El ramo de cumpleaños para Isabel Pantoja que nunca recogió

La tonadillera celebró sus 65 años recluida en Cantora con su hermano Agustín y su madre

Isabel Pantoja
Saúl Ortiz

Saúl Ortiz

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Isabel Pantoja no está para nadie. Ni sus 65 veranos recién cumplidos han sido suficientes para despojarse de la soledad solemne que viste desde tiempos inmemorables. No abrió los portones de esa fortificación que es Cantora salvo para recibir a un par de amigas íntimas con las que, dicen, brindó por un futuro próspero. No hubo fiesta ni se rememoraron los divertidos jolgorios de épocas de bonanza emocional.

Durante el día de su cumpleaños, Pantoja apenas contestó las llamadas telefónicas. Junto a su hermano Agustin , doña Ana y algunos de los trabajadores de la finca intentó suplir las ausencias familiares como pudo. Tal vez preparándose para su proximísima rentree en el festival don Pepe o quizá desapareciendo voluntariamente, absorta en su realidad, despistando a los problemas que pueden asomar por la pantalla del móvil. Tanto, que ni siquiera salió a recoger las flores y regalos que le hicieron llegar en una fecha tan señalada. Es el caso del ramo, de nombre complicidad, que este que les escribe le quiso hacer llegar porque divas hay pocas y hay que cuidarlas. Tras pasar la primera cancela nadie respondió al florista ni a las llamadas telefónicas de quien las hizo pidiendo auxilio para un ramo que buscaba un lugar en el que lucirse hasta perecer.

Abandonado a su suerte, el ramo de rosas y lilios se desplazó inquieto pero compuesto, de un lado a otro a la espera de que niña Isabel quisiera tenerlo consigo, olerlo, admirarlo, abrazarlo con gesto de artista o depositarlo en un jarrón, en un barreño o, incluso, dejarlo secar al sol de Cantora.

Él, que siempre pensó que sería flor de tonadillera, se enfrentó a horas cruciales, cortado y desmembrado, en una fría mesa de metal de una floristería cualquiera de Chiclana de la Fronter a en la que recaló tras el renuncio. Con los nervios típicos de quien espera ser buscado y encontrado, aunque no parecía que su destino fuera a ser otro que morirse varias veces entre sueños incumplidos, promesas vacías y el ruido de las tijeras del florista declamando su triste agonía, un WhatsApp inesperado lo hizo cambiar todo. Al cierre de esta edición, el ramo descansa, erguido y esplendoroso, en una de las vallas de la finca esperando a ser recogido. Larga vida, ramo cómplice.

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