«Hay muchas técnicas para trabajar en casa y conseguir no gritar a tu hijo»

La psicóloga Patricia Ramírez es la autora de «Educar con serenidad», el libro donde apuesta por la disciplina positiva en familia

Carlota Fominaya

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Cada vez son más los padres que declaran «encenderse» con rapidez y que reconocen gritar a sus hijos. Pero tu hijo, según Patricia Ramírez, psicóloga y autora de «Educar con serenidad» , «no es la gota que colma el vaso. Puede que sea la última, pero tú has estado durante el día llenándolo. Por eso, hay que preguntarse si es con el trabajo que no te gusta, si es el tráfico, si es que vives muy lejos, si no estás satisfecho, porque no te da tiempo a compaginar tu vida personal y profesional, y por tanto no puedes conciliar... Debemos mirar cuáles son nuestros estresores, y a la vez, por supuesto trabajar técnicas de gestión de emociones, hacer meditación, ejercicios prácticos que vienen en este manual...».

Parece que hay momentos en el día peores, como cuando uno llega a casa agotado.

Sí, hay momentos peores. Tendemos a perder más los papeles por la noche que por la mañana. Porque la capacidad de autocontrol se recarga con el descanso. A medida que tú duermes, se repone la glucosa, que es lo que necesitamos para ejercer nuestro autocontrol. Por la mañana y a mediodía tenemos más capacidad de autocontrol, y por la tarde noche es cuando lo perdemos, que es justo cuando se presenta la intensidad de los niños, y se hace patente tu desgaste del día. La consecuencia es que la gente termina gritando. Es normal, pero no debería ser una opción. Está normalizado dar voces a los niños , sin darnos cuenta de que no son ciudadanos de segunda categoría. Porque cuando tú le das voces a una mujer es maltrato de género o violencia machista, ¿y cuando lo hacemos con los niños? ¿ o cuando un padre da una torta porque dice que es la única manera de poner límites ? Entonces, ¿qué es? ¿qué nombre tiene?

¿Qué consecuencias tiene ese modelo de conducta?

Es el mismo tipo de maltrato, es un modelo de conducta humillante y equivocado, en el que mostramos que para tener poder o para tener razón o para que alguien te obedezca tú necesitas imponerte a través del grito, o de la conducta agresiva. Pero si los niños aprenden que la figura que más les tiene que querer en la vida, que son su padre y su madre, que son aquellos que tienen que protegerle, darle seguridad, son los que le dan voces, y alguna vez un tortazo, ¿qué no van a esperar de las relaciones de pareja o de las relaciones de amistad? Entenderán que eso es normal porque en su casa pasaba y sus padres les querían. Y habrán normalizado cosas que no lo son.

¿Qué más conductas suelen acompañar a ese modelo educativo de gritos?

Hay cosas que no tienen punto de inflexión. Es innegociable pegar, es innegociable gritar. Y luego está muy mal que tú humilles, compares, sobreprotejas, impidiendo así que el niño gane su autonomía para resolver problemas que tiene que resolver él solo. ¿Por qué? Porque todo ese tipo de conductas como son comparar, humillar, etiquetar, pegar, son conductas humillantes, que no favorecen ni los vínculos emocionales, ni la confianza, ni que el niño desarrolle autonomía y una sana autoestima. Porque es difícil que un niño desarrolle una sana autoestima si alguien siempre te está diciendo: "es que eres un vago", "es que siempre estás molestando a tu hermano", "es que ya podrías ser igual de ordenado que él, porque fíjate", "es que siempre llegamos tarde por tu culpa"... Todo ese tipo de mensajes, además de no aportar ninguna solución, lo que hacen es que el niño vaya elaborando un concepto negativo de sí mismo, y por supuesto tendemos a comportarnos según la visión que tenemos de nosotros mismos. Tenemos que tener mucho cuidado en ayudar a que nuestros hijos tengan una visión positiva de ellos mismos, basada en una educación en valores, no basada en que "eres el más guapo", "el más listo", "el más crack", "el más todo"... En esta educación en valores se debe inculcar la responsabilidad, la honestidad, el compañerismo, el altruismo, el esfuerzo...

