Raquel Mosquera, entre viuda y madrastra
En una época, no fue mujer de cobrar exclusivas, sino de cobrar viajes, más bien
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Raquel Mosquera siempre ha estado ahí, con algo de señora enojada, con algo de lenta vecindona, con algo de cabreada guadiana, que asoma al panorama como aludida por la familia. La familia es, obviamente, Rocío Carrasco, hija del marido difunto de Mosquera, un campeón al que tuvieron ley los matones y los poetas. Raquel Mosquera fue, antaño, la peluquera global, y ahora también un poco, sólo que de otra manera.
Porque sabe bien que el pasado tiene mucho porvenir, con lo que la curva, o el círculo, viene a ser su especialidad, así en general.
Fue amiga de Rocío Carrasco, cuando Rocío era Rociíto, y ahora ya no. Fue mujer de Pedro Carrasco, pero ahora ya no, porque es su viuda. De modo que de cuando en cuando se va ahí de cháchara, con Jorge Javier. Tiene peluquería propia, pero a veces trabaja en la peluquería de plató. No me disgusta que Raquel, de pronto, se desabroche, y anime el patio. Se ha desabrochado a menudo, en la tele, y antes se desabrochó en póster, cumpliendo un canto a la opulencia erótica, con aires de pin-up de barrio, y un peinado de adorno, a lo Mae West de polígono.
Mosquera viene de ser una chica con medio armario de señora antigua, de comensal sin complejos que asomaba en los retratos en plan musa de albornoces de balneario, todo a cambio de pegarse gratis una semanita de playa por el mundo, al costado de su gran amor de entonces, Pedro. Hasta vimos a Raquel alguna vez posando, casi mar adentro, con los delfines de la zona, como una sirena bien criada, y a falta de la última dieta, o la penúltima.
En una época, no fue mujer de cobrar exclusivas, sino de cobrar viajes, más bien. La veíamos contenta, eso sí, y el ánimo mejora mucho la lámina, naturalmente. Mosquera le pilló vicio a reportajes quizá sobrantes, con mucho palmeral de fondo, o bien a orillas de la piscina, como si luego esas fotos sólo las fuera a ver la familia escueta. Como si nos las fuera a ver ni siquiera la propia familia. Durante un tiempo, Raquel vino a ser un cruce de vacación y pena, un cruce de Bahamas y la López Ibor.
Luego, hasta se lo montó de maciza sexy, y se puso el pelo color Lady Gaga, pero de una Lady Gaga de extrarradio y que no le regaña a la báscula. En la vida más o menos reciente de Mosquera consta la viudedad, los amores exóticos, los ingresos en la López Ibor, y cierto retranqueamiento de la fama. En algún momento dio más titular a las páginas de sucesos que a las páginas de amores, o amoríos. Tiene algo de mujer que lucha por ser feliz, y no siempre lo consigue. Algo de giganta de barrio que preferiría ir más a los concursos de la tele y menos a la revisión clínica. Ahora ha vuelto a la familia, pero desde un plató. No larga a toda mecha la consorte de Carrasco sino más bien la madrastra de quien fuera Rociíto.