Tribuna: Ciudad Abierta

Hacia la ciudad mixta

Marcos Sánchez Foncueva, CEO de la Junta de Compensación de Valdebebas, propone un cambio en el modelo urbanístico que ofrezca soluciones para lograr la reconciliación del ciudadano con su entorno

Marcos Sánchez Foncueva

Un mundo sin fronteras. La aldea global. La ciudad universal. Lejos de ser expresiones utópicas, sobre las que los grandes pensadores y urbanistas de la civilización occidental han venido hablando desde la fundación de Roma , estas ideas expresan una realidad que las ciudades van materializando, de forma inexorable, desde sus primeros pasos y alcanzando una velocidad de vértigo en los convulsos comienzos de este siglo XXI, en el que la humanidad parece haber perdido, definitivamente, el miedo al cambio. Los avances tecnológicos han impuesto, sin vuelta atrás, aquella globalidad en la evolución no ya sólo de las grandes ciudades, sino en el desarrollo de hasta los núcleos urbanos más modestos. Y hablo de imposición no como recurso grandilocuente o retórico. Pocos dudan ya de que los avances tecnológicos están adelantando al hombre, se imponen a su propia humanidad y dominan su trayectoria vital desde la cuna. Y esa sensación nos impone la necesidad de correr detrás de la tecnología , forzándonos a la búsqueda de una expansión continua de aquella globalidad y de sus consecuencias, como única forma de mitigar la ansiedad que nos produce el sabernos por detrás de la realidad que el propio hombre ha creado. La inercia de la ciudad acelera esa ansiedad. La ciudad es problema y es solución.

Lewis Mumford, entre otros grandes urbanistas, ya dibujaba un panorama parecido mediado el siglo XX y ya proponía, desde su vertiente de historiador, cuál habría de ser la solución para acompasar, sin frenarlas e integrándolas en la cotidianidad de la ciudad, las sucesivas revoluciones tecnológicas que se han venido sucediendo desde entonces. Una solución brillante, desde luego, por su tremenda sencillez. La humanización de la ciudad. Recuperar su fundamento, la génesis de las ciudades, su razón de ser. La ciudad nace como resumen de la historia del hombre y de su propia naturaleza. Su agrupación para el cumplimiento de sus fines, más mundanos en sus inicios, relacionados con la defensa de sus cosechas y de sus excedentes, permitiendo así el comercio con ellos para la obtención de otros bienes y más intrínsecamente humanos a medida que se alcanzaban esos primeros objetivos, como el fomento de las relaciones interpersonales, el cultivo de la mente y del espíritu, el intercambio entre iguales, el arte. S e desplaza entonces el foco y centro neurálgico de la ciudad , de sus murallas y castillos a las plazas, a las calles, a los parques, allá donde pudiera producirse ese intercambio que consagra a la ciudad como instrumento que, desde siempre, ha hecho más hombre al hombre.

No es baladí este proemio, que el lector puede considerar excesivo para el corto discurso que me ocupa. Y arrimo ya el ascua a mi sardina. Muchos piensan que las grandes ciudades ven alejarse irremediablemente de su evolución aquella génesis que explicaba. Que su humanización es causa perdida, que debemos abandonarnos a su crecimiento al margen del hombre. Pero como toda tragedia bien construida debemos encontrar y activar su catarsis. Y en esta búsqueda encontraremos la solución. Debemos llevar al hombre de nuevo a la plaza, al intercambio, al abrazo. Se han propuesto muchas soluciones, aceptadas algunas como inicio de esa vuelta al origen. Ahí las ciudades multicéntricas o la ciudad de los quince minutos. Ideas que implican, desde luego, la vuelta del ciudadano a la calle, su reconciliación con la ciudad, el regreso del hombre al hombre.

Para operar tales cambios en España encontramos, sin embargo, otro importante escollo que, más que dificultad, se ha convertido ya en peligro que impide la solución. Nuestro sistema urbanístico . No machacaré, otra vez, al indulgente lector con la imperativa necesidad de su cambio. Baste decir que este es posible y que el consenso para realizarlo es abrumador. En tal sentido vemos como algunas administraciones, como la de la ciudad de Madrid, se están empeñando en anticipar soluciones parciales al imprescindible desenlace que habrá de modificar las bases del sistema.

Soluciones que encaminan la esperada reconciliación del ciudadano con su entorno. Flexibilizar los usos urbanísticos, su diseño e implementación en cada barrio , se muestra hoy como el remedio más directo para resolver el desapego del hombre con su ciudad. Se estará avanzando, además y por supuesto, en la consecución de las ciudades multicéntricas permitiendo, en efecto, que nuestras necesidades, de toda índole, puedan ser satisfechas en ese radio de quince minutos a pie desde nuestros hogares y empujando a la recuperación de una relación íntima y directa con nuestra ciudad. Si somos capaces de superar el determinismo de un planeamiento urbanístico cuya rigidez impide la adecuación de los usos a las necesidades del ciudadano-hombre, volviendo así a ponerlo a su servicio, estaremos más cerca de la redención urbana. La mixticidad de usos urbanísticos y de las funciones urbanas es, sin duda, remedio que ayudará a resolver algunos de los más graves problemas que castigan hoy a nuestras ciudades, destacando hoy entre ellos el de la movilidad. Precisamos para ello de administraciones valientes, capaces de obviar el ciclo político y de centrarse en la implementación de acciones cuyo rédito electoral puede no llegar a corto plazo. El Ayuntamiento de Madrid ha iniciado una modificación de sus normas urbanísticas que permitirá la flexibilización de su régimen de usos, dando además entrada a la ordenación de algunos nuevos que llevan implícita, por otro lado, esa mixticidad, como el cohausing o el coliving (prefiero el término español de residencia o vivienda compartida) o permitiendo el uso de almacenaje logístico, llamado de proximidad, en usos residenciales. Por su parte, parece más cercana la modificación de su legislación urbanística por la Comunidad de Madrid, lo que permitirá emprender a las administraciones municipales acciones de mayor calado respecto a aquella indispensable flexibilización.

No hay lugar para no esperar que se produzcan el cambio y la reconciliación. Debemos enfrentar el inmediato futuro con optimismo y con proyectos , pues será un proyecto lo que enarbole un optimista frente a la excusa tras la que se esconderá el pesimista. Empecemos por apuntalar la idea de la ciudad mixta. Buen comienzo. Que no ignoren nuestros políticos la máxima del filósofo William James: El pesimismo conduce a la debilidad, el optimismo al poder. Nuestras ciudades bien lo merecen.

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