Familia

Estas son las dificultades que se encuentran las parejas a lo largo de toda su relación

Hay ciertas complicaciones muy comunes que es importante tener en cuenta para saber asumirlas y superarlas

Laura Peraita

Formar una familia y ser feliz suele ser el proyecto de vida más común entre los seres humanos. En este empeño, desde que se formaliza una pareja hasta que llega la vejez, la relación pasa por una serie de dificultades que, si no se es consciente de ellas ni se es capaz de asumirlas, pueden dar al traste con el objetivo marcado: ser felices. A ello se suma que hay personas que idealizan tanto el hecho de casarse, tener hijos, o nie tos, que si surge el menor contratiempo se ven atrapadas, defraudadas, y no saben como resolver su situación.

En opinión de Tomás Fernández, autor junto a Laura Ponce de León, de «Trabajo Social con Familias» , la sociedad en general «no es consciente de lo conflictivo que es vivir». Explica que la forma de afrontar los problemas en una relación viene determinada en gran medida por el apego a los padres en los primeros meses y por los estilos de crianza recibidos: autoritario, permisivo, democrático... Más tarde se irán incorporando otros condicionantes que influirán en la relación como el social, el laboral e, incluso, «los pequeños trastornos psiquiátricos que sufren muchas personas, y que ni siquiera son conscientes de ellos, pero que actúan como una bomba de relojería que va estallando en momentos concretos de la vida».

Primeros pasos

Lo habitual es que cuando se acaba de formar la pareja, todo parezca maravilloso. «Se tiene la percepción de que el otro piensa, siente y comparte los mismos gustos e intereses. La relación se vive con gran emoción».

Durante los tres primeros años de convivencia habrá diferentes maneras de enfrentarse al día a día. Es la etapa de asumir un rol hasta entonces desconocido. «Se puede sufrir una desilusión por las expectativas puestas en la relación e, incluso, sentirse traicionados –explica el autor de Trabajo Social con Familias–. Se trata, además, de una fase de grandes decisiones en la que hay que desarrollar una gran capacidad para resolver los problemas».

Entre los tres y ocho años de relación pueden surgir dudas sobre la relación. No hay que obviar que aunque la pareja tenga proyectos comunes, cada miembro crece con gustos y metas distintas . Hay personas, por ejemplo, que no pretenden tener más hijos o que son más ambiciosas y se plantean seguir estudiando para tener un mejor trabajo y, sin embargo, la pareja se conforma con un sueldo raso, pero desea tener más hijos. «Para evitar conflictos en este sentido, hay que respetar los objetivos de cada uno, nunca adaptarse –matiza Tomás Fernández–. La adaptación no es buena para ninguno porque, pasado el tiempo, se arrepentirán de no alcanzar aquello que quisieron. El respeto es esencial para crecer como pareja».

La llegada del primer hijo

El nacimiento del primer hijo también requiere una gran adaptación a nuevos roles, lo que supone asumir mucha responsabilidad. El cuidado del bebé y los estilos de educación marcados por la familia de origen son temas que deben ser abordados con cuidado para llegar a acuerdos que, si no se toman a tiempo, pueden influir de forma muy negativa en el propio desarrollo del hijo .

En el periodo intermedio de la pareja, cuando lleva entre quince y veinte años casada, es posible que uno de los dos, por lo general el padre, alcance un punto en su profesión en el que asuma que no podrá alcanzar las ambiciones marcadas desde su juventud, mientras que la madre combina la crianza de los hijos con sus obligaciones laborales y siente la necesidad de introducir cambios en su vida para sentirse mejor como mujer.

Puede ser una etapa de grandes tensiones, e incluso ruptura, por lo que la comunicación entre ambos es más importante aún si cabe . «Debe ser sana y transparente para que sean capaces de decirse verdades y en qué se puede mejorar –aconseja Fernández–. Hay personas que se ponen a la defensiva. No lo aceptan. Pero, hay que llegar a acuerdos con el ánimo de mejorar la relación, no de destruir a la otra persona. El problema –prosigue– es que muchas veces se malinterpretan los comentarios y las conversaciones derivan en grandes discusiones que no llevan a nada positivo».

En la madurez hay veces que se deja un poco de lado a la pareja y a los hijos porque hay tanta preocupación por su manutención que toda la atención se centra en el trabajo. El cansancio, el estrés o la presión laboral pueden hacer mella en la relación , máxime cuando los hijos son adolescente s o, ya más mayores, han abandonado el hogar materno, con todo lo que supone para los padres el «síndrome del nido vacío».

Convertirse en abuelos

Cuando llega la edad de jubilación, los mayores cambios se aprecian en la estructura familiar tradicional en la que el hombre trabaja y la mujer es ama de casa. Esta etapa –que puede ser de gran felicidad porque la relación está asentada, hay muchas cosas que les unen y es el momento de disfrutar–, puede convertirse en muy difícil cuando el hombre no sabe qué hacer con su tiempo libre y la mujer no sabe delegar responsabilidades domésticas.

La llegada de los nietos es, por lo general, motivo de felicidad, «pero también genera en la pareja, ahora abuelos, conflictos por la ansiedad que supone encargarse a diario de su cuidado e, incluso, educación. A veces –prosigue Tomás Fernández–, las condiciones físicas no son las ideales, pero muchos hijos no son conscientes de ello y abusan de una situación que deja agotados a los abuelos en vez de dejarles tiempo libre de descanso y para cuidarse».

Pero, sin duda –remarca Tomás Fernández–, la etapa más difícil para una pareja es cuando, tras años de convivencia, surgen problemas de salud y se enfrentan a la posible muerte del cónyuge . «Asistir a su deterioro físico o mental, a las secuelas de una enfermedad y, posteriormente, a la muerte de un compañero, es el a contecimiento más doloroso de una relación . Enfrentarse al rol de la viudedad es algo desconocido que da mucho miedo. El tiempo de duelo unido al sentimiento de soledad suele ser muy duro, porque no se sabe a quién recurrir y es habitual pensar en ese hijo que no está, que no es lo suficientemente afectivo, o que no se tuvo. De cualquier manera, la compañía de los familiares siempre produce alivio».

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