¿Mediamos o batallamos? Esa es la cuestión

Delia Rodríguez es socia directora en Vestalia Asociados, abogada de familia y mediadora

Delia Rodríguez

En el amor y en la guerra, dicen, todo vale . Y, aunque a algunos lectores pueda resultarles un tanto extremista, un divorcio por las malas puede convertirse en una auténtica cruzada para los implicados.

Una carnicería emocional donde los golpes bajos, las mentiras, la manipulación y la traición se cruzan como dagas voladoras entre dos que un día, no tan lejano, se quisieron hasta el punto de iniciar un proyecto familiar común.

Y es que cuando una persona decide poner fin a una relación afectiva solo existen dos caminos posibles: gestionar la separación de forma sensata y responsable, u optar por adoptar una postura belicosa, con más o menos escrúpulos, cuya motivación puede oscilar desde la venganza, el interés económico o el sentimiento de propiedad hacia los hijos en común, entre otras.

Los abogados de familia, en nuestro día a día, vemos literalmente de todo. Pero sobre todo dolor, mucho dolor, que siempre salpica a los únicos que deberían permanecer al margen de las rencillas de los adultos, los niños.

Es por ello por lo que me considero una fiel defensora de la mediación como fórmula alternativa de resolución de conflictos de todo tipo, desde una separación o divorcio, una trifulca familiar por una herencia, malentendidos entre hermanos por la gestión de su empresa o desacuerdos de convivencia entre padres y sus hijos adolescentes, entre una amplia casuística.

Sin embargo, no menos cierto es que desde la entrada en vigor de la Ley 5/2012 de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles, la puesta en marcha que ha tenido la misma ha sido lenta, insuficiente y, si me lo permiten, un tanto decepcionante.

Quizá la razón de esta falta de predisposición por parte de los particulares a la hora de someterse al proceso de mediación pueda traer causa en una serie de factores, tales como la desinformación, la carencia de recursos públicos a la hora de impulsar la misma o, incluso, una ausencia de ‘cultura de la cordialidad’ en nuestro país que únicamente puede sembrarse desde la educación en valores, tanto en casa como en el propio colegio. Vamos, que muchos tienen en la boca el ‘te voy a denunciar/demandar’ con sorprendente ligereza. ¡Cuánto daño han hecho algunos programas de televisión!

La mediación es un bálsamo de paz en los procesos de separación y divorcio. Una receta casi mágica que nos permite a los mediadores guiar a las partes implicadas en un conflicto de forma que ellas mismas sean capaces de encontrar la clave que los lleve a una solución relativamente favorable para ambas.

Ceder, dialogar, entender, escuchar, sanar y, sobre todo, encontrar aquello que los une, y no los enfrenta, configuran la clave que explica por qué un acuerdo de mediación siempre será mucho más eficaz que una resolución judicial dictada por un tercero ajeno a esa familia.

Sin embargo, la mediación tiene como principio básico la voluntariedad de los implicados, por lo que, si los dos no acceden, será imposible iniciar el proceso. Este extremo ha causado un interesante debate acerca de si la sesión informativa previa debería, o no, imponerse como una obligación en los procedimientos contenciosos de guarda y custodia de menores. Algunos juzgados de la capital ya están derivando a las partes a mediación, si bien mi experiencia es que muchas veces los particulares acuden para hacer un paripé y evitar, lo que ellos temen pudieran ser, represalias del Juez por no haber asistido.

Y es que, cuando dos que se querían mucho dejan de quererse y empuñan el hacha de guerra, significa que llevan un camino tortuoso recorrido que a veces es difícil de reconducir, aunque no imposible.

Quizá a los padres y madres les hace falta más información realista sobre las devastadoras consecuencias de un procedimiento contencioso y sobre los riesgos que entraña el dejar en manos de una tercera persona el destino de su familia, el de sus hijos y el suyo propio. Pues, por más que los abogados de familia consigamos un resultado exitoso -según las expectativas del cliente-, el trayecto recorrido ha machacado emocional y económicamente tanto a las partes, que estas nunca vuelven a ser las mismas. Ansiedad, estrés, sufrimiento, insomnio … Y qué decir de las consecuencias con relación a los hijos en común, los más inocentes y quienes siempre están en el ojo del huracán.

La mediación frente a un proceso contencioso nos permite alcanzar pactos justos para ambos progenitores en menor tiempo que la vía judicial. En una media de tres o cuatro sesiones de mediación (1 hora cada una) habitualmente conseguimos resultados satisfactorios en 4 de cada 6 casos. Sin embargo, un procedimiento contencioso implica entre 8 meses y 2 años de espera.

Por otro lado, está el factor económico. La mediación es muchísimo más económica que el tener que afrontar los honorarios de dos abogados, procuradores y otra serie de gastos , como peritajes, que puedan darse dentro de una procedimiento de familia llevado a la vía judicial.

Y, por supuesto, no olviden el componente emocional, el más importante. La sensación de paz que transmite la mediación no puede compararse con el odio que se siembra y recoge en los procesos judiciales. Y, lo más grave, es que el conflicto entre los progenitores, lejos de mejorar con el tiempo, se enquista y dificulta el buen desarrollo de las relaciones con los hijos en común, quienes sí que son una unión entre ellos para siempre.

No deseo engañarles, son muchas las familias rotas. Se sorprenderían de la cantidad de progenitores que han perdido contacto con sus hijos a quienes sienten ‘muertos en vida’, y ello por cuestiones injustificadas, ajenas completamente a su voluntad. Podríamos decir que el manipular a los niños en los procesos de separación es, hoy día, una sutil forma de maltrato infantil que pasa peligrosamente desapercibida. Con la mediación, esto no pasa .

Las ventajas de la mediación son infinitas, pero en mi criterio profesional, y como letrada de familia puramente vocacional, destaco sin lugar a duda el que es el canal perfecto para proteger el interés superior de los niños. Los menores, aunque a veces sea una realidad que pasa de puntillas, son utilizados vilmente como moneda de cambio, espías o centro de los ataques para dañar al otro progenitor de forma indirecta. Estos son las verdaderas víctimas de los procesos de separación de sus padres, y la realidad es que en demasiadas ocasiones el sistema judicial no es capaz de velar por el interés superior de estos, por muchos y variados motivos que darían para otro artículo.

Me gustaría pensar que la mediación irá poco a poco adquiriendo mayor relevancia en nuestra sociedad y que, de manera paulatina, los padres y madres irán tomando conciencia del daño que se hace a los hijos con ciertas conductas. Pues, de lo contrario, ¿qué sentido tendría que pusiéramos en el ojo del huracán a los niños, a quienes diariamente intentamos proteger de cualquier mal o peligro? Coincidirán conmigo en que sería un tamaño despropósito.

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