¿Cuál es el plan A que usted propone para educar a los niños de una forma distinta?

Se trata de ayudarles a gestionar sus emociones, favorecer el entendimiento y la comunicación, para conseguir que hagan lo que tienen que hacer de una forma divertida, en lugar de tener que repetir veinte veces lo mismo para, al final, acabar dando un grito. Me refiero a poner en práctica la llamada disciplina positiva , basada en el profundo respeto al niño. Esto no significa que sea un consentido, al revés, son menores que tienen límites, pero que tienen que aprender a hacer las cosas no por obedecerte a ti, sino porque las relacionen con qué es lo mejor para ellos, y que eso les va ayudar a desarrollarse como personas. Es importante que el niño encuentre esa motivación.

Los padres de hoy, ¿están llevando a cabo este tipo de educación?

No creo que se esté llevando a cabo porque copiamos modelos de conducta de nuestros padres . Sabemos que nos equivocamos, porque la mayoría de padres cuando dan un grito o un tortazo se sienten culpables, sin control. Saben que lo están haciendo mal, y que su hijo sufre. Pero creo que la gente sí que está interesada en cambiar ese modelo de educación. Hay muchos padres involucrados con la educación, queriendo hacer las cosas de forma distinta, y eso ya es el paso más importante. Aunque está claro que cambiar el modelo de un día para otro es complicado. Pero poco a poco... En este libro se proponen casi 50 dinámicas para trabajar. No se trata de hacer todas a la vez, pero podemos empezar por una.

Una de sus propuestas es que los padres prueben a «hablar y a moverse despacio» para gestionar emociones.

Se trata de poner en marcha la comunicación propioceptiva. Todos los movimientos informan inmediatamente al cerebro de cómo nos sentimos. Mi cerebro interpreta: si yo adopto esta postura, es que yo me debo sentir así. Cuando tú en casa caminas despacio, preparas la cena despacio, les hablas despacio, les sonríes, les duchas despacio, no vas a ir despacio, no vas a perder el tiempo, ahí lo que vas a perder es ansiedad . Lo que el cerebro interpreta es que tú estás haciendo todo esto de una manera calmada, porque en tu vida no hay mucho estresor, ni mucho peligro, ni mucha urgencia, y se desactivará el sistema nervioso.

Si no queremos llegar a perder los papeles, ¿por dónde debemos empezar?

Lo primero debería ser identificar cuáles son nuestros «estresores». Porque escribir (a mano) y ponerlos en una lista nos permite tomar conciencia de lo que hay que intentar cambiar. A lo mejor se trata de las horas de trabajo que tienes que hacer, de que llevas a cabo más tareas de las que puedes abarcar, de que no puedes conciliar, ni salir a correr...

Pero, sobre todo, te das cuenta de que no son tus hijos los que te sacan de quicio. Ellos tienen su parte intensa, son niños , quieren jugar, quieren llamar la atención, pero no son ellos. Y, por supuesto, no son aquellos con los que tenemos que descargar nuestra frustración del día. Porque cuando descargamos nuestra frustración tendemos a hacerlo con aquellas personas que pensamos que tenemos un amor incondicional. Con mi pareja que nunca me va a dejar, o con mis hijos, que tampoco me van a dejar de querer. Suele ser en el entorno familiar donde nos permitimos desinhibirnos y tener mucho menos filtro del que podemos tener en el trabajo.

¿Y si no puedes cambiar tu vida?

