«¿Qué te pasa? Nada». Las consecuencias de reprimirte con tu pareja para tener la fiesta en paz

Según la autora y coach Marita Osés, no nos podemos empeñar en pensar que la pareja feliz es aquella que no discute ni tiene conflictos: «es un ideal cadáver»

Laura Peraita

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¿De qué va el amor? Esta es la pregunta que se hace Marita Osés en su último libro para invitar al lector a desmontar los mitos de la pareja. A pesar de estudiar la carrera de Derecho, decidió convertirse en coach y, después de que un cáncer de mama le pusiera su vida patas arriba, ha logrado plantarle cara y cuidar de sus dos hijos y disfrutar en familia.

«Pero, ¿qué te pasa?». «Nada». ¿Por qué cuesta tanto a veces ser sinceros con nuestra pareja, decir lo que sentimos?

Antes de ser sinceros con la pareja y enfrentarnos a ella, tenemos que hacerlo con nosotros mismos. Y esta es una asignatura que muchos llevamos pendiente. A menudo, ni siquiera nosotros mismos sabemos lo que nos pasa. Y cuando lo sabemos, nos juzgamos y no llegamos a validar lo que sentimos. Es imprescindible parar, observarnos, ponerle nombre a lo que sentimos y, si es posible, seguirle la pista hasta ver el origen de ese sentimiento. Y no confundir el detonante, que puede ser algo superficial y sin importancia, con la causa.

La causa siempre está dentro de nosotros, aunque la pareja actúe como detonante. Puede que la pareja ponga el dedo en la llaga, pero la llaga es mía. Ponerlo sobre la mesa nos obligaría a sincerarnos con nosotros mismos y a ser consecuentes. Y da pereza. También nos callamos por miedo al conflicto, en la falsa ilusión de que si no le damos importancia, pasará. El miedo al conflicto hace que mantengamos una falsa armonía a corto plazo, pero estamos alimentando un polvorín que antes o después estallará.

¿Por qué resulta más sencillo acumular tensiones en una relación que, por lo general, finalmente estallan?

Para tener la fiesta en paz. Y cuando se produce la reacción explosiva, el estallido de la furia contenida, la rabia, la indignación, es una forma de ejercer el poder, de asustar al otro para que no vuelva a «quitarte la razón» o no dejarle exponer unas razones que pueden resultar molestas.

¿Qué nos lleva a reprimir nuestras emociones?

John Powell, en su libro «El secreto para seguir amando» (Sal Terrae 1997) explica tres razones principales por las cuales reprimimos las emociones:

1) Hemos sido programados para hacerlo. Es decir, el cerebro del niño registra lo que ve: si crece en una familia que no manifiesta sus emociones, tendrá tendencia a reprimir las expresiones de afecto; si crece en una familia en la que son normales los conflictos y las discusiones, le resultará más fácil expresar su ira.

2) Etiquetamos las emociones como buenas o malas. Por ejemplo: «es bueno sentirse agradecido», «es malo sentir envidia». Y actuamos en consecuencia.

3) Experimentamos un conflicto de valores porque la emoción entra en colisión con la imagen que uno tiene de sí mismo. Si en la construcción de mi feminidad, por ejemplo, es indispensable el valor de la entrega, reprimiré mis sentimientos de frustración cuando la entrega a mi familia no me llene. Si un hombre tiene la idea de que ser valiente es no llorar, nunca expresará su dolor a través del llanto porque amenaza su masculinidad. Toda emoción que atente contra la idea que me he hecho de mí mismo y que la ponga en peligro, me resultará intolerable y la reprimiré. En realidad, las reprimimos porque las juzgamos, en lugar de observarlas, y muchas veces las condenamos. Y así nos perdemos un recurso valiosísimo para conocernos de verdad y seguimos perpetuando la imagen que hemos construido de nosotros, que a veces dista mucho de nuestro auténtico ser.

¿Qué motiva a una persona a hacerse la víctima si la relación de pareja no funciona correctamente?

Aquí entramos en el tema de la relación de pareja como punto de partida o de llegada. La relación, creo yo, es un punto de partida para el encuentro con el otro y con uno mismo. Y es el encuentro con el otro, y sobre todo el conflicto, el que puede provocar un viaje hacia tu interior en el que descubres quién eres y qué eres: somos amor enterrado bajo capas y capas de ignorancia y desamor. Si adoptas el papel de víctima, te niegas a hacer ese viaje y te pierdes el regalo que ese conflicto tiene escondido para ti.

Habría que aclarar qué significa que una pareja «no funciona». El mito de la media naranja que incluye el mito de la pareja feliz, nos hace pensar que una pareja no funciona cuando hay conflictos. Seguimos queriendo creer que lo bueno es que no haya conflictos, y esto afecta a nuestra convivencia, básicamente porque es mentira. Nos guste o no, si algo está vivo, lo normal es que siempre esté pasando algo: conflictos, problemas, novedades, imprevistos. No es lo que pasa, sino cómo vivimos lo que pasa lo que marca la diferencia. Pensar que la pareja feliz es aquella en la que no hay conflictos y seguir soñando con ella es empeñarse en vivir una fantasía y no querer darse cuenta de que ese ideal de pareja es un cadáver.

