«Es muy liberador decir 'yo, a la madre perfecta, renuncio' y aceptar que llegas hasta donde puedes»
Paola Roig, psicóloga perinatal, recuerda que «la maternidad conlleva limitaciones y que hay renuncias» como en cualquier otro ámbito de la vida
«Hasta que no se entienda que atender a las madres es cuidar de la vida y del mundo, no podremos crear una red de cuidados»

En 'La crianza imperfecta' (Brugera), Paola Roig, psicóloga perinatal, hace un repaso sincero, claro, certero e incluso duro pero tan realista como necesario sobre lo que implica criar. «Qué fácil es la teoría», escribe. Porque la realidad es otra.
«La maternidad -dice- supone un continuo reajuste entre lo que queremos y lo que podemos ser y hacer, entre las expectativas en torno a nosotras como madres y lo que realmente acabamos siendo. También en cuanto a cómo serán nuestras criaturas y cómo acabarán siendo. Es difícil a veces entender que 'no siempre lo que quiero es lo que puedo'».
Bajar la exigencia y la culpa es fundamental en la crianza. «No somos perfectas», recuerda Roig en esta entrevista con ABC. Acabar con ciertas creencias, entender que las limitaciones y las renuncias existen y pedir ayuda son elementos clave en el largo camino de la maternidad.
- Paola, ¡qué bonita es la maternidad! Pero al mismo tiempo hace tanto daño... porque las mujeres dan a luz, pasan por el posparto, a las 16 semanas tienen que volver al trabajo, comprueban que la conciliación no existe... ¿La madres se dedican solo a sufrir?
Por una parte está el sistema que es hostil y es precario y esto no lo tenemos que ver no desde un punto de vista derrotista, sino concienciarse de que esto es así, que no depende de una misma. Y esto es ya liberador. Una vez dado este primer paso, toca plantearse qué es lo que tú puedes hacer y si le sigues el juego a este sistema: ¿Hasta qué punto intento ser la trabajadora que se queda horas extra? ¿Hasta qué punto me hostilizo yo a mí misma? Es decir, sabiendo que el sistema es como es, plantearse qué es lo que puedo hacer yo para no vivir con tanto sufrimiento. Por ejemplo, pedir ayuda, tejer comunidad, quedar con otras madres y compartir aspectos de la crianza, etc. Hay cosas que podemos hacer, lo que pasa es que vamos tan aceleradas, que se nos olvida.
- 'Yo sí renuncio' es el epílogo del libro. Hablas de la necesidad de renunciar a ser la madre perfecta: «Renuncio a la fantasía de la madre que cría como si no trabajase y trabaja como si no estuviese criando». Cuanto cuesta renunciar, ¿no?
Aquí está el tema. Cuando yo hablo de no hostilizarnos a nosotras mismas voy por ahí. El epílogo se llama así porque estoy cansada de que tengamos que ser la mejor trabajadora, la mejor amiga, la mejor amante, la mejor madre... Hay que aceptar, y creo que va mucho de la mano con la segunda maternidad: 'soy limitada, no llego a todo y hay renuncias'. Pero no solo en la maternidad, sino en la vida en general. Aceptar la renuncia e integrarla suena mal al inicio pero es tan liberador decir 'yo a la madre perfecta, renuncio', 'yo, a llegar a todo, renuncio' y acepto que tengo límites y que llego hasta donde puedo.
Quiero aclarar que hablo de madres porque la mayoría de quienes me leen son mujeres, pero todo lo que digo puede ir aplicado también a los padres.
- Dices claramente que conciliar no existe. Todos los hombres y mujeres opinan lo contrario hasta que tienen hijos. Y a los políticos les encanta hablar de medidas de conciliación. Qué duro asumir esta realidad, ¿verdad?
Todo el mundo habla de conciliación y nadie sabe qué es. ¿Conciliar es abrir los colegios de lunes a domingo, institucionalizar a las criaturas ocho horas cada día de la semana? Yo creo que no. ¿Conciliar es renunciar a cualquier tipo de ambición propia y dedicarse exclusivamente al hogar? Creo que tampoco. Hay otra frase que me gusta mucho y es aquella que dice que la conciliación somos las madres. Es decir, la conciliación empieza más que en lo laboral, en lo propio, en cómo concilio ser madre con ser amiga, con ser novia, con mis pasiones, con mis hobbies... Esto ya de por sí es muy complejo y en el mundo laboral vuelve a pasar lo mismo.
