Famosos de ayer
Gunilla Von Bismarck y Luis Ortiz, la condesa alemana y el canalla de Marbella
Las últimas veces que les vi, él estaba desmejorado pero muy moreno. Ella irradiaba una luz espectacular
Dos mundos distintos formaron una pareja única en un universo que ellos (casi) crearon. Gunilla Von Bismarck y Luis Ortiz fueron, son y serán aquella Marbella que nunca desaparecerá, al menos espíritu.
Las últimas veces que vi a la pareja dorada fue en las famosas galas Starlite en los años previos a la pandemia. Luis, desmejorado pero muy moreno y con todavía un par de pelos para cubrirle la parte superior de la frente. La bisnieta del káiser , con una luz espectacular en el rostro para una señora de mucha edad y con una belleza paralela a su mítica tanorexia. Ortiz Von Bismark, así se apellida el hijo de la pareja y que suena como el paradigma de la unión entre una España cómoda con el franquismo y una dinastía europea centenaria. Y así es realmente.
Cuando se conocieron los padres de Francisco Ortiz Von Bismarck, los jóvenes bien que habían vivido muy bien durante la dictadura Franco, pasaron a vivir aún mejor. Aunque la educación rancia de la España de los 50 y 60 no tenía en sí una asignatura llamada bon vivant los de la generación de Ortiz la convirtieron en troncal y no pararon hasta conseguir matricula de honor. Y mientras que Madrid ardía para unos elegidos que combinaban con maestría el encanto más sibarita de toques internacionales con una innata sabiduría para el cachondeo y canalleo de corte cuasi quinqui, una rubia rubísima florecía cual valquiria en un castillo de tropecientas habitaciones. A ver, no es lo mismo la burguesía más o menos adinerada del circulo cercano al General Franco, lo que se dice, una buena familia de la época, y la nobleza muchas veces legitimada del norte de Alemania. El padre de Luis Ortiz, además de tener otro nueve hijos más, fue conocido (además de temido) por tener a su cargo ese universo tan en blanco y negro llamado censura como parte de su labor en el Ministerio de Información y Turismo. Mientras tanto, a poco más de 2000 kilómetros, una combinación exclusiva (alemana y sueca) llamada Gunilla Gräffin crecía en el lujo pomposo versión teutónica y la educación con disciplina escandinava en un colegio mixto Estocolmo. Qué poco sabía la que compartió patio con el malogrado Olof Palme y o el actual monarca sueco Carlos XVI Gustavo, que su porte elegante y aristocrático le serviría para ‘reinar’ a orillas del Mediterráneo en una corte casi creada por ella misma y unos cuantos visionarios.
Un reino para ellos
Hubo un momento en el que Marbella no era más que un pueblo costero en el que, gracias a un clima espectacular y una buena ‘genética’ se convirtió en un destino para aventureros del turismo de corte exótico (y suelo a buen precio) que en vez de buscar su sueño en otros sitios preferían una España que les aplaudía por su elección. Allí estaba poniendo la primera piedra virtual el mítico Alfonso de Hohelonhe y famosos como Deborah Kerr o Audrey Hepburn, dando su toque de elegancia Hollywood al encanto de una Andalucía casi rural.
Esta incipiente meca fue la que debió encontrarse la pequeña versión de la actual condesa de Von Bismarck cuando la familia veraneaba por estos lares a principios de los años 60. En aquellos años de desarrollismo se vislumbraba ese término tan nuestro de «el turismo es un gran invento» pero todavía no era una realidad. Cierto es que la frase si que se haría realidad cuando Luis llego con su troupe de magos de la diversión llamados los Choris. Ellos morenos, cachondos, con ganas de comerse el mundo, beberse el planeta, y sobre todo, ligar con todo lo que se moviese siempre que fuese fémina y que fuese y oliese a turista. La Von Bismarck cumplía a la perfección esas características, y cuando aterrizó como mujer en el año 71 lo hizo como la embajadora perfecta de lo que soñaban los Alfredos Landas de este país: rubia por dentro y por fuera (es decir, natural), liberada, alta, moderna e ignorante de lo patrio pero cosmopolita de corazón.
Poliamor
Los reyes de Marbella se casaron a finales de los años 70 después un romance basado en el amor, en el sexo y en la admiración y fascinación mutua. El español de la alemana nunca ha sido su fuerte (y al principio menos) y en palabras del mismo madrileño de raíces sevillanas , «lo mío no son los idiomas». Eso no les ha impedido ser felices en un matrimonio que duró una década, tener un hijo que es el orgullo de ambos, y mantener una unión de las que solo pueden presumir los ricos. No están casados (o al menos es lo que se sabe), pero han vivido juntos durante largas temporadas desde que se separaron hace más de treinta años.
La condesa vive en entre Alemania (que no se diga que el castillo no es suyo) y su reino marbellí. A Luis le cuesta más lo de salir de Andalucía pero sigue considerando Alemania su segunda casa. Se quejan de que su Marbella no es lo mismo. Que Gil cambió el glamour por la ostentación de una clase media con demasiado dinero. Pero ellos siguen apostando por la joya de la Costa del Sol y recordando esos veranos locos que eran admirados tanto dentro como fuera de nuestras fronteras por tener dos embajadores únicos y muy divertidos.
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