Asegura que damos por sentado que la pareja crece sola, y que no es así. ¿Qué cuidados necesita la relación?

El primer cuidado que necesita es el autocuidado de cada uno de los dos pilares que la sostienen. Cada uno debe cuidar y respetar su propio jardín, sus espacios y tiempos individuales en los que alimentan su ser. Si lo haces contigo mismo, es más fácil respetar que el otro haga lo propio.

Lo siguiente es tiempos y espacios de conexión, de comunicación y de disfrute en los que recordemos por qué y para qué decidimos estar juntos, no solo hablando, sino haciendo cosas que nos hagan conectar con aquello que nos hacen sentir que tenemos un destino común, aunque cada uno tenga un trayecto personal que recorrerá a su manera, en función de su forma de ser, de sus circunstancias y de sus anhelos, sin interferir en el camino del otro, sino ayudándole a recorrerlo, a veces con su mera presencia.

La pareja está constituida por dos personas que no funcionan por arte de magia, solo porque las personas estén juntas bajo el mismo techo. Funciona porque cada una camina, actúa, piensa, ama. Y, sobre todo, se comunican. Forman un entramado de relaciones vivas que hay que cuidar, regar, abonar... y eso requiere la participación activa de ambos miembros, cada uno según sus posibilidades ilimitadas y a la vez con sus limitaciones.

¿Qué lleva a sentir soledad a pesar de estar en pareja?

El no haber aprendido a estar solos, que es otra forma de decir, el no haber aprendido a estar con uno mismo. La persona que no ha aprendido a estar sola, suele buscar la pareja como un seguro antisoledad. En cambio, cuando uno aprende a escuchar sus propios deseos y necesidades y a moverse para atenderlos, no tiene tiempo para sentir soledad. Porque la soledad no es más que desconexión con uno mismo y al escuchar nuestros deseos y necesidades y tratar de cubrirlos, conectamos con nosotros mismos.

Muchas veces pedimos a la pareja algo que no nos estamos dando nosotros. Y, por mucho que pueda llenarnos la pareja, hay partes de nosotros que solo los puede llenar cada uno.

¿Cómo se puede solucionar?

En primer lugar, iniciando un proceso de amor hacia uno mismo, que descargue a la pareja de una obligación que no le corresponde y resitúe a la persona que se siente sola, haciéndole ver que no es víctima del otro, sino de sí misma. En segundo lugar, poniendo sobre la mesa qué entiende cada uno por amar y ser amado y actuar en consecuencia respetando las posibilidades y la realidad de cada uno.

¿A qué nuevos retos se enfrentan las parejas en la actualidad?

¡Esta pregunta da para un libro entero! Las redes sociales han revolucionado las relaciones y afectan a la pareja en dimensiones que no me he parado a pensar. Lo que sí veo en la consulta es que la influencia de la economía de mercado en nuestras mentes es tan fuerte que nos olvidamos de que somos personas y nos tratamos como mercancías. No sé quién acuño esta frase: «Los seres humanos fueron creados para ser amados. Las cosas para ser usadas. La razón por la cual este mundo está inmerso en el caos es que amamos a las cosas y usamos a las personas».

No sé si esa es la razón del caos, pero sí he de admitir que nos estamos acostumbrando a desear y obtener lo que deseamos, a ser posible con el mínimo esfuerzo (apretando una tecla) y rápidamente (al instante). No se trata solo del problema de la mujer objeto —que persiste— sino que, independientemente del sexo al que pertenezcan, muchas personas consideran a otras como mercancías que pueden conseguir y poseer.

No me refiero exclusivamente a adolescentes con las hormonas alborotadas, sino a personas de todas las edades que salen a la caza. Podemos ir hacia el otro no solo en busca de sexo, sino también en busca de poder, prestigio, dinero, estatus..., cualquier cosa que me importa más que la persona en sí y que la convierta en un simple medio para obtener mis intereses. Es un problema de ética, de cómo considero a las personas. Si son personas, no tengo derecho a poseerlas como si fueran objetos, no puedo decir «me gusta, me la quedo». Porque lo siguiente es «la uso y la tiro».

Los adolescentes o jóvenes que tienen varias experiencias de pareja de este tipo (a veces, una sola basta y es devastadora) llegan a la que pretenden que sea su relación estable muy lastimados y con muy poca fe en la relación amorosa, con un listón cada vez más bajo y dispuestos a conformarse con cualquier cosa que no les haga sufrir demasiado. No solo para no estar solos, sino para insertarse en una sociedad en la cual el estatus de pareja es un requisito imprescindible, aunque a veces solo sea una mera yuxtaposición de personas sin proyecto común.

Aparte de eso, veo que la conciliación de trabajo y familia sigue siendo un escollo, que la distribución de tareas en casa está lejos de ser igualitaria, que hay un montón de elementos que no ayudan a la comunicación profunda y continuada y sí a una distracción permanente que nos aleja de lo esencial.

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