La razón por la que los adolescentes no saben pedir los abrazos

La escritora Montse Polidura revela en su libro de relatos «La velocidad de la oscuridad» los obstáculos de la niñez y las dificultades que se viven al cruzar el «puente» a la edad adulta

«La velocida de la oscuridad», de Montse Polidura, habla de esa etapa en la que se sale de la burbuja de la adolescencia INÉS BAUCELLS
Raquel Alcolea Díaz

Raquel Alcolea Díaz

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El día de su cumpleaños una niña ve morir a su madre al salir de la pastelería donde acaban de comprar su tarta de aniversario. Este es el argumento de uno de los once relatos de «La velocidad de la oscuridad» , de la escritora catalana Montse Polidura. Un libro repleto de esos momentos fugaces que se viven en la infancia y que, a modo de fotografías, quedan fijados en la mente para siempre.

Dice la autora que con estos escritos quiso constatar la existencia de esa época complicada en la que se deja atrás una infancia feliz y se camina por un puente «lleno de minas» hacia la edad adulta.

El libro, ilustrado por Orlando Marín López, muestra historias que sacuden vidas y alteran emociones, en las que, de alguna forma, todos podemos vernos reflejados.

Los personajes de estos relatos, la mayoría femeninos, están unidos por ese rayo de oscuridad que, en algún momento de su desarrollo personal, los alcanzó y que causó, tal como describe Montse Polidura, efectos muy diferntes en su vida. «A alguno de ellos, ese relámpago de oscuridad se lo lanzó uno de esos “dioses” que nos rodean en la niñez: un abuelo maltratador, una madre desentendida, una bisabuela que arrastra una vida fantasmal, un marido incompetente... Otros se tropezaron con la oscuridad por pura mala suerte: la muerte o enfermedad de sus padres, la migración malograda o unas capacidades intelectuales o rasgos físicos al margen de la normalidad. Unos, los que más, finalmente alcanzan la luz, de la forma más simple que pudieras imaginar; pero otros, se quedan sumergidos para siempre en la oscuridad», precisa.

Adiós a la burbuja de la infancia

Para la autora, la preadolescencia es una edad crucial en la que, en cierta manera, los niños adquieren consciencia no solo de la realidad que les rodea sino también de elementos más subjetivos, de modo que perciben con más claridad los problemas o las circunstancias particulares que afectan a su familia . «Durante la infancia se vive en una burbuja protectora, en una especie de inercia en la que se da todo por hecho y en la que apenas se plantean preguntas. Pero cuando se camina hacia la adolescencia uno se pregunta si su vida es normal, si lo que le pasa a él sucede en otras familias y, lo que es más importante, si lo que sienten sobre lo que ven es bueno o no», revela.

Es justo en ese momento cuando los niños viven un fenómeno contradictorio. Por un lado quieren seguir teniendo a sus padres pendientes de ellos, pero por el otro empiezan a ser conscientes de los problemas de los adultos. Y a esto hay que sumar que los adultos también empiezan a sentir que sus hijos «han cambiado» y ya no saben cómo hablarles ni cómo comportarse con ellos. «Los adolescentes pierden los abrazos y los mimos de antes y en realidad les gustaría seguir teniéndolos pero no saben cómo pedirlos. Sienten que esa pérdida los desnuda emocionalmente ante la vida, y de ahí su fragilidad y a la vez su fortaleza; en definitiva, la belleza de su tristeza», relata Polidura.

Esos niños serán adultos

Con sus propuestas la autora, cuya vida profesional se ha desarrollado en el ámbito del derecho y la gestión, ha querido reflejar historias que hagan pensar que esos niños, «que crecieron a la velocidad de la oscuridad» serán adultos más adelante, aunque influidos para siempre por las circunstancias que les marcaron. «Igual que la luz inunda de inmediato la vida, la oxigena, la vuelve alegre, un rayo de oscuridad recibido en algún momento de la infancia suspende el crecimiento, enrarece el ambiente durante mucho tiempo y convierte el mandato biológico de vivir en la necesidad psicológica de sobrevivir», argumenta.

Así, los personajes de sus cuentos adolecen de ese crecimiento lento, difícil y, a veces... imposible.

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