L. L. CARO Con el apoyo público dado por su jefe de filas, Hasan Nasrallah, a la decisión del Gobierno en Beirut de aceptar la resolución 1701 de la ONU, Hezbolá ha dado su beneplácito al despliegue de una fuerza multinacional en el sur del mapa libanés a la que se había resistido desde la retirada israelí en 2000. La llegada de este contingente bajo bandera de Naciones Unidas en apoyo del Ejército local se producirá, no obstante, previo desarme de la guerrilla, que en las últimas horas se ha mostrado a través de sus dos ministros reacia a la entrega de su arsenal, consciente de que la operación supondría su final./BEIRUTMil sesenta y dos muertos, el treinta por ciento de ellos menores de 12 años, u 880 según las cuentas de Hezbolá, cuya lista de heridos suma 3.542 personas. Son las cifras más abrumadoras y más irreparables de esta guerra nunca declarada que quedó neutralizada ayer tras 33 días de combates encarnizados con cese el fuego que entró en vigor a las ocho de la mañana, hora local. Un final abrupto, que llegó con los últimos ataques aéreos y fuego de artillería israelí sobre el sur libanés hasta minutos antes de la hora señalada, y que es también ahora el punto de arranque de una reconstrucción no sólo física en un país devastado, sino también de poder en un Estado débil abatido por el ímpetu combatiente de la milicia del Partido de Dios. Que ayer reclamaba su triunfo lanzando panfletos sobre Beirut en los que se adjudicaba con grandilocuencia «una victoria divina» a la vez que exhibía en su televisión, Al-Manar, una de sus banderas amarillas ondeando junto a un lanzador de proyectiles custodiado por dos guerrilleros.