La entrevista con la que Meghan y Harry se han preparado para no fracasar en su polémica aparición televisiva

En octubre de 1969, los Duques de Windsor concedieron una entrevista con Kenneth Harris para la BBC. Él había abdicado por amor, pero sus declaraciones decepcionaron.

Harry y Meghan, en un momento de la entrevista con Oprah Winfrey

Antonio Albert

Desde que Eduardo VIII abdicara el 10 de diciembre para vivir libremente su amor con la norteamericana Wallis Warfield , todo el mundo se preguntaba qué había visto su majestad en aquella norteamericana de aparentes pocos encantos y fuerte personalidad . La respuesta estaba precisamente en ese segundo rasgo: era una mujer fuerte, dominante, fría, incluso cruel -al menos con las palabras, según innumerables testimonios- y de una ambición desmedida . Todo ello convertía a Wallis Warfield en la amante ideal para un hombre criado en una institución represora, y a la que biógrafos como Andrew Morton recrearon como una mujer controladora y manipuladora que mantenía una relación sadomasoquista con el hijo del Jorge V de Inglaterra: humillaciones verbales, retorcidos juegos psicológicos y, según rumores nunca acreditados, trucos sexuales aprendidos en un algún burdel de Macao (por cierto, esta última leyenda urbana, ¿no les suena de nada si añadimos la ’técnica del carrete’?).

Wallis Simpson y Eduardo VIII

Rodeados de lujos y sirvientes en plena posguerra, ajenos a la crudeza de los tiempos, vivían en su burbuja de la suite del Waldorf Astoria de Nueva York , convertida en su segunda residencia, los Duques de Windsor accedieron a relatar su vida en una entrevista a la BBC.

Es de suponer que tanto Oprah como Harry y Megan habrán visto este encuentro para distanciarse de lo que resultó un fracaso. Porque la entrevista no estaba pensada para el público, para seducirlo con una historia de amor. Grabado en un lujoso interior, ambos comienzan sentados, uno junto al otro, pero con una postura y lenguaje corporal que los situaban a años luz: separados por un mundo. Ella aparece segura, los brazos apoyados, dominando el terreno. Él, sin embargo, incapaz de disimular su nerviosismo: jugando con las manos y el anillo, tocándose la cara, mirando al vacío. « La felicidad es el gran secreto para la felicidad . Cómo te sientes, cómo te ves, Nosotros hemos sido felices», confiesa la duquesa apoyando su mano en el brazo de su marido, indicando que devolverle el gesto. Ambos se cogen de la mano: es el único contacto físico entre ambos, un gesto de complicidad un tanto forzado.

Luego, la realización cambia y todo son primeros planos, centrados en la figura del hombre que renunció a un Imperio por una vida ociosa. Pero él aparece cabizbajo , recordando con amargura su relación con los políticos británicos, insistiendo en que tenía sus posturas ideológicas aun cuando la Corona no puede, por principios, meterse en política.

El periodista Kenneth Harris no está tan preocupado por el romance de los duques como de las relaciones con presidentes y líderes. Escarba en sus posiciones políticas, en sus planes como rey, que insiste en su apuesta por la ciencia, en temas tan dispares como la investigación médica o los avances en la aviación. Aislado en palacio, descubrió la vida de sus súbditos en la I Guerra Mundial: «me pude mezclar con gente a la que no habría conocido jamás. No había sido fácil para mí mezclarme antes. Pero la dura y terrible guerra no respeta rangos ».

Se presenta como un rey antisistema, moderno, pero lo hace con la actitud de un hombre derrotado que no mira a cámara, que mira a su interior esperando hallar la paz que le arrebató su decisión: «Yo era un tipo independiente que chocó con su tiempo y con el ‘stablishment’ de manera violenta». Cuando el periodista pregunta si podría haber evitado ese choque con otro amor o siguiendo soltero, Eduardo VIII tartamudea, mide sus palabras, gesticula nervioso: «era inevitable, aunque tal vez para no mal… No sé, creo que ayudé a ese conservador ‘stablishment’ a deshacerse de mí». Al menos ahí, el que fuera rey parece seguro de lo que dice.

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