Diálogos de Familia

Pesado, simpático, listo o tonto... El terrible daño que haces a tu hijo al ponerle etiquetas

Alberto Soler es psicólogo y coautor, junto a Concepción Roger, del libro «Niños sin etiquetas»

Carlota Fominaya

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Es habitual escuchar que un niño es simpático, pesado, vago, divertido, perezoso, aventurero, constante, etc. Por lo general, los adultos utilizamos etiquetas con alegría. Las ponemos, nos las ponen… pero la teoría del psicólogo Alberto Soler, coautor junto a Concepción Roger de «Niños sin etiquetas» , es que este hecho cotidiano puede resultar perjudicial en los menores.

Las etiquetas están a la orden del día.

Las etiquetas forman parte del modo normal del funcionamiento del cerebro. Vivimos en una realidad que es muy compleja, y nuestro cerebro necesita simplificar esa realidad para hacerla un poquito más manejable. Ahí es donde entran en juego las etiquetas: no necesito hacer un juicio cada vez de todo lo que me rodea, entonces simplificar la realidad y de esa manera me puedo manejar mejor. Te pongo un ejemplo: No tengo que ir cinco veces a este restaurante para saber que no me gusta la comida. Mi etiqueta es: «Este restaurante es malo. A mi este restaurante no me gusta».

Pero, ¿cuál es el problema? Cuando eso lo aplicamos a personas y muy especialmente a niños. ¿Por qué? Porque se ha visto que esas etiquetas limitan su desarrollo . Las etiquetas en el caso de los niños provocan dos problemas muy importantes: El primero, que las ponemos con mucha facilidad, pero luego cuesta mucho quitarlas. El segundo problema es que a esa persona a la que le hemos puesto la etiqueta después va a tender a comportarse de acuerdo con la etiqueta que le hemos puesto. De esa manera estamos limitando su libertad de desarrollo.

Usted aboga por tratar de no etiquetar tanto a los niños, porque estos forjan su autoestima en función del feedback que les damos los adultos. Si tú le dices a un niño que es ágil, creerá que lo es. Si le llamas torpe, será torpe. ¿Es algo así como la profecía autocumplida?

Sí, esto es a partir de los 18 meses, y medio, aproximadamente, los menores empiezan a forjar su autoconcepto, en base a qué? No lo hacen en base a los libros que han leído, lo hacen en base a los juicios que han escuchado de las personas que son significativas para ellos. Como habla de ellos su madre, su padre, su cuidadora, sus abuelos, la gente del cole. En función de lo que les dicen y en función de cómo les tratan ellos van a crecer desarrollando una serie de conceptos de sí mismos u otros muy diferentes. ¿Qué es lo que sucede? El tema de la profecía autocumplida. Muchas veces aquello de lo que nosotros pensamos que puede suceder, finalmente puede acabar sucediendo. Pero esto no tiene nada que ver con la magia, el secreto, ni nada parecido. Es por el propio funcionamiento del cerebro.

Nosotros al final acabamos generando las condiciones necesarias para que algo se acabe produciendo de manera consciente o inconsciente. Y muchas veces las personas que nos rodean nos acaban tratando de una manera diferente en función de las expectativas que nosotros tenemos.

Y de estas personas que has citado, padres, madres, tutores o profesores del colegio, abuelos… ¿Cuál es la que tendría más peso?

Sin duda el núcleo familiar. Aquello que ocurre en las cuatro paredes de nuestro hogar acaba siendo mucho más determinante que lo que ocurre en cualquier otro contexto.

Eso puede ser bueno si los padres saben gestionarlo bien.

Está claro que es bueno pero todo súper poder conlleva una responsabilidad . Entonces eso puede ser un elemento para compensar las dificultades que puedan surgir a nivel medioambiental o puede ser una condena cuando no se dan las condiciones para que el desarrollo sea feliz o armonioso. Muchas veces las familias me preguntan con preocupación: en el colegio a mis hijos les castigan si no se portan bien. O es que el abuelo o la abuela hacen tal cosa. Bueno pues quizás no es deseable, no es lo que recomendaremos, pero al final lo importante es lo que ocurre en casa.

