto con el sumergible».
El «Erizo» era también mucho más destructivo que las cargas de profundidad. Y es que, mientras que estos viejos explosivos usaban las ondas expansivas provocadas tras las detonaciones para hundir los submarinos (en pocos casos) u obligarles a subir a la superficie (algo más usual), las granadas del nuevo dispositivo reventaban directamente sobre el sumergible. Esto provocaba daños que, en el peor de los casos, podían poner fin a la aventura marítima de la tripulación de los U-Boote o, a un nivel más reducido, causaban desperfectos severos en el submarino. Además, el escuchar como decenas de pequeñas bombas impactaban contra el casco de la nave no debía ser algo muy tranquilizador para los marineros nazis.
3-Corbetas «Flower»
Además de armas, explosivos y sistemas de localización, los aliados también construyeron todo tipo de buques con los que poder mandar al fondo del océano a los U-Boote de Hitler . Entre los más reseñables de la época se hallaban las corbetas clase « Flower », unos navíos creados durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial para luchar contra la astuta guerra que los submarinos alemanes realizaban bajo las aguas y que, día tras día, se cobraba la vida de centenares de marineros. Baratas y sencillas de fabricar debido a que su diseño se basaba en el de un barco civil, estas naves sirvieron de escolta durante una buena parte de la contienda a los mercantes que cruzaban el Atlántico cargados de provisiones con dirección a Gran Bretaña .
Para entender las causas que motivaron la creación de las «Flower» es necesario retroceder en el tiempo hasta antes de la Segunda Guerra Mundial . Fue en enero de 1939 cuando el almirantazgo británico (los mandamases de por entonces) se planteó diseñar un tipo de buque de guerra de coste reducido, fácil de construir y, sobre todo, que tuviera la capacidad de frenar a los submarinos de la vecina Alemania en caso de guerra. La preocupación del gobierno estaba justificada pues, casi 20 años antes, los U-Boote habían demostrado ser un arma a tener en cuenta en plena Primera Guerra Mundial y aún no se había hallado una forma eficiente de destruirlos sin invertir una buena cantidad de libras.
La elegida para llevar a cabo esta tarea fue una empresa -ubicada al norte de Gran Bretaña- que ya había trabajado diseñando buques para la «Royal Navy◄ en conflictos pasados. «El almirantazgo inglés tuvo que recurrir a la misma firma utilizada en la Gran Guerra, Smith’s Dock Company , de Middlesbrough. La solución de este astillero fue un diseño del ingeniero William Reed que se adaptaba a la necesidad de fabricación de emergencia», explica el historiador naval Carlos López Urrutia en su dossier «Las corbetas canadienses en el Atlántico norte».
El ballenero que fue corbeta
Para seguir los requisitos establecidos por el gobierno, Reed diseñó un buque militar partiendo de las características básicas del ballenero « Southern Pride ». De carácter civil, este navío había comenzado a ensamblarse en 1936 y su construcción no guardaba secretos para los trabajadores de la industria naval. Su simplicidad, además, haría que pudiese fabricarse en masa tanto por navieras militares como comerciales, lo que reduciría además el coste de producción. Con todo, la Smith’s Dock Company tuvo que hacer algunos cambios en el boceto original. «El “Southern Pride” era un buque muy marinero, pero hubo que dotarle con máquinas más poderosas para darle mayor velocidad», completa el experto en su texto.
El diseño, como era de esperar, fue aceptado rápidamente por la «Royal Navy», que no tardó en encargar las primeras unidades al astillero en un intento de crear rápidamente una flota antisubmarina capaz de enfrentarse a la vecina Alemania. Debido a sus reducidas dimensiones, el almirantazgo integró este nuevo buque en la categoría de «corbeta», término que define a un navío pequeño, maniobrable y rápido, aunque escasamente protegido frente a los ataques enemigos. No obstante, y debido a su escaso tamaño, se estableció que, en principio, las naves que se entregaran serían destinadas a misiones cerca de la costa.
Las «Flower» -como fueron conocidas finalmente debido a que los británicos las bautizaron con nombres de flores- se convirtieron, por sus características, en los perfectos buques antisubmarinos. Y es que, aunque eran bastante lentas –alcanzaban una velocidad media de 14 nudos frente a los 18 de un submarino en superficie- contaban con una ventaja frente a los barcos militares de la época. «Su radio de giro era menor que el de un submarino. Podía girar en un radio de 400 yardas. Fue así como este buque construido para cubrir una emergencia resultó tan versátil y tan práctico», destaca Urrutia.
