¿Qué estamos haciendo mal con nuestros menores?

¿Qué estamos haciendo mal?
Dr. Javier Quintero
Doctor en Medicina. Especialista en Psiquiatría.
Director de PsiKids.
Que el mundo va muy deprisa, es algo que a estas alturas de la vida no debería sorprender a nadie. La humanidad ha cambiado más en la última década que el siglo anterior y la cuestión no es tan inquietante por lo que estamos evolucionando, como por el ritmo al que esta ocurriendo.
Inmersos en este cambio deberíamos ser capaces de parar y pensar. Deberíamos estar reflexionando concienzudamente ante lo que está ocurriendo en el entorno en el que están creciendo nuestros hijos. Agresiones sexuales en grupo, grupos de jóvenes implicados en disturbios y otras conductas delictivas, que se enfrentan con total desparpajo a cualquier figura de autoridad conocedores de su impunidad. Marcamos records en consumos de drogas y en particular el cannabis, imbuidos en una falsa sensación de algo prácticamente inocuo o al menos poco lesivo, cuando sus efectos son devastadores en un cerebro en construcción. Estamos ante un tsunami digital que está marcando el desarrollo de los más pequeños, sin encontrar el contrapeso necesario en sus padres y tutores. Lo digital no solo esta marcando los modelos de relación social, sino que está contribuyendo a otros problemas no menores, como a disparar las cifras de sobrepeso entre adolescentes, que llevan una vida excesivamente sedentaria hipnotizados delante de sus pantallas. Por otro lado, cada día el acceso sin límites a la tecnología se hace antes, sin que se tome conciencia de que un teléfono móvil en un bolsillo, es una ventana al mundo. A un mundo de conocimientos, de oportunidades, de arte o de música, pero también a un sinfín de contenidos inadecuados de violencia o pornografía o simplemente carentes de utilidad, pero que atraen millones de descargas.
Una sociedad que nos bombardea de manera contante con ideas recurrentes. Un crimen que pasa de suceso a noticia, o lo que es peor se “hace viral”. De manera que aparece por doquier ante esos cerebros en desarrollo, sin la capacidad aún de hacer un adecuado análisis de lo ocurrido, ni una figura de referencia próxima con la que poder reflexionar sobre lo visto. Unos videojuegos que han perfeccionado los gráficos hasta mejorar la realidad, pero que ofrecen dinámicas violentas sorprendentes, que de nuevo percuten en el cerebro de lo más vulnerables durante horas y horas.
Cada fin de semana nos listan los muertos en accidentes de tráfico, pero los fallecimientos relacionados con los suicidios es un tabú que solo salta a la opinión pública cuando el protagonista es alguien mediático. Y así tantas otros problemas relacionados con la salud en general y la salud mental en particular, de lo que tanto nos cuesta hablar.
Cada mes nos alarmamos con las cifras de paro y en concreto con las de paro juvenil, mientras tanto las cifras de fracaso escolar pasan desapercibidas. Y las mejores ideas que parecemos encontrar para mejorar la educación de nuestros jóvenes, giran en torno a simplificar los estudios, para que puedan titular más alumnos y mantengamos, eso si, el umbral de la frustración lo más bajo posible. En lugar de tratar de mejorar las habilidades y competencias de los adolescentes y prepararlos para un futuro incierto y sin duda más exigente que la educación secundaria.
Mientras todo esto ocurre nuestros lideres políticos están inmersos en debates cortoplacistas, con una visión miope del futuro, incapaces de transcender a sus propios intereses y con acciones sociales cuanto más cosméticas, en lugar de impulsar un debate amplio sobre la deriva de nuestra sociedad.
Algo tenemos que estar haciendo mal, y creo que el punto del cambio esta en las familias, entendidas como las células del tejido social, allí donde se deberían forjar los cimientos de la persona.