Imaginemos que por ejemplo de la alimentación: Un niño que todos los días en su casa comiera para almorzar, cenar, merendar… menús de comida rápida. Todos los días, pero en el menú escolar y el día que va a casa de su abuela a merendar, es sana. ¿Cómo se desarrollará ese niño? Probablemente con un estado nutricional bastante lamentable. Por mucho que el entorno sea positivo si lo que ocurre en casa no lo es, mal vamos. Pero si en casa hay una alimentación saludable y de vez en cuando se produce una transgresión fuera, no va a ser tan relevante. Lo que al final importa es lo que ocurre en nuestra casa, por frecuencia, pero también por la relevancia de los actores que participan en el contexto doméstico.

Has dicho que cuando etiquetamos a un niño las expectativas que tenemos sobre su conducta influyen en la misma, tanto si este adjetivo o etiqueta es positivo o negativo? ¿Influyen de la misma forma?

Has dicho que cuando etiquetamos a un niño las expectativas que tenemos sobre su conducta influyen en la misma, tanto si este adjetivo es positivo como si es negativo. ¿Influyen de la misma forma?

Siempre será mejor una etiqueta positiva que una etiqueta negativa pero en todo caso son etiquetas que limitan el desarrollo. Sería ideal que pudiéramos ser un poco más descriptivos en vez de etiquetar tanto. Está claro que una etiqueta negativa va a tener unos efectos mucho más negativos en el desarrollo de ese niño. A un niño o una niña les decimos que es torpe, poco inteligente o hábil o agraciado, eso va a tener unas consecuencias mucho más negativas que si le decimos que es super crack, majo, atlético…. ¿Cuál es el problema? Que no todo es blanco o negro. Y esas etiquetas que ponemos de manera positiva muchas veces generan o ponen el listón muy alto para esos niños y les puede generar ansiedad, les puede desarrollar esa sensación o síndrome del impostor. Puede hacer que por miedo a defraudar a los demás que les tienen en tan alta estima por las etiquetas que les ponen que se arriesguen menos cuando emprenden un nuevo proyecto o una nueva tarea, por lo tanto mejor ser descriptivos que basarnos en las etiquetas a la hora de relacionarnos con niños .

Tenemos que saber también que hay unas etiquetas más peligrosas que otras. ¿Es posible que sean las referidas al aspecto físico? Gordo, flaco, alto, bajo, guapo, feo…

Sin duda esas etiquetas pueden ser peligrosas porque acaban impactando en la propia autoestima y puede tener más importancia la etiqueta que te han puesto que aquello que tú ves en el espejo. Porque hace referencia a factores externos que pueden ser difícilmente modificables por nosotros. Siempre lo digo: hay unas etiquetas que me parecen especialmente preocupantes y que siempre animo a prestarles bastante atención y son aquellas que nosotros ponemos de manera discriminada en función del sexo, del género, según hablemos de niños o de niñas. Fíjate por ejemplo cuando vas a elogiar a un niño, el impulso que nos sale, a mi el primero, es decir: oye eres un grandullón, eres un campeón…Son atributos que van dirigidos a la fuerza, a la energía, al liderazgo… cuando tratamos de elogiar a una niña, le decimos que es una princesa, que mona y buena que eres… ¿Qué les estamos enseñando con eso? A él le estamos enseñando que tiene que comportar como una persona enérgica, líder, poderosa, para recibir la aprobación de los demás. A ella, que tiene que ser mona, que tiene que ser preciosa, que tiene que ser una princesa, que tiene que ser condescendiente, complaciente, para recibir la aprobación de los demás. Claro, eso es un primer ladrillito en un muro que se va haciendo cada vez más grande y al final acabamos con los datos de violencia de género, o donde todavía no existe igualdad salarial, ni en puestos de poder.

Hay otra característica de las etiquetas que también llaman poderosamente la atención, que hacen que recuerdes cosas que escuchaste en la infancia. ¿Por qué cosas que solo has oído una vez las recuerdas como si fuera ayer? ¿Dónde se graba este tipo de adjetivos en el cerebro?f

En el cerebro tenemos regiones específicas que se encargan de almacenar este tipo de información, y a parte, cuando ese tipo de información nos la da una persona que sea significativa para nosotros, se activan regiones cerebrales relacionadas con las emociones, que hacen que ese recuerdo sea todavía más permanente.

¡Indeleble!

Claro. No es lo mismo lo que te dice un día una persona cuando vas a comprar el periódico, que lo que te dice tu padre, tu madre, tu abuelo o tu abuela. Eso lleva una carga emocional que hace que se quede grabado con mucha más fuerza. Nos pueden estar transmitiendo una serie de ideas, conceptos, sobre nosotros mismos, que nos va a costar mucho quitarnos con el paso del tiempo.

