Josemi Rodríguez-Sieiro - Lo que me apetece
Los invitados más maleducados
Suelen ser los últimos en llegar y los primeros en marcharse
La puntualidad es una norma de educación de la que adolece e, incluso, desconoce mucha gente. Llegar tarde a un espectáculo está rematadamente mal, además de ser una falta de respeto hacia los artistas que están actuando en un espectáculo, por no hablar de las consiguientes molestias que ocasionan a los demás espectadores.
No guardar puntualidad, cuando se asiste a una cena es imperdonable y puede llegar a alterar los nervios de la anfitriona o del anfitrión y del responsable de la cocina, pues hay platos que no pueden esperar. Hay personas que, por sistema, siempre llegan tarde, no solo al almuerzo o cena, sino al aperitivo, que intentan ‘saltárselo’, ignoro siempre por qué extraña razón.
Suelen ser los últimos en llegar y los primeros en marcharse. He llegado a la conclusión, después de analizarlo concienzudamente, que se creen más importantes, siempre con ansias de epatar y de que se fijen en ellos. Son los mismos que se van los primeros, y no de una manera discreta, como debería de ser, para no levantar la reunión, sino despidiéndose a diestro y siniestro, dando unas explicaciones que nadie ha pedido, pero con evidente complejo de creerse ser descubridores del trabajo.
Tampoco es necesario quedarse en casa ajena más de la cuenta, prolongando la sobremesa. A estos habría que recordarles que todo tiene un límite y que, cuando se va a comer, no se va a tomar el té. Y antes, mucho antes de esbozar un bostezo, se debe uno marchar y que no se note el soberano aburrimiento o la falta de interés, que se está padeciendo. Y mucho menos hablar de cansancio y agotamiento, porque es una pesadez.
Conviene también que se abstengan de no complicar pidiendo un Bellini, un Dray Martini, removido y no agitado, como le gustaba a James Bond o una caipirinha, una caipirisima o una caipiroska, como si estuvieran en el Copacabana Palace de Río, porque eso demuestra una cursileria digna de ser denunciada.
Lo que no es admisible es, cuando se pregunte lo que se quiere tomar, se conteste preguntando lo que tienen o, mucho peor, decir que cualquier cosa. Es una respuesta típica de gente que infunde mucha lástima y eso, en sociedad, siempre resulta muy aburrido.
Si alguien tiene que guardar un régimen estricto, lo que no debe hacerse es avisarlo. Se cubre el expediente sirviéndose una pequeña cantidad. Insistir a un invitado que coma más, o qué está inapetente es horrible.
Decirle a alguien que aproveche es de juzgado de guardia, así como establecer comparaciones sobre el mismo plato, asegurando que en un lugar determinado, hace diez años, se lo sirvieron y era prácticamente igual. Ese «casi» que le faltó por decir le ha delatado.
Tampoco es correcto alabar una cristalería o una vajilla que está sobre la mesa y comentar que para vajilla y cristalería la que vió el otro día en casa de un amigo.
Y qué hacer cuando una señora embajadora, sentada en mi comedor, le pasan la fuente del primer plato con unos huevos poché con gelatina y fijamente se dirige a mi para decirme que no se deben, ni pueden, dar huevos a unos invitados. Con el plomo que en mi casa me enseñaron, respondí, «los huevos, querida, son míos y con ellos hago lo que quiero», refiriéndome que eran de unas gallinas de mi propiedad. Después de aquello, me liberé de aquella cursi, que en gloria esté.