Día de la discapacidad

La joven con Síndrome de Down que arrasa con su empresa de bisutería

Las joyas que hace Carmela, de 18 años recién cumplidos, triunfan en la red

Carlota Fominaya

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Carmela acaba de cumplir 18 años en agosto, y es una joven y exitosa emprendedora. Y a su madre si cuando nació, contra todo pronóstico con Síndrome de Down, le hubieran dicho que iba a vivir lo que está viviendo, no se lo hubiera creído. «Fue una sorpresa de las grandes. Era mi primera hija, y en aquel momento se me rompieron todos los esquemas . Hoy en día no puedo estar más orgullosa de ella», apunta Ana. La joven ha creado una empresa de bisutería que arrasa en redes y que ha sido galardonada con el Premio Grupo Prensa Ibérica al mejor negocio on line, ha obtenido el premio Fundación Garrigou y ha quedado finalista en los Premios Xuventude Crea que todos los años organiza el Gobierno gallego. «A sobre cerrado, no sabían de su discapacidad», destaca esta mujer.

Todo comenzó, explica, «porque a Carmela, desde que era pequeña, y como a todas las personas con Síndrome de Down, le recomendaron trabajar mucho la motricidad fina, que es uno de sus puntos débiles». De esta forma, y desde los dos añitos, relata, «teníamos una rutina de cortar papelitos, de coger una bolita... Al final, llegó un momento en que empezó a mostrar una desgana tremenda, una falta de motivación absoluta... lógica después de tanto tiempo haciendo lo mismo». Esta madre se dio cuenta de que había llegado el momento de reinventarse. «Después de pensar en 20.000 opciones, y sabiendo que Carmela es súper presumida desde pequeña, que le encantan los collares, mirarse al espejo... Se me ocurrió que por qué no empezar a hacer abalorios, a ver si se animaba». Y lo que para su madre era una forma de trabajar la destreza para la niña supuso todo un descubrimiento.

Ordenaba bolitas por colores, por tamaños, combinaba, abría botes, cerraba, e inventaba las distintas piezas... «Su día a día ya no era hacer algo que no tenía sentido, se había transformado en hacer algo que tenía un resultado: creaba collares que se ponía ella, que me ponía yo, y además de aprovechar el tiempo muchísimo más, sobre todo, disfrutaba... Empezamos a notar que volvían esos avances que hacía tiempo que había dejado atrás, estaba más ilusionada, y motivada». A raíz de esto Ana se empezó a poner esos collares, y la gente le empezó a preguntar. «Me preguntaban, ¿cómo que lo hace Carmela? ¡Que me haga uno! Así empezó por el boca a boca, y de ahí vino el nombre también, porque me decían: "¡Carmela mola!" ».

Hasta que un día alguien, prosigue, «nos planteó darle un empuje a esta idea y crear una firma. Nos arriesgamos... y aquí estamos, teniendo una repercusión tremenda. Ya no solo de ventas, sino de apoyo a estos niños. Son muchos los padres con hijos que nos llaman diciendo que esto es un aliciente tremendo para ellos, y de otros jóvenes que la toman como ejemplo. Esto nos ha llevado también a trabajar en residencias de personas de la tercera edad, y a estar abiertos a otros proyectos de apoyo a la discapacidad».

La clave, encontrar la vocación

A veces, advierte esta madre, « cuando como familia piensas que lo tienes todo perdido , que ya no hay nada que hacer... siempre hay algo,. Estoy convencida de que solo hay que darles la oportunidad de demostrarlo. Ellos tienen sus capacidades pero somos los adultos los que solemos ponerles barreras y no les dejamos que nos lo demuestren».

Se trata, concluye, de «encontrar su afán, su interés personal. Muchas veces no les dejamos que nos lo digan. Yo cometí ese error durante muchos años con mi hija. Les llenamos de actividades de estimulación, pero a lo mejor no nos paramos a pensar, a relajarnos un momento y ver qué es lo que realmente quieren ellos». «Tenemos que frenar y pararnos. Vamos demasiado acelerados, y todo eso se nos vuelve en contra, no sabemos cuál es su interés personal, que lo tienen pero por sus características no te lo van a decir. Porque ellos no tienen esa capacidad de expresar que no les interesa hacer esto o aquello. Debemos buscar su motivación y, sobre todo, no colgarles desde el principio la etiqueta de que no pueden».

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