Josemi Rodríguez Sieiro

El final de las fiestas de Navidad

Uno de los momentos más difíciles fue cuando interpreté al Rey Gaspar

Reyes Magos Gtres

Josemi Rodríguez Sieiro

Fin de fiesta. Nunca mejor dicho. Se han acabado estas Navidades y este Fin de Año, entre la incertidumbre, la incomprensión y la amargura que producen unas autoridades políticas, supuestamente aconsejadas por un equipo de expertos desconocidos, anónimos y con una falta de criterio absoluto , con medidas absurdas y, la mayoría de las veces, ineficaces.

Estoy seguro que algunas autoridades ejercen su mando en plaza con gran regocijo, el mismo que no pueden, ni les dejan practicarlo en sus propias casas. Gracias a ellos sabemos que hay sitios donde el virus ataca más que en otros y en muchos casos son caprichosos en cuanto a la hora.

Y como quien hace la ley o decreta la norma, hace la trampa. El día 30, a las 10 de la mañana, delante de mi casa, avanzaban ordas de jóvenes, de largo y de esmoquin, que abarrotaban una cafetería para reponer fuerzas. Es evidente que el 30, el coronavirus se había declarado en huelga . Algunos se disponían a viajar hasta Extremadura y otros se iban hacia Madrid. La incoherencia política produce falta de responsabilidad y termina oliendo a tomadura de pelo. Y las decisiones de última hora… a capricho.

Yo he pasado lo que los cursis llaman ahora vacaciones de invierno adelantadas, los modernos fiestas de invierno y los de toda la vida llamamos Navidades, haciéndome pruebas de antígenos, adquiridos por poco más de dos euros en los supermercados de Portugal.

Las ciudades y pueblos se han adornado con profusión de luces, en algunos casos de dudoso gusto, porque no evocan a las fechas que se celebran, sino que son más propias de fiestas patronales de pueblos y verbenas municipales. Y como traca final, aparecen Melchor, Gaspar y Baltasar subidos a unas carrozas, que no son más que camiones que tiran de unos imposibles decorados a los que van encaramados pajes, lacayos y demás paniaguados que persiguen un momento de gloria como séquito real, aunque ahora ya no tengan caramelos para regocijo de los más pequeños.

A propósito, uno de los momentos más difíciles de mi vida fue cuando interpreté al Rey Gaspar en la Cabalgata de Reyes de Vigo, siendo Alcaldesa Corina Porro. Me subieron a una carroza sin punto de apoyo, con corona, capa, barba y larga melena convenientemente moldeada. Lo que yo experimenté fue inenarrable. Desde una constante sensación de vértigo, a la impresión de poderme caer desde una considerable altura en cualquier momento, hasta el terror que me supuso ser blanco de cientos de niños agresivos y padres sin piedad , que devolvían los caramelos hacia mi persona, alguno de los cuales no consiguió darme en los ojos por llevar gafas, condición que yo exigí en el momento de caracterizarme como Rey Mago, al responsable del maquillaje, que insistía en que no se había visto nunca a tal real personaje con ningún tipo de lentes. Le contesté que tampoco nadie se había dado cuenta de que el Rey Gaspar era bizco y yo en aquella época sí lo era. Finalmente las cosas se hicieron como yo quería, consiguiendo llegar hasta el final con enorme felicidad, cuando pisé tierra firme. Pero ni con esas me he hecho republicano.

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