Josemi Rodríguez-Sieiro - Lo que me apetece

De lo que más aborrezco

No me fío del ‘maître’ que, sin conocerte, te recomienda un pescado

Josemi Rodríguez-Sieiro

Hoy me apetece escribir sobre alguna de las cosas que no soporto y que suceden, con mayor o menor frecuencia a mi alrededor.

Cuando era niño y decidieron que tenía que recibir clases de piano, me pusieron una profesora que se sentó para enseñarme la postura adecuada para llegar a ser un admirado intérprete. Pero cuando se levantó, comprendí que no tenía nada que hacer conmigo, porque las dos manos, las mismas que había puesto sobre las teclas, se las llevó a su cadera y tiró por algo que tapaba su falda. Era la faja, según me explicaron luego. Gesto ordinario y vulgar que yo no había visto nunca.

Ahora eso no ocurre, porque las señoras ya casi no usan ese tipo de ropa interior.

Ahora les han tomado el relevo los hombres en un gesto casi parecido. Los fabricantes de pantalones, que no sastres, los diseñan muy ajustados a las piernas. Entre los calcetines y el desarrollo de los gemelos, al ponerse de pie, es necesario bajárselos con las dos manos a lo largo de las piernas.

Otra cosa detestable es la utilización de los calcetines cortos, que dejan al aire la piel entre el final de los pantalones y el propio calcetín. Sin olvidarme de la moda de las zapatillas tipo deportivo usadas a todas horas y en cualquier ocasión con unos ridículos calcetines que no llegan al tobillo.

Decía mi madre que la gente no distinguía bien lo que había que ponerse. Ella solía llevar los zapatos forrados con la misma tela que sus trajes. Un día, en la inauguración del Hotel Oscar de la cadena Room Mate, Rosalía Mera me dijo que cómo era posible que mi madre llevase zapatos de tacón siempre, porque la había observado en el Gran Hotel de La Toja, por lo cual, a punto de viajar a París, le pensaba regalar unas deportivas de lentejuelas «para que anduviese cómoda y elegante». Se lo transmití a mi madre, que me dijo que mi amiga era muy amable, pero que no olvidase facilitarle su dirección para darle las gracias y… devolverle el detalle que, con seguridad, le haría más feliz a otra persona. Y así sucedió la cosa.

Me pasó lo mismo que con un chándal que me envió un atrevido, no amigo… a mí, que no he practicado un deporte en mi vida.

Me molesta horriblemente la torpeza de la gente en cuanto al tuteo. Yo suelo dirigirme a las personas que no conozco de usted. Ahora lo normal es que te respondan con el tuteo, como si te conocieran de toda la vida. Respondo marcando el usted contundentemente y es el momento en el que pregunto de qué nos conocemos, y añado que de lo que estoy seguro es que ni somos familia, ni hemos tenido una noche de pasión. Tampoco me gusta nada que opinen sobre algo que yo no he pedido, referente a una compra, ni que me den lecciones de lo que se lleva o deja de llevarse.

Y no me fío del ‘maître’ que, sin conocerte, te recomienda un pescado determinado. En mi época del Gran Hotel Excelsior, en Montreux, cuando pasaba eso era porque había que ‘vender’ el producto, porque, de no ser así, se perdería.

Cuando empecé a conducir y viajar solo, mi madre me dijo que si me ofrecían paella, preguntara si tenía conejo, si me contestaban afirmativamente, no lo tomara. Cuestión de morfología por aquello del gato por liebre.

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