Izaskun y Begoña: amor de familia de acogida a primera vista
Este es el relato de cómo se van construyendo los apegos entre una madre y una hija en estas circunstancias vitales
Cuando sus miradas se cruzaron, hubo un flechazo instantáneo. Izaskun, la madre de acogida, tenía dos hijos biológicos mayores de edad, y Begoña, 9 años y un deseo casi enfermizo por tener una familia que la arropase, la cuidase, y le diese el calor de un hogar. Pero el camino durante el proceso de acogimiento fue largo hasta llegar ahí. Izaskun contaba con el apoyo total de su marido y sus hijos, y tenía claro que quería una niña y no un bebé porque debido a sus problemas de espalda no hubiera podido acunarlo.
Mientras tanto Begoña esperaba en un piso. «El panorama era desolador. Al cumplir los ocho años me llevaron a un piso de mayores, con chavales de 15, 16, 17 años, que siempre estaban con vaciles. Los educadores eran muy majos, pero eran chavalines. Cuando conseguía hacer algún tipo de apego se iban, y yo lo vivía como otro abandono... Pensaba: "¡Ni los educadores se quieren quedar conmigo!"».
El piso, rememora esta joven, ahora de 21 años, «era un caos, era supervivencia pura. Tus cosas eran tuyas y las tenías que defender. Veía situaciones que para una niña no eran adecuadas. Hasta que un día me hablaron de las familias de acogida . Desde ese momento, todos los días pedía una para mi». La respuesta que recibía era la siguiente: «Queremos que entiendas que tienes 9 años y que ya eres mayor para que alguien te quiera acoger. Las cosas como son. Yo lo entendía, e insistí».
El proceso de acogida
Contra todo pronóstico, ocho meses después, los destinos de Begoña y de Izaskun se cruzaron, y llegó la ansiada familia . Empezaron sacando a la pequeña los sábados para ir al parque, poco a poco, un día fueron a comer los tres: la nueva madre, el padre y la niña, el puente de la Inmaculada se quedó todo el fin de semana en casa... «Todo iba muy bien, Begoña era un bombón», recuerda con cariño esta mujer fuerte, segura. Un día llegó la orden Foral: la niña estaría en esta familia en acogimiento permanente hasta los 18 años, porque «con su familia estaba claro que no podía retornar» , añade.
«Ahí empezamos la aventura -recuerda esta mujer-. El primer mes fue como una luna de miel, pero como todas las lunas de miel, estas se acaban . Begoña era incapaz de dormir con la puerta cerrada, tenía que estar abierta de par en par, había que quitar las muñecas porque los ojos le asustaban, no se dormía si mi marido no le contaba un cuento... y, sin embargo, era incapaz de abrazarle». Con Luismi había levantado una especie de muro, mientras que con Izaskun, en cambio, hizo apego desde el primer día. «Si mis padres no me han sabido querer, ¿por qué me queréis vosotros, que no me conocéis de nada?», preguntaba. « Empezó a desconfiar, y a cambiar su patrón de comportamiento. A estirar la cuerda, a quedar siempre por encima...», recuerda.
«Creo que no me habían explicado bien -reconoce Begoña-. Es verdad que ansiaba un hogar, pero me habían cambiado de colegio, no tenía amigos, estaba en una casa que no conocía, con dos hermanos mayores... Por decirlo de alguna manera... El proceso hasta dejarme querer fueron dos años. Yo pensaba: "si mis padres que son los que me tienen que cuidar y querer no me han querido, o no me han podido querer como yo necesitaba cuando era pequeña, no entendía como me iba a cuidar una familia que no me conocía de nada», recuerda la joven.
«Pasamos dos años muy duros, en los que acabamos por invitarla a marcharse -revive Izaskun-. Le llegamos a decir: "Si no estás a gusto en esta casa, te vas" . Ella respondía: "Si yo me voy de esta casa es porque vosotros lo habéis hecho mal". La contestábamos que no: que queríamos darle otro sistema de vida y que si ella decidía marcharse, es que quizá no lo habíamos sabido hacer. Al final entendió que siempre íbamos a estar ahí por ella, por muchas faenas que nos hiciera ».
«Pese a que mi nueva familia había sido muy cariñosa conmigo desde el primer momento, es verdad que tenía comportamientos de reto constante, les ponía a prueba e intentaba estirar la cuerda al máximo. Me costó integrarme en el sentido de entender de que lo suyo era mío», reconoce Begoña.
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«Conflicto de lealtades»
Izaskun cree que Begoña tenía un gran conflicto de lealtades, una situación muy común y que hace mucho daño a los niños como ella, y que se recrudecía con cada visita quincenal a su familia biológica. «Con la madre tenía una dependencia muy grande, porque le prometía que iba a buscar un trabajo y que se iba a vivir con ella, que iban a hacer esto y lo otro... hasta que la niña entendió que nunca iba a cambiar y cortó con las visitas. El padre por su parte era muy agresivo, pero de alguna manera entendió que nosotros la estábamos cuidando. Le dijo: "lo que te digan Izaskun y Luismi, tienes que obedecer". Tras esas palabras, la niña sintió que él había bendecido nuestra relación». «Dejé de pelearme con mi familia de acogida. Me cambió el chip y empecé a dejarme querer», añade.
A pesar de todo, prosigue esta madre de acogida, «las visitas con este hombre seguían siendo súper complicadas. La fortuna quiso que una supervisora protegiera a Begoña, hasta que esos encuentros fueron más templados y mejores». «Para dejar de ver a mi madre biológica también pasé por mucho. Hice un trabajo de muchos años, hasta que la profesional que me acompañaba en las visitas me ayudó a poner nombre a mis sentimientos. Me hizo ver que mi madre biológica me quería, no como yo había necesitado, porque tenía sus limitaciones. Al menos, había dado el paso para que otros me cuidaran, y conseguí perdonarla», cuenta Begoña.
Trabajadora social
Cuando llegó el momento de estudiar, Begoña sintió que tenía que devolver a la sociedad todo lo que le habían dado a ella, y quiso estudiar para Trabajadora Social. Después hizo un master en Bilbao sobre el apego, que sacó con Matrícula de Honor, y en la actualidad está contratada en Lauka como supervisora de visitas entre los niños y los padres biológicos. «Mi trabajo es proteger al menor. Veo muchas cosas que otras compañeras no ven. Aunque los pequeños no me digan nada, por los gestos que hacen, por cómo están con los padres... Es un trabajo que desgasta mucho, y hay visitas que no puedo hacer, porque a día de hoy todavía me remueven mucho por dentro. No estoy cómoda».
Pese a todas las dificultades vividas, Izaskun se define como una «enamorada del acogimiento familiar», aunque lo primero que ella le diría a alguien que está pensando en esta opción es «que el acogimiento es una cosa fantástica pero hay que tenerlo muy claro. No valen medias tintas». No obstante, concluye, «hay que animarse». «Supone dar una oportunidad a estos chavales, sin sacarles de sus raíces, para que tiren hacia delante y rompan con esa espiral. A partir de ahí, a pelear, y a sacar a todos esos niños de los pisos residenciales. SI queremos cambiar el mundo, que este sea más alegre y mejor para todos, hay que esforzarse, no tenemos que hacer grandes empresas, granito a granito se hace una montaña».
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