«Estoy cansada de que tengamos que ser la mejor trabajadora, la mejor amiga, la mejor amante, la mejor madre...»
No sé qué es conciliar exactamente pero la realidad es que en este sistema estamos muy solas. El bebé en la escuela infantil, el niño en el cole, la abuela en la residencia, los adultos trabajando... ¡y la casa vacía con un perro que está esperando a ver quién llega para que lo saque! ¿Eso es conciliar? Es una imagen muy triste. Creo que toca un poco volver a la vida, a la comunidad, apoyarnos en vecinas, en amigas, en otras madres. Para mí eso sería conciliar.
- Quien juzga la crianza... ¿es un atrevido? ¿Un ignorante? Porque hasta que no lo vives, no sabes lo que es.
Creo que hay dos cosas. Por un lado, vivimos en un momento en el que todo el mundo se atreve a opinar de todo, ya no sólo de la crianza. Por tanto, primero requiere que nosotras nos lo dejemos de tomar todo tan personal. Se nos exige mucho, estamos inseguras, no sentimos más que culpa... cualquier juicio de fuera nos viene a tocar todo este dolor. Y luego creo que nos aventuramos tanto a juzgar a las madres porque la crianza y la maternidad han quedado tan relegadas al hogar, sin atravesar la comunidad, que hasta que no lo traspasas no te das cuenta de lo que es.
- ¿Qué pueden hacer las madres para que esa culpa que siempre les acompaña puedan alejarla de sus vidas?
Lo primero es bajar la exigencia porque culpa y exigencia para mí van de la mano: a más exigencia, más culpa. Y también es importante diferenciar entre lo que quiero y lo que puedo. Yo, quizás, querría estar dos años con mi criatura en casa pero no puedo porque la situación económica no me lo permite. Pues voy a abrazarme. Ahí estoy haciendo lo que puedo con lo que tengo y, en esa situación, voy a ver qué es lo que puedo hacer que se acerque más a eso que querría, pero estando en paz conmigo misma, sin estar todo el día fustigándome con lo que querría hacer.
Una maestra mía me dijo: 'La culpa castiga dos veces: una, porque te has equivocado con tu hijo, y dos, porque cuando te sientes culpable, lo estás castigando de nuevo porque no estás con él'. Salgamos de ese bucle y pongámonos en la adulta que se hace responsable, que se abraza y que cambia culpa por responsabilidad. Si has gritado a tu hijo, no hace falta que te fustigues diciéndote 'soy la peor madre del mundo', sino que hay que aceptar que te has equivocado, analizar si hay algo que puedes cambiar y reparar con nuestras criaturas, que esto se nos olvida mucho. No somos perfectas.
- Hablas también en el libro de tomar decisiones estando informadas, pero Paola, vivimos en un exceso de información que también afecta porque no podemos hacer todo eso que parece que es lo mejor.
La información te hace libre si sabes cómo usarla. En la teoría todo es perfecto, pero luego la práctica la pones tú y tú consideras que una cosa es perfecta para ti, por ejemplo, dar a luz en una bañera, pero para otra mujer es horrible y quiere la epidural. Todas no tenemos por qué hacer BLW o colecho. La maternidad consciente trata de hacer aquello que te haga sentir cómoda, aquello que tú necesitas. Por tanto, vamos a preguntarnos a nosotras mismas qué es lo que yo quiero o necesito, ponernos en esa adulta responsable, y no estar pendientes de lo que dice el gurú de la crianza.
«La maternidad consciente trata de hacer aquello que te haga sentir cómoda»
- De hecho hablas de que «la teoría nos hace perder el foco, nos vuelve rígidas y nos encorseta... La clave de la crianza está en soltar dogmas, exigencias, ese excesivo control».
Cuando más rígidas seamos con nosotras mismas, peor para nosotras pero también para las criaturas porque perdemos el foco de la crianza. Lo digo mucho en libro: es el vínculo, esa relación especial entre madre y bebé lo que le hace crecer y desarrollarse. El vínculo no va de BLW, de determinados juegos de estimulación o de juguetes de madera. En el momento en que la teoría se vuelve un corsé rígido que aprieta y no disfruto, mal.
- La lactancia, dices, es a veces un privilegio. ¿Puedes explicarlo?
