El refugio donde las mujeres recuperan su dignidad

Julia Adamuz, directora de un centro de acogida para víctimas de violencia de género, explica el funcionamiento y la importancia de estos pisos donde las mujeres recobran su independencia

Casa de acogida en Andalucía (2012) Francis Silva
Helena Cortés

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El miedo y la dependencia económica son algunos de los motivos que hacen que las víctimas de violencia de género tarden más en cortar los lazos que las unen a sus maltratadores. Para dotar a estas mujeres de un entorno seguro en el que empezar de cero con sus hijos , existen por todo el país decenas de casas de acogida gestionadas por servicios sociales, agrupaciones en defensa de los derechos de las mujeres y ONG. Julia Adamuz dirige uno de estos centros en Melilla. « Suele estar siempre completo , incluso en pleno confinamiento tuvimos un ingreso. Era una mujer que venía muy preocupada por el miedo y la enfermedad», recuerda.

A esta casa de acogida con casi una veintena de habitaciones -«que muchos niños dicen que parece un hotel», bromea Adamuz- suelen acudir mujeres jóvenes, de entre 18 y 40 años con entre dos o tres hijos . Al ser un centro en una ciudad fronteriza con Marruecos, muchas mujeres llegan incluso sin documentación. «Ofrecemos una atención integral. El equipo de trabajo está formado por la asesora jurídica, la psicóloga, la integradora social y un equipo de cuidadoras, todas mujeres», cuenta Adamuz. «Lo primero que necesitan es independencia económica , así que hacemos cursos de formación, trabajamos las habilidades laborales, buscamos prácticas, etc. Y luego la terapia es muy individual porque algunas han sufrido maltrato físico, otras psicológico. .. Las hay que han estado encerradas en casa tanto tiempo que ni conocen al profesor de sus hijos. También hacemos labores de acompañamiento y ayudamos a los pequeños. Suelen tener un mal rendimiento escolar, un lenguaje agresivo, pesadillas, pañales en edades que no deberían... Los buenos frutos de este trabajo se notan muy pronto», admite.

Pero como en todos los hogares, recuerda Adamuz, hay normas. La primera de ellas es no revelar el lugar exacto en el que se encuentra esta casa de acogida. De hecho, no tiene ni un cartel identificativo. «Cuando le explicamos a las mujeres sus derechos y deberes mantener el secreto sobre el lugar es clave por seguridad. Solo lo saben en los servicios sociales, la Policía y el juzgado. También es fundamental mantener la privacidad del resto de mujeres. Y hay unos horarios, aunque solemos ser flexibles», puntualiza la directora. Las cuidadoras, que duermen también en el centro, se encargan de las comidas, pero las huéspedes deben ocuparse del mantenimiento de su habitación. Las zonas comunes, las adecentan por turnos. «Hacen amigas, se ayudan... Crean un universo femenino que antes no conocían, porque sus respectivas parejas las iban aislando», puntualiza Adamuz. El periodo medio de estancia solía ser de seis meses, aunque la pandemia también lo ha complicado todo y ha alargado la permanencia de estas víctimas de violencia de género en estos centros.

La cercanía

«Uno de los problemas más frecuentes que nos encontramos tiene que ver con nuestra ubicación. Muchas veces las mujeres tienen a sus parientes lejos, en Marruecos, y no podemos trabajar con sus familias. Además, pierden relación con estas. Al ser un territorio de apenas doce kilómetros cuadrados, se hace muy complicado que se cumplan las órdenes de alejamient o . Por eso hacemos tanto hincapié en su independencia económica. En cuanto tienen sus propios recursos pueden ir a la Península y empezar de nuevo», relata la especialista. La única ventaja que les da esta proximidad es que a veces las cuidadoras ven la evolución de estas mujeres cuando dejan el centro. « Nosotras siempre dejamos la puerta abierta . Pero cuando te las encuentras por la calle y ves el cambio te da mucha alegría», sostiene.

Una de las cosas que más les cuesta conseguir es que estas mujeres recuperen la confianza en otras personas . «Ellas se casaron jóvenes, por regla general, salieron de su hogar, pensaron que la vida iba a mejorar y luego cuando denuncian ven que no solo se enfrentan al marido, sino a toda la familia extensa, que cree que se ha dañado su honor. Muchas tienen miedo por encontrarse a parientes por la calle. Nosotras les ayudamos a ver que es una situación temporal », zanja Adamuz. «Creen un fracaso llegar hasta allí, y lo primero que tienen que entender es que es algo que nadie busca», lamenta la directora, enamorada de un trabajo necesario al que ha dedicado más de una década de su vida.

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