Bebamos vino, simplemente bebamos
El vino ha existido desde tiempos inmemoriales. A lo largo de la historia de la humanidad ha estado presente y acompañado grandes momentos, victorias y derrotas. Las bacanales romanas no son célebres por las discusiones sobre el retrogusto, sino por las ingentes cantidades de vino y las conspiraciones políticas. En las bodas de Caná la preocupación no fue si el vino maridaba con el solomillo, sino su ausencia. En la Edad Media ya se consideraba terapéutico y se utilizaba como ingrediente para preparados medicinales gracias al Liber de Vinis, atribuido al médico Arnau de Vilanova, al que los únicos puntos que le importaban eran los de sutura.
Así, durante más de 5.000 años ha sido un compañero fiel, un elemento de disfrute, de evasión, un alimento. Sin embargo, en los últimos 50 se ha convertido en un producto elitista , esnob y puntuable, introduciendo una terminología y unos parámetros que han terminado por conseguir que, tanto el consumo como el placer, caigan en picado.
Todo el mundo sabe cómo le gustan las cosas que le gustan, desde algo tan simple como la tortilla de patata. Con cebolla, sin cebolla, más o menos cuajada, fría o recién hecha. Es sencillo. En gastronomía el foco se centra en la elaboración y el producto acabado, conocemos innumerables técnicas complejas pero al final lo importante es si resulta satisfactorio o no. Así debería ser también con el vino, me gusta o no me gusta, este me gusta más o menos. Punto. Deberíamos, además, conocer más sobre su elaboración y dejar de lado quimeras y elementos de difícil comprensión que lo único que generan es inseguridad y miedo a equivocarnos.
Hace años se consumía vino a diario, acompañaba todas las comidas y en todas las casas había botellas o damajuanas que se rellenaban. Sin embargo, actualmente somos uno de los países productores con el consumo por persona más bajo del mundo. El cambio se produjo al dejar de consumir el vino que se elaboraba en proximidad y empezar a consumir vinos de otras zonas e incluso países. En ese momento, las puntuaciones fueron de gran ayuda para un consumidor comprensiblemente perdido y algo abrumado. Hoy en día continúan ejerciendo una influencia innegable tanto en consumidores como en mercados, pero nunca deben primar sobre las preferencias personales.
Tenemos la inmensa fortuna de vivir en un país productor con unos precios, calidad y variedad inigualables ; tiendas maravillosas con profesionales preparados y bares y restaurantes con una gran oferta por copas. Todo esto permite probar vino de todo tipo y condición prácticamente a diario, facilitando establecer criterios propios y nuestro baremo personal.
Volvamos a conectar con esa parte primitiva y atávica , volvamos a derramar vino simplemente por placer, sin preocuparnos por si bota y rebota en la cavidad ósea, los puntos que tiene o si sabe a vainilla o a coco. Brindemos; por Baco, por Odín, por Tutatis o por tu tía, pero disfrutando.
Bebamos, simplemente bebamos. Y mucho.