Josemi Rodríguez-Sieiro - Lo que me apetece

Cómo ser un buen anfitrión

Recibir bien no es tarea fácil, sobre todo para los que nunca lo han visto y vivido desde la infancia

Josemi Rodríguez-Sieiro

Para ser un buen anfitrión existen una serie de cosas importantes a tener en cuenta. En primer lugar tener claro el número de invitados, el tipo de personas que se pretende reunir, el motivo de la convocatoria y lo que se va a ofrecer.

Recibir bien no es tarea fácil, sobre todo para los que nunca lo han visto y vivido desde la infancia. Mezclar a la gente bien es un arte y mucho más difícil de lo que el común de los mortales pueda imaginarse. Un error puede suponer la ruina y la catástrofe de cualquier celebración. Por ello han surgido los especialistas en relaciones públicas y organización de actos, ahora llamados eventos y decoraciones temáticas, a las que son muy aficionados los nuevos ricos. Estos profesionales han contribuido a enseñar a los que no saben cómo comportarse, aconsejar a los que no conocen como se deben de mover en sociedad y ayudar a que los hijos de estos acaudalados sin pedigrí conozcan a los hijos de los padres que ellos, en el fondo, aspiran a llegar a ser lo antes posible. Son muchas las parejas que se han convertido en matrimonios, han salido de puestas de largo y fiestas campestres, en los tiempos en los que nadie bien osaba a organizar una barbacoa, propia de gentes con propiedades en urbanizaciones playeras con adosados.

Se ha dicho siempre que las invitaciones bien redactadas, con buen cartón y mejor impresión dicen mucho de las personas que las envían y también de los que las reciben que deben de contestarlas lo antes posible, sea una cena en una casa o un coctel o una fiesta más grande. En las casas, porque los comedores tienen los puestos limitados y la conformación de las mesas, no es una tarea fácil, para sentar a los invitados según sus particularidades, hay que hacerlo con cierta celeridad y rapidez.

La frase horrible de una cena de amigos es absurda, porque nadie organiza nada para sus enemigos. Es importante señalar los puestos y es intolerable, de muy mal gusto y peor educación alterar los lugares asignados, cambiando las tarjetas. Si se acepta una invitación es con todas sus consecuencias, si no es mejor y, ante la duda, declinarla.

Es horrible permanecer en silencio, cual convidado de piedra, ni pronunciar palabra durante la duración del almuerzo o cena. Mi padre, cuando pasaba esto, le decía a mi madre, que prescindiese de personas así para futuras convocatorias, «porque no tenemos derecho a hacerles pasar un mal rato» y de esta manera se sabía que nunca mas volverían a estar sentados en nuestra mesa. A mí me enseñaron que debía dar las gracias después de la comida, alabar la misma y escribir al día siguiente un tarjetón, hoy sustituido por, al menos, un whatsapp. A mis tías Norberta y Dalmacia les di una vez las gracias tres veces y me dijeron que con una bastaba, porque parecía que las estaba obligando a que me invitaran otra vez. Como eran muy especiales, y yo también, decidí no aceptar nunca ni un vaso de agua en su casa, ni un té en su casa de Lausanne, a donde se exiliaron después de haber visto una manifestación de izquierdas en contra de la monarquía.

Un buen anfitrión debe y tiene que conocer los gustos de sus invitados, las limitaciones, en cuanto a comida, como régimen o creencia religiosa. Tampoco hay que confundirse, porque no es necesario convertir el almuerzo o cena en una casa en un programa de adelgazamiento de uno, una dieta anti gota de otro o un plan para evitar la diabetes de un tercero.

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