Tierra y mar, según el horno de leña de Casa BlasTierra y mar, según el horno de leña de Casa Blas

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Las calles de Zahara vuelven a la normalidad hasta la llegada del verano. La resaca tras su celebérrima y populosa ruta del atún no es de esas que hacen prometer al portador que nunca volverá a caer en los excesos, de atún o de trabajo. Todos los que la visitan piensan en recaer, en la próxima, en volver a la semana siguiente, el año que viene, dentro de un mes.

Uno de los grandes placeres que quedan pendientes tras el bullicio de esa cita es disfrutar de Zahara con tranquilidad, con más calma, de sus playas, de la amabilidad de su gente y una gastronomía que ha crecido con cada una de las ediciones de la fiesta del atún hasta alcanzar el nivel de los mejores gastrobares de Andalucía y probablemente de toda España

. El atún está presente en todo el pueblo: cartas de restaurantes, souvenirs, monumentos, artesanía… Pero otro de sus grandes tesoros se puede ver al llegar por carretera. Son las vacas de raza retinta que viven en libertad mirando al mar. Muchos quisieran esa vida, aunque sea más corta. Y en busca de ese manjar y de darle un descanso al paladar pescado, llegamos a Casa Blas.

Es un restaurante situado junto al río Cachón, en una zona tranquila, incluso en los días más movidos. Su aspecto es aún el de un establecimiento tradicional. Nada que ver con los nuevos bares de tapas modernos y con grandes ejercicios de diseño gráfico. Este tiene sus azulejos, un patio delantero y una fuente con un chorro de agua muy relajante.

Es parte de su encanto, como esa maravillosa escena que se repite en casi todos los restaurantes de Zahara cuando los dueños y sus familias ocupan algunas mesas, las sirven o conversan con los clientes. En Casa Blas cuentan con un estupendo horno de leña en el que cocinan espectaculares entrecots de retinto, y también diferentes piezas de atún.

Para dejar que repose el gran sabor de la ruta del rey azul, nos decantamos por un entrecot de macho castrado acompañado de un poco de salsa café de París. El camarero muestra muy amablemente la pieza antes de pasar por el fuego. La acompañamos de una copa de Petit Pittacum, un Mencía del Bierzo que se abre camino en una carta de vinos pendiente de actualizarse.

Pero estoy empezando por el final. Previamente habíamos rebañado un ceviche de caballa y carabineros que tenían fuera de carta. Ya había probado la caballa cruda en anteriores ocasiones y por su viscosidad, es algo difícil de asimilar si no está muy bien hecha. En este caso, lo estaba, y mucho. El pescado conservaba todo el sabor que lo caracteriza, con una textura agradable. La leche de tigre con la que se prepara el ceviche era potente y picante, como se espera en esta receta latinoamericana. Si vuelven a encontrarla en Casa Blas, pídanla.

Llega el momento del postre, sin remordimientos ni compasión: uno por cabeza. Pero podrían ser más, todos tenemos una buena obra en nuestro haber que nos hace merecedores de repetir postre. Podría haberlo puesto en práctica en Casa Blas, porque sus postres caseros invitan a ese legítimo acto de amor propio. Optamos por el brownie de chocolate y el coulant de almendra. No creo que se pueda describir de otra manera que como deliciosos, sencillos, como si los hubiera preparado la madre de cada uno de nosotros.

Quizás ese sea el secreto de este pequeño pueblo marinero convertido en refugio temporal masivo: te traslada a épocas donde una de las pocas preocupaciones diarias era saber qué había de comer.

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