Parrilla, parada y fonda
En pleno casco antiguo de Cádiz y rozando una de las principales plazas turísticas, abrió sus puertas antes de verano un renovado local en los bajos de una de esas imponentes casas señoriales que los años de bonanza (sí, los hubo) legaron a la ciudad.
Tras una cuidada rehabilitación y con algo de respeto a la antigua estructura de la finca, que fuera propiedad de la familia Ingunza , es un placer entrar en el local del restaurante Rosario Uno . La parte superior de la finca la ocupa un apartahotel de esos que proliferan como conejos. Es propiedad una pareja que cambió su Rosario argentino por la gaditana calle del mismo nombre. La estructura es estrecha –el local comunica Rosario con la calle San Pedro y tiene puertas hacia ambas vías– muy alargada. Tiene un salón medio, acogedor, entre rústico y recargado, a la izquierda de la entrada principal. En un tramo de la barra se puede ver en directo el trabajo en cocina. Al mando, de los fogones está Juan José Marabot , hace muchos años en los inicios del restaurante Sopranis. Su trabajo siempre trae gratos recuerdos. Tiene una carta extensa, con detalles de la gastronomía argentina (buen trato y calidad de las carnes, como corresponde), pero con referencia mayoritarias a la gastronomía local: pescados, arroces, ensaladas… Además de media docena de platos para vegetarianos y otros tantos para veganos, como la ensalada de quinoa o la hamburguesa vegana .
Mayoritariamente se sirven raciones, es más restaurante que bar de tapas. Aunque en algunos de los platos se puede optar por degustarlos en la menor porción. Muy aconsejable la lubina con aromas de Cádiz y, especialmente, el entrecot argentino. Por tanto, previsible pero cierto: la parrilla con la que cuenta la cocina que posibilita que se puedan degustar muy buenos platos de carne o pescado con la fuerza y la honestidad que sólo garantizan las brasas. Pruebas dignas de probarse son el tarantelo de atún con verduras, que se puede catar por tapas, el pulpo o el cochinillo. El origen argentino del local se concentra en esa parrilla espectacular, que los trabajadores de la cocina muestran con orgullo merecido y manejan como merece. Tiene una generosa carta de postres, con referencias argentinas. Algo más moderada la de vinos.
Sí es cierto que, pese a contar con bastante personal, la experiencia de las dos visitas fue de cierta desorganización pese a la buena intención. Quizás por falta de veteranía en el personal y por estar en sus inicios. Ambas fueron en septiembre y, a estas alturas, el rodaje debe de estar hecho.
La cuenta me pareció elevada por más que la calidad del producto sea buena. Tamaño de platos y precios, en algunas propuestas, no resultan equilibrados, especialmente si se opta por la barra. Carabineros a la brasa a cien euros el kilo o arroz con lo mismo a 130 euros/kilo, según figura en carta, no parecen buen reclamo. Será que el turismo es su objetivo preferente. Para eso tiene un apartahotel sobre los hombros. Es un proyecto creado por viajeros para viajeros, por turistas que se quedaron para los que vienen. Y suelen tener otro poder adquisitivo. Tienen que existir ofertas distintas para públicos diferentes.
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