Si tu vida no la puedes cambiar, tendrás que cambiar tú, y realizar los ejercicios de los que hablábamos antes. Uno de ellos puede ser entrar en casa y tener preparada una camiseta blanca que ponga «madre o padre sereno», que en el momento en que tú te la pongas, te comportes siendo el protagonista de ese mensaje. Pero, ¿cómo se comporta una persona serena? Esa persona es de las que llegan a casa y se dan una ducha, igual se ponen música para hacer la cena de los niños, igual se acerca a sus hijos con dulzura y les pregunta que qué tal ha ido el colegio, que dónde está la agenda, que en qué les puede ayudar... Pero todo lo hace desde la dulzura, desde la amabilidad, porque se está comportando desde una manera serena. Cabe la alternativa de llegar a casa y no ponerte la camiseta serena, y de seguir siendo la persona atacada que ha estado trabajando todo el día fuera. Pero al final, no vas a conseguir absolutamente nada. Más que luego sentirte mal, tener a los niños desquiciados... ¿Tú que huella quieres dejar en tus hijos?

Cuando ya se ha gritado a los niños. ¿Qué se puede hacer?

Se puede utilizar la técnica de la sobrecorrección: voy a decir lo mismo de manera bajita. ¿Que alguien pega un portazo? El otro díce, «cariño, vuelve a entrar o a salir y cierra la puerta bien». De eso se trata la sobrecorrección. Es solo repetirlo de la forma correcta, sin gritar, sin hacer nada, ni hacer ningún reproche. Eso ayuda muchísimo a cambiar. Normalmente cuando corregimos a los niños lo que hacemos es gritarles, o decirles lo que está mal, pero nunca les decimos cuál es la forma correcta de hacerlo . Y eso es la sobrecorrección.

También recuerda que hay que olvidar el castigo.

El castigo no enseña nada. El castigo es otra manera de humillar. Creo que uno puede establecer en todo caso consecuencias. «Si tú vienes con un suspenso en las notas, no estás castigado sin ir al fútbol, pero la consecuencia es que nos tenemos que sentar los dos, a ver cómo son los horarios, a ver cómo organizamos ese «planing», a ver qué renuncias podemos hacer para que tú saques tiempo para sacar adelante la asignatura y recuperar esa nota». Tenemos que ayudar al niño a que encuentre soluciones a las piedras que se encuentra en el camino. El castigo solo trata de hacer sentirse mal a la otra persona, pero no le enseña a sacar soluciones . Y cualquier código de conducta que empleemos en casa, que nos ayude más a prevenir, es interesante consensuarlo con los niños. «Vamos a ver cuánto tiempo dedicamos a la tecnología, dónde dejamos de utilizar la tecnología en casa, cuáles van a ser los horarios»... A partir de una edad claro (con cuatro años no puedo pactar a qué hora se van a la cama). Lo que está demostrado es que cuando tú pactas con tus hijos ese código de conducta, lo cumplen más porque ha partido de ellos, y se sienten responsables y comprometidos.

Usted recomienda fervientemente trabajar la comunicación y el entendimiento con los niños. ¿Qué se hace mal?

Muchas veces desde casa no favorecemos la escucha. Preguntamos por cosas que a ellos no les interesa: ¿qué has comido? ¿qué tal te has portado en clase? Y encima cuando nos cuentan algo tendemos a juzgar: «¡pero qué barbaridad, cómo ha hecho eso tu amigo fulanito»... Eso es poner unas barreras en la comunicación que luego en la adolescencia son difíciles de quitar. Y en esa etapa, hasta los doce años, aproximadamente, lo que necesitamos es conseguir que sean muy cómplices nuestros y nos cuenten las cosas. Preguntarles por detalles que a ellos les gusten, como, por ejemplo, ¿quién es tu mejor amigo? ¿cómo está el amiguito que tiene unos padres que se acaban de separar? ¿qué te ha divertido hoy en clase? ¿quién es tu maestra preferida? Pero lo que hacemos es estar siempre con un nivel de exigencia altísimo, por el que tienen que ser perfectos en todo... Ese miedo a que se relajen dificulta mucho la comunicación.

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