Es muy fácil poner la etiqueta al niño y muy difícil quitarla, se cumple el dicho de «cría fama y échate a dormir». ¿Cómo liberar a los niños de las etiquetas cuando ya las tienen puestas?

A mi siempre me gusta insistir en que es más fácil no ponerlas, que luego quitarlas. Pero realmente no ponerlas es imposible, porque forma parte de cómo funciona el cerebro. Lo que sí podemos hacer es ser conscientes de que funcionamos poniendo etiquetas para después intentar minimizar su uso, aunque no lo podamos eliminar. Pero si nuestro hijo ya tiene una serie de etiquetas puestas. ¿Qué podemos hacer para ayudarle a que se desprenda de esas etiquetas? Para empezar, un truco que suele funcionar bastante bien, tanto para prevenirlas como para intentar erradicarlas, es cuando nosotros nos estamos relacionando, tratar de minimizar el empleo de verbo ser cuando vamos a referirnos a la otra persona: «Tu hijo no es mal estudiante, tu hijo no se ha preparado el examen». «Tu hijo no es un desastre, es que no tiene la habitación ordenada» .

Cuando utilizamos el verbo ser, lo percibimos como que ese algo que estamos describiendo, es algo estable e inmutable. Tú eres esto. Como lo soy, ya no tengo nada que hacer. Como soy mal estudiante, para qué voy a estudiar. Sin embargo cuando utilizamos verbos relacionados con la acción, lo que tú estás haciendo, lo que tú has preparado, ahí ya se introduce un concepto de modificabilidad. Claro, no me he preparado el examen, pero me lo puedo preparar mejor la próxima vez. Cambiamos el uso del verbo ser por verbos que describen aún más la situación. Por el verbo estar, por el verbo hacer.

Y después con aquellas cosas que nuestro hijo o hija sí que están etiquetados, el truco es el siguiente: Es una recomendación que siempre hago a las familias en consulta: Vamos a coger una hoja con aquellas etiquetas que nosotros consideramos que nuestro hijo tiene, porque le hemos puesto o nos ha verbalizado que tiene: «Soy un desastre», «soy miedoso», «introvertido»… lo que sea. Y hacemos un listado con esas etiquetas. Y vamos a esforzarnos por identificar aquellas situaciones en que se comporte de una manera que desafíe esa etiqueta que tiene puesta. Y vamos a visibilizar esas situaciones. «Oye pues fíjate, qué valiente que has sido con la vacuna en el cole y has sido súper valiente». Eso de pronto al niño le hace un clic. «Me he comportado de una manera valiente, cuando yo pensaba que era miedoso». «Fíjate, qué bien te ha salido este examen, cuánto te has esforzado». Eso va a chocar con lo que tenemos, le va ayudar a ir desprendiéndose de las etiquetas que ya tuviera previamente. Pero no basta con que busquemos esas situaciones. Las ocasiones las tendremos que generar. Ponerle pequeños desafíos en el día a día que le ayuden a enfrentarse a situaciones que vayan en contra de esas etiquetas que haya tenido. Si eso lo hacemos desde el hogar, desde casa, podremos contribuir poco a poco a quitarse algunas de esas etiquetas que se haya puesto o le hayamos puesto.

¿Hay alguna etiqueta que escuches en consulta y que te siga sorprendiendo o llamando la atención particularmente?

La de niños buenos, niños malos. Pero es que la ponemos desde el momento en que nacen las criaturas. En el hospital si lloran, «es que mira que es malo» y si no, «mira que te ha salido bueno». Esto es algo que resulta paradójico que siempre trato de hacer reflexionar pero es que vivimos en una situación o en un contexto tan niño fóbico en el cual un niño se comporta como tal, le etiquetamos de malo. Pero si se comporta como un adulto en miniatura, es bueno . Me pasó el otro día leyendo un cuento con mi hija. Aparecía un león que no rugía y mi hija decía: «¡Qué león más bueno!». Pero la realidad es que ese león no vale para nada. La niña me respondía: «¡Pero si no ruge, no muerde, parece un gatito!». Le tuve que responder: «Ese león está desnaturalizado: Tiene que rugir, tiene que dar miedo, tiene que espantar. Eso no es un león». Pues lo mismo con los niños. Cuando un niño que es cómodo, o te hace la vida súper fácil, quizás no es un niño bueno, sino un niño desnaturalizado.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación