Lhardy y Pescaderías Coruñesas: un acuerdo entre centenarios
La familia García Azpiroz se quedará el histórico local y lo sumará a su grupo de restauración
Ya lo dijo Azorín: «No podemos concebir Madrid sin Lhardy» . En realidad, Madrid no puede concebirse sin muchos de los negocios centenarios que ha visto morir en los últimos años. Casas singulares que, por la falta de relevo generacional o músculo financiero, hacen de la ciudad un territorio menos auténtico y anodino cuando bajan para siempre la persiana. La capital amenaza desde hace tiempo con padecer la enfermedad de lo anodino y lo común. Sirva como ejemplo la sangría de sus tablaos flamencos. Así, el anuncio de quiebra del centenario restaurante de la carrera de San Jerónimo sacudió hace mes y medio la conciencia de la ciudad al entrar en preconcurso de acreedores. Donde los madrileños vieron una tragedia, otro centenario ha visto una oportunidad. La noticia del acuerdo de compraventa entre Lhardy y Pescaderías Coruñesas que ha trascendido esta semana abre un camino de esperanza para la familia propietaria del restaurante, agobiada por las deudas, y también para Madrid.
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Un acuerdo de confidencialidad blinda los términos de la operación aunque, tal y como han explicado a ABC fuentes conocedoras de la misma, la sociedad adquiriente «no se haría cargo en su totalidad de las deudas que acarrea Lhardy». Aun así, esas fuentes aseguran que la familia y los trabajadores sienten un «enorme alivio». Puede que tan grande como la tristeza de tener que poner en manos ajenas la empresa que tus antepasados regentan con las suyas propias desde 1926. Solo un lustro faltaba para que hiciera el siglo. En el aire estaba la preocupación de que el traspaso del restaurante no alterara su esencia histórica —una de las condiciones de la parte vendedora— y que los empleados siguieran trabajando. Al parecer, ambos puntos están garantizados . La compra del edificio entero que alberga a ras de calle el restaurante y su tienda, así como los salones, las oficinas y los pisos superiores, también entran dentro de la operación.
Años de condena
Como viene informando ABC, la pandemia ha puesto la puntilla a este histórico establecimiento abierto en 1839. Los problemas de Lhardy, como contó hace un mes y medio su actual gerente, Javier Pagola, han sido varios más allá del Covid-19 . Entre otros, ocho años de obras del complejo Canalejas —cuya ubicación ahora es un atractivo añadido a la venta— justo en la puerta del local y, de ellos, los últimos seis con una valla de obra delante de ella han hecho mucha mella. También fueron muy críticos en su momento con las restricciones de Madrid Central. Por último, la ausencia de turistas internacionales durante el último año ha sido el remate. «Al final nos hemos quedado sin músculo financiero», afirmaban.
La familia García Azpiroz , propietaria desde 1956 de las Pescaderías Coruñesas, sumará este icónico activo a su cartera de restauración si prospera el acuerdo de compra. «Aún queda bastante por delante para que se materialice», informan las fuentes consultadas por este diario. El grupo tiene actualmente tres restaurantes — El Pescador , O’Pazo y Filandón — y la marca de eventos La Albada. Pero más allá de la romántica idea de salvar un restaurante centenario, detrás de esta operación está el enorme interés inmobiliario que el emporio ha demostrado en la última década con sonadas compras en la zona. Entre ellas, el Teatro Reina Victoria que adquirió de manos del televisivo Carlos Sobera. También el número 3 de la plaza de Canalejas, la centenaria Casa Allende, ejemplo singular de la arquitectura regionalista en Madrid. No es el único edificio histórico que atesora su colección inmobiliaria. Sin duda, una de sus adquisiciones más sonadas fue la del Palacio de la Trinidad en 2015. Lo hizo en una subasta del Estado por una cuarta parte de su valor de tasación —lo adquirió por 1,5 millones de euros y estaba tasada en 6,4 millones de euros—.
Evaristo García, padre de los actuales administradores Marta, Diego y Paloma —el primogénito, Norberto García Azpiroz falleció en marzo de 2017 a los 44 años— entró en el negocio de la restauración con la compra de El Pescador en 1975. Después, a principios de los años 80, se haría con la marisquería O'Pazo. El primero de nuevo cuño fue Filandón, nacido en 2011. Y a estos se sumó en 2014 el catering de La Albada , asociada a los eventos que acogen en su finca El Monje. La historia de Evaristo, fallecido en febrero del año pasado, y de su mujer Juliana Azpiroz —hija del fundador de Angulas Aguinaga—, representa el éxito de la filosofía del esfuerzo y el trabajo llevados a la máxima expresión.
La empresa que podría salvar a Lhardy de su condena al olvido no es la primera vez que levanta un negocio venido a menos. El abuelo de Marta, Diego y Paloma, Norberto García, se quedó con Pescaderías Coruñesas en una situación económica tan delicada como la que vive hoy el restaurante de la carrera de San Jerónimo. La familia de arrieros maragatos, cuyas raíces ahondan en Combarros (León), lo hizo en 1956 a Luis Fragío Babío. Su hijo Evaristo tenía entonces 23 años y llevó la sucursal de las Pescaderías Coruñesas que había en la calle Recoletos, 12 a su máximo esplendor. Después desembarcarían en Mercamadrid y, de ahí, en 1986 a la sede central de la calle de Juan Montalvo. Antes de Fragío, Pescaderías Coruñesas estuvo en manos de su fundador, Luis Lamigueiro, quien se encontró también con fuertes problemas de liquidez en los años 30 que le obligaron a vender un negocio que nació rodeado de éxito en 1911. La historia siempre se repite, para mal y para bien .