Josep Ferré, el actor que arrasa con sus imitaciones en ‘Sálvame’, los veranos son para disfrazarse

El actor se convierte en doble de Carmen Borrego o Kiko Matamoros. Su pasión por la imitación le viene de pequeño

Cuánto cobra un colaborador de 'Sálvame'

Josep Ferré

Antonio Albert

A Josep Ferré le gusta observar a la gente: se fija en su manera de hablar, de moverse, en si tiene algún tic que poder imitar. Una vez que ha pillado el personaje, lo hace suyo: «Si no llego por el tono de voz, enloquezco, lo rompo para convertirlo en parodia. Al final, lo que buscas es hacer espectáculo». Arrasa con sus imitaciones en ‘Sálvame’ y ‘La última cena’ , programas en los que da rienda suelta a su talento: «Me siento más actor que imitador. Y en este trabajo, estar en el personaje durante horas puede resultar agotador». En la piel de doble de cualquier colaborador, Josep improvisa réplicas brillantes. Lo consigue: «Intento darlo todo al principio para enganchar con el público. También para marcar mi relación con mi tándem. Luego me dosifico. ¡Menos mal que tengo el pinganillo para guiarme y no pasarme o quedarme corto!». Lograr su misión exige «horas de walkman, de cascos, de escuchar una y otra vez, de ver vídeos, de analizar cómo alguien mueve el trasero o los hombros». Luego viene el laborioso trabajo de caracterización y, finalmente, el choque de titanes en plató: «Kiko Hernández es una bestia parda de la televisión. En el fondo, aunque parecía molesto por la imitación, su reacción formaba parte del espectáculo. Él está para dar audiencia».

Josep Ferré reconoce que le divierte imitar a Lydia Lozano «Da juego, es tan expresiva, y con sus chumineros…» y a Kiko Matamoros «Está tan alejado de mí, que es un reto», pero está encantado con abrirse a otras celebrities como Tamara Falcó o Miguel Bosé. Así pasa este verano Josep Ferré, entre audios y prótesis, entre Madrid y Barcelona.

La foto

1974. La foto la toma su madre, la mujer que hizo posible que Josep fuera lo que es hoy. Tenía 4 años y estaba vestido para la fiesta de fin curso del parvulario Tic Tac, en Tarragona. Era el chupinazo que marcaba el inicio de las vacaciones estivales, que Josep pasaba con la familia en la playa, en un apartamento de la

Costa Dorada con su club de tenis, su petanca, su piscina: «Te pasabas el día jugando y yo me ponía negro de tanto sol». Pero a Josep, más que las vacaciones, lo que esperaba con ansia era esa fiesta. Y su madre, también. Fue ella quien decidió no cortarle el pelo para que pudiera lucir un peinado acorde con el disfraz. Sabía lo importante que era para su hijo . La elección no era casual. Tenía que ir de payaso. Los padres de Josep recibían todos los trimestres el mismo mensaje del colegio: «El niño progresa adecuadamente, aunque está obsesionado con ‘Los payasos de la tele’». Porque Josep llegaba a clase saludando a sus compañeros con un ‘Hola, don pepito’, esperando que le respondieran con su correspondiente ‘Hola, don José’: «Yo me pasaba horas pensando en la nariz de Miliki. ¿Era de verdad o de mentira? Yo era un crío fascinado con ese mundo loco que salía por la pantalla… Me sabía todas las canciones, era fan del señor Chinarro».

A los 16 años pudo canalizar todo ese potencial en los escenarios gracias al Grupo Escénico Atenea Tarragona. «Allí aprendí que en esta profesión hay que currárselo mucho, que es muy dura, pero te da muchas alegrías». Josep no se consideraba el gracioso de la clase: «No era de hacer bromas y liderar. Pero al llegar a casa, es verdad que a mis padres les contaba lo que había pasado con algún profesor, imitándole». Sus padres no sólo fueron sus primeros espectadores, fueron sus cómplices. Su madre le cosía, peinaba y maquillaba: «Una vez, para las fiesta de Sant Joan, me tenía preparado el disfraz de pirata y a mí me dio el capricho de ir vestido de folclórica. Ella recicló todo, convirtiendo los botones en pendientes, la camisa en falda. Me pintó los ojos, los labios… Y yo salí así, tan contento, con mis tacones». Sus padres nunca le hicieron comentario alguno sobre lo que ya era evidente: «Esto va a ser así, debieron asumir». Y a los 19, Josep ya trabaja en un show de transformismo : «A veces somos nosotros los que tenemos prejuicios sobre cómo van a reaccionar los demás ante nuestra verdad». En su caso, en su casa, la reacción fue natural.

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