CÁDIZ, UNA PROVINCIA PARA COMÉRSELA

Pinceladas que alimentan

Pepe Baena lleva al estado de catarsis sus bodegones de la comida cotidiana y nuestros hábitos culinarios

Café con churros Pepe baena nieto

Dres. Manuel Mª Ortega Marlasca y Antonio Ares Camerino

Cádiz

«En las guías turísticas de aquella gran ciudad había mucho y bueno donde elegir. Plazas inmensas que recordaban hechos históricos de un pasado glorioso. Monumentos emblemáticos que rememoraban batallas ganadas, de las tristes derrotadas nadie se acordaba. Parques y jardines donde perderse sin ser visto. De grandes restaurantes y templos del buen comer ¡qué deciros! Había para todos los gustos y bolsillos. No había cultura, país, concepto gastronómico, ni tendencia culinaria que no estuviera bien representada. De los más sencillos y sabrosos platos hasta los más elaborados, sin dejar de lado a los ricos, ricos y con fundamento. Pinacotecas y galerías de arte, salas de exposiciones y exhibiciones, círculos de bellas artes y bibliotecas de incunables. Pero lo más singular era aquel museo, pequeño, coqueto y singular. Estaba dedicado a los Bodegones y a las naturalezas Muertas. Nada más entrar, sobre todo si era próximo a la hora del aperitivo, se te abrían pincelas de apetito».

El bodegón, también llamado naturaleza muerta, aparece como género pictórico con identidad propia en el siglo XVII. Antes los objetos inertes como ornamentos florales, frutas, verduras, objetos de uso cotidiano, formaban parte de la composición del lienzo. Dicen que la Reforma Protestante tuvo mucho que ver en esta introducción, qué solo tenía como meta mostrar a la naturaleza tal como es, pero sobre la mesa, dejando atrás el imaginario religioso y las corrientes renacentistas. Según cuentan los primeros bodegones aparecieron en tiempos de la antigua Grecia, allá por el 500-400 AC. Los romanos del Imperio fueron grandes aficionados a mostrar la cotidianidad culinaria en el arte que les rodeaba. Los más pudientes adornaban sus villas y viviendas patricias con frisos, mosaicos y frescos, donde los motivos florales, ricas viandas, ornamentos frutales, platos elaborados y fuentes de comida, intentaban alegrar la vida y abrir, aún más si cabe, el apetito de los convidados.

Nuestro Siglo de Oro de la Pintura contó con figuras relevantes, qué con gran maestría interpretaron el bodegón. Grandes maestros de la pintura cultivaron este género que, con el paisaje y el retrato, conforman la trilogía mágica de la Pintura. A través de las creaciones de Van der Hamen, Zurbarán, Pereda, Arellano, Meléndez, Paret, Goya y Lucas, entre otros muchos autores, nos trasladamos del Barroco al Romanticismo a través de cardos y manzanas, granadas y cazuelas, alambiques y sartenes de cobre y faisanes que cuelgan ostentando su colorido plumajes.

¿Quién no ha pensado en relamerse y buscado con desasosiego una buena hogaza de pan para mojar en la yema de huevo del cuadro de Diego de Velázquez «Vieja friendo huevos»? El olfato y la vista anteceden al gusto en el placer de la comida. Nada de apariencias poco suculentas y pobres de olor, toda una ristra de viandas que pueden iniciar ese proceso de digestión que empieza con la secreción salival y de jugos gástricos.

La pintura española contemporánea nos deleita la vista con bodegones de fruta y productos de temporada. Los membrillos, calabazas y el conejo desollado de Antonio López, el Bodegón de membrillos de Isabel Quintanilla o los melocotones y otras frutas de Josep Santillari.

En nuestra provincia tenemos el privilegio de contar con un pintor, autodidacta, que pinta que te entran ganas de comer. Pepe Baena lleva al estado de catarsis sus bodegones de la comida cotidiana y nuestros hábitos culinarios. Gran retratista, han conseguido el reconocimiento de pintores de reconocidísimo prestigio como el mismísimo Antonio López. Lo suyo no son composiciones impostada, es la cotidianidad en la mesa al más puro estilo del lienzo gaditano.

Dicen que el día tiene que empezar con un buen desayuno. Para ello hace falta un buen papelón de churros de la Plaza de la Flores, con su papel de estraza y el café en su punto de temperatura y de color, o la rebanada de pan de campo con su manteca colorá. Mención especial merecería el desayuno rústico con unos chicharrones calentitos. El almuerzo con productos del mar. Acedías, salmonetes, pijotas, sardinas o chocos, en perfecta formación de fritura o con un asado lustroso dignos de una dieta de lo más cardiosaludable, hasta el adobo se puede oler en el lienzo. Para los amantes de los productos de interior qué decir de los guisos y cuchareos. Potaje de garbanzos, habichuelas o lentejas, o esos avíos de un puchero al más puro estilo gaditano. Para merendar una torta de aceite de Inés Rosales con su café con leche, una bandeja de pastelitos surtidos, un paquete de galletas María con Cola Cao o un simple Donuts.

Nos parece que Pepe Baena no es de mucho cenar. Le falta pintar los platos típicos de nuestras cenas. Los bocadillos, sándwiches o montaditos variados, y, sobre todo, el icónico «dobladillo de caballa».

¡Da gusto comer mirando un cuadro de Pepe Baena!

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