Siempre se nos dice, cuando estamos embarazadas, que la lactancia es mamífera, pero no tiene por qué salirte. Hay un componente en la lactancia que sí es biológico, que tiene que ver sobre todo con el bebé, pero hay un componente que se prevé que sea social, que quiere decir que tú tienes que haber visto a mujeres amamantando y tener a mujeres que han amamantado cerca. La mayoría de nosotras, sin embargo, hemos sido alimentadas con biberón. No tenemos referentes alrededor. Por tanto, si tú quieres dar teta, es probable que necesites una asesora de lactancia. Yo, además, necesité los servicios de la matrona que venía a verme a casa y de una osteópata para mi hija. Estos servicios, que muchas desconocen, cuestan dinero y no todo el mundo puede permitírselos. Es verdad que hay cada vez más grupos de lactancia gratuitos. Pero luego están las 16 semanas de baja maternal: sostener la lactancia en el tiempo no es posible para muchas mujeres. Y si hablamos de las que no tienen contratos, etc., aún peor.
Es muy duro tener que sacarte leche en el baño del trabajo porque no hay una sala de lactancia habilitada, llevarte la nevera para poder conservarla, etc. ¿Esto quién lo puede hacer? Casi nadie. Es muy bonito decir 'demos la teta', pero es violento a la vez. Lo mismo sucede al hablar de crianza respetuosa cuando el sistema no nos lo permite. Por tanto, vamos a volver a ese sentido común. Todos sabemos que la lactancia maternal es la mejor opción desde el punto de vista nutricional pero la nutrición afectiva va mucho más allá.
- ¿Qué se esconde detrás de esas rabietas que tienen los hijos y de los gritos que dan las madres a veces?
Las rabietas de los hijos forman parte de su desarrollo: necesitan reivindicarse como una persona distinta y lo hacen a través de la oposición. Nosotras intentamos acompañar a nuestras criaturas de una manera en la que no fuimos acompañadas porque venimos de una crianza mucho más autoritaria. Esto es altamente complejo.
Tras los gritos de las madres se esconde todo: 'llevo desde las 08:00 horas en el trabajo, he puesto cinco lavadoras, mi pareja ni se da cuenta de que hay ropa por doblar, la cocina está sin recoger...'. Y al final sale el grito.
Ninguna madre quiere gritar a sus hijos. Lo digo en el libro. Y queremos a la vez cambiarlo todo en una generación: cuando éramos pequeños, si gritábamos, nos caída una colleja y ahora de golpe queremos no gritar nada. Pues igual no se puede. Y no pasa nada. Pero puedes reparar, pedir perdón a tu criatura y decirle que ese grito tenía más que ver contigo más que con él o ella. Hacer las cosas así es ya revolucionario.
«Ahora de golpe queremos no gritar nada. Pues igual no se puede. Y no pasa nada»
- Hijos favoritos: dices que es un tema tabú. ¿Por qué?
Más que favoritos creo que sería como algo como que en un momento de tu vida te puedes entender mejor con un hijo que con el otro, porque el favoritismo es que siempre lo prefieres y esto sí que es dañino. Pero poder decir que mi hijo mayor para mí fue especial porque fue quien me hizo madre, es como tabú, pero es así. Y mi hija segunda igual es especial por otros motivos. Por ejemplo porque me ha ayudado a entender que no llego a todo. Nos cuesta mucho hablar de estas cosas pero cuando somos madres de al menos dos nada va a ser igual.
- Es muy bonito lo que hablas en el libro de las abuelas...
Es que volvemos a esa exigencia y a esa hostilidad hacia nosotras mismas: 'Como yo me exijo todo esto, a ti también te lo exijo' y es muy hostil hacer eso con tu madre o con tu suegra que van a cuidar a tu criatura. Vamos a ponerlo un poco más fácil. No tiene sentido darle a tu madre la lista con las 30 normas que estableces con tu bebé en tu casa y que debe seguir. Si ese día come golosinas... ¿qué más da? Hablamos mucho de tribu, de la necesidad de hacer comunidad, de ayudarnos... pero 'con mi madre' o 'con mi suegra no. Si queremos realmente poder criar en comunidad, creo que sería mucho más sano hacerlo de esa otra manera. Y está muy bien también que los niños estén en contacto con personas que hacen las cosas distintas a como las hacen sus padres.
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- ¿Y por qué nos cuesta tanto pedir ayuda?
Porque nos hemos creído que lo podemos hacer solas. Vivimos en una sociedad tan individualista, donde las familias son como núcleos cerrados e independientes. Es fundamental ver el concepto de comunidad. ¿Por qué no volver a compartir más las crianzas?