Ana García Lozano: el primer verano, el primer baño en el Mediterráneo

Coincidiendo con sus bodas de plata, la periodista se ha casado por segunda vez con su marido, el productor Víctor García, en una ceremonia celebrada por el padre Ángel

La periodista de la mano de sus padres en la Malvarrosa, cuando tenía un año ABC

Antonio Albert

El año pasado, Ana y Víctor cumplían 25 años como matrimonio y querían celebrarlo con una ceremonia civil, una fiesta y todos sus seres queridos. La pandemia parecía empeñada en arrebatarles el sueño, pero al final solo lo retrasó. La periodista y el productor esperaron a que las restricciones se relajaran, llegaran las vacunas y algo parecido a la normalidad regresara a sus vidas. Hablaron con el Padre Ángel y llevaron a cabo su romántico proyecto: «25 + 1», 25 años de amor y uno de pandemia: «Nos fuimos a París de luna de miel porque es nuestra ciudad favorita. Yo creo que en otra vida fui parisina, porque allí me siento libre», confiesa Ana García Lozano. Tras el subidón de azúcar, la paz: «Queríamos estar tranquilos con la familia, así que nos fuimos con mi madre y los niños a Marbella». Las vacunaciones en Madrid, las grabaciones del concurso ‘Pasapalabra’ (el coreógrafo Rafa Méndez fue su pareja en el equipo azul), los cursos de comunicación y diversas presentaciones de galas o entregas de premios han ido salpicando estos meses de estío en los que Ana ha intentado «juntar los trabajos presenciales para evitar ir y venir constantemente».

Asidua al festival Starlite y otros eventos, reconoce que este verano está siendo más casero: «Me encanta que la economía haya reaccionado y el turismo se recupere, pero hay tanta gente que es imposible aparcar, reservar, pasear por las calles . Y más ahora, que hemos convertido el hogar en nuestro refugio y hemos aprendido a estar cómodos en él. A mí me encanta que el teletrabajo haya venido para quedarse, pero veo a mi hija y me da pena que no pueda socializar con sus compañeros de clase, que no pueda salir de marcha con ellos un viernes o un sábado noche. A nuestros hijos, esta pandemia les pasará factura y tenemos que ser conscientes de ello».

Ana Lozano y su marido Víctor GTRES

El verano de 1965

No hay duda alguna sobre la autoría de la foto: «Mi tío Juan, el hermano de mi padre, que se convirtió en mi fotógrafo oficial de pequeña. Como una princesa, vamos» . Fue tomada en la playa de la Malvarrosa, en Valencia, y ese debió de ser el primer verano de Ana, que no tendría ni un año de vida (nació el 13 de septiembre de 1964). Ahí la tienen, llevada de la mano de las dos personas más importantes de su vida: «Siempre me dieron todo cuanto podían. Primaron la calidad a la cantidad, porque sacrificaron mucho de su tiempo conmigo para dedicárselo a su trabajo, a las giras y los viajes. Pero cuando lo hacían, cuando estaban junto a mí, eran todo amor y todo entrega. Además no éramos una familia solo de padres e hijos, sino de tíos y primos que se portaban como padres y hermanos».

Ana viene de una saga de artistas con una vida peculiar: su madre es Maruja Lozano, cantante de copla valenciana Maruja Lozano, y su tío, Manolo Escobar, todo un mito. «Yo tuve una infancia muy feliz, muy bonita. Éramos un poco titiriteros y solo nos faltaba la roulotte. Yo recuerdo esos viajes con todos en el coche y acabar mareada de tanto ’carro’ y tanto ‘porompero’ . Me crié en los ‘backstages’, jugando entre baúles del teatro. Monumental.. ¡Si me rompí el brazo dos veces por hacer locuras entrecajas!». De todos esos momentos locos vividos por una niña, destaca las nocheviejas en las que se subía a los escenarios con los músicos y cantantes para comerse las uvas y lanzar serpentinas al público: «Esa alegría se te queda grabada».

Luego llegarían los obligados veranos en Benidorm: « Nos quedábamos en casa de mi tío Salvador, que como no tenía hijos, jugaba como nosotros, como uno más. Incluso nos enseñaba a tirarnos a la piscina de cabeza. Le encantaba apostar conmigo: cuando mi madre iba a dar luz por segunda vez, le gané una comida porque aposté a que sería niño», recuerda Ana con nostalgia. «A mi padre casi no le veía el pelo porque eran los meses de conciertos. Me quedaba más con mi abuela». Ana reconoce que la influencia de los mayores hizo mella en su personalidad: «Desde pequeña estaba rodeada de artistas que contaban historias increíbles, que tenían experiencias fascinantes. Yo les escuchaba y me iba empapando de todo».

Escuchar es un don que tiene esta periodista que arrasó en audiencias con sus programas de testimonios: «Yo me subo a un taxi y antes de abrir la boca, el taxista ya me empieza a contar toda su vida. Pero es algo que ya me pasaba en el colegio. Recuerdo una vez que una niña me llamó cotilla y vino otra a corregirle, ‘No, Ana no es cotilla, lo que pasa es que todas vamos a contarle nuestros secretos’. Y es verdad. Yo no soy cotilla, soy curiosa. Y la gente lo percibe».

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