Comienza la guerra
Todo cambiaría radicalmente con el inicio el 1 de septiembre de 1939. Y es que, después de que las tropas nazis pusieran sus botas sobre Polonia , Hitler envió a sus U-Boote hacia aguas británicas con el objetivo de establecer un bloqueo naval sobre las islas. El Führer ordenó además a sus capitanes disparar contra todo aquel buque mercante con la intención de entrar o salir de un puerto inglés. De esta forma, pretendía evitar que los grandes convoys aliados hicieran llegar a las islas los víveres necesarios para su supervivencia. El objetivo, por lo tanto, era matar de hambre al enemigo hasta que no le quedara más remedio que rendirse.
«[Los alemanes llevaron] la guerra al Atlántico y trataron de yugular allí un tráfico sin el cual Gran Bretaña se vería muy pronto reducida a la impotencia, no solo por falta de combustible líquido para mover sus mercantes y sus aviones, pues ni un solo litro de combustible se extraía en las Islas Británicas, sino por hambre, pues Inglaterra no producía en esos momentos ni el 20% de lo que su población necesitaba consumir», destaca el historiador español Luis de Sierra en su obra «La guerra naval en el Atlántico».
Meses después, Gran Bretaña tenía claro que, si quería sobrevivir a la guerra, debía dar escolta a sus convoys para que pudieran resistir los ataques de los submarinos enemigos. No obstante, sus deseos se vieron limitados por la falta de efectivo y de tiempo para construir navíos transatlánticos. La necesidad de defender sus mercantes, en cambio, les hizo agudizar el ingenio y provocó que tomaran la decisión de que las corbetas tipo « Flower » se encargaran de la escolta de los navíos que llegaban desde Estados Unidos.
«El alto mando inglés había reconocido el gran peligro que tendrían que afrontar en el Atlántico […]. Se iban a necesitar buques escolta, cientos de ellos, y sencillamente no los había. Los Almirantes estaban convencido de que los destructores , buques escolta tradicionales, eran demasiado complejos para construir en cualquier astillero. [Por ello, se seleccionó a las “Flower”] asignándoseles la tarea de proteger a los convoys de mercantes hasta que pudieran ser construidos buques mejores», explica López Urrutia en «Las corbetas canadienses en el Atlántico norte».
Armas
Además de su gran movilidad, las «Flower» iban cargadas hasta los topes con todo tipo de elementos con los que conseguir cazar a las manadas de « Lobos grises » de Hitler (nombre que recibían las pequeñas flotas de U-Boote que acechaban bajo las aguas). En la lucha antisubmarina, las armas principales de estas corbetas eran las cargas de profundidad , las cuales podían ser lanzadas desde ambos lados del buque. Con el paso de los años, también fueron equipadas con los « erizos ». Finalmente, estas patrulleras también contaban con el equipo de detección ASDIC (llamado posteriormente SONAR ).
En lo que se refiere al combate en superficie, las «Flower» contaban con una amplia variedad de armas para defenderse. La principal era un cañón de 4 pulgadas (un calibre no demasiado grande para un barco de estas dimensiones), un « pom-pom » (un cañón automático de 1,5 pulgadas característico por su rapidez a la hora de disparar) y, para terminar, varias ametralladoras antiaéreas con las que derribar a los enemigos que, desde el cielo, trataran de causar algún que otro quebradero de cabeza. Por desgracia, estas corbetas no contaban con ninguna defensa contra torpedos, por lo que, si un U-Boot enemigo lograba escapar de sus ataques, podía acabar fácilmente con ellas.
Durante la guerra, estas corbetas demostraron su eficacia en múltiples ocasiones. Así lo acreditan las más de 60 bajas que lograron hacer a los U-Boote de Hitler y la gran cantidad de ellas que fueron utilizadas. «Muchas “Flower” fueron botadas en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial en los astilleros de Reino Unido y Canadá, y pronto fueron empleadas en todas las áreas, incluyendo minado. Un total de 269 fueron construidas y sirvieron en la "Royal Navy", la marina de los EE.UU., la armada francesa, la noruega y la canadiense. También sirvieron en el otro lado: cuatro fueron capturadas por los nazis», destaca, en este caso, Doug Thomas en «The last flower» .