El reto como recompensa: cinco mujeres supervivientes del cáncer se someten cada año a un desafío extremo

Durante seis ediciones, han sido 808 las mujeres candidatas para participar en el Reto Pelayo Vida

Cinco mujeres atravesaron el Atlántico en 13 días y 8 horas en un velero de 73 pies Pelayo
Nieves Mira

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Una pedalada por cada vez que sintieron miedo. Dos pasos adelante por aquellos momentos en los que pensaron que el cáncer podía con ellas. Pero no fue así: se curaron y, después, se embarcaron en la aventura más grande de su vida. Sometieron su cuerpo a condiciones extremas y, quizá sin saberlo, cerraron para siempre una etapa de su vida que ya no volverá más. Cinco mujeres que han superado distintos tipos de cáncer se atreven cada año con el Reto Pelayo Vida . Desde que ascendieron el Monte Kilimanjaro (5.895m) en 2015, ya han atravesado en velero el Océano Atlántico , han recorrido el Ártico, atravesado el valle del Annapurna en bicicleta y este año harán lo mismo en los Andes para celebrar la quinta edición de esta iniciativa. En total, 808 candidatas; 808 testimonios de superación.

Begoña Valderrama se embarcó en este reto en la edición de 2018. Junto a otras cuatro compañeras (este año coincidía que todas habían sido diagnosticadas de cáncer de mama), recorrió en bicicleta de montaña el valle del Annapurna, coronado por la décima montaña más alta de la Tierra (8091 m). Ascendieron a 4.300 metros de altura sobre el nivel del mar, cubriendo la distancia que separa las ciudades de Tatopani y Lo Manthang, en el reino prohibido de Mustang. «En el caso del cáncer, la primera vez que lo escuché fue para mí como la muerte, pero aprendes que no, que depende del diagnóstico y del momento en que lo detecten», cuenta a ABC Begoña. En su caso, pasó medio año desde que se lo detectaron en una revisión rutinaria hasta que se curó con radioterapia. «Una vez que todo se empieza a colocar, (el cáncer) se convierte en un arma casi: te da fuerza y energía , porque tienes que enfrentarlo, y vas pudiendo con todo».

En 2018 recorrieron 300 kilómetros en bicicletas de montaña, a través del valle del Annapurna Pelayo

En el caso de Begoña, era una enganchada al deporte ya desde antes de ser diagnosticada con cáncer, y lo recuerda como una de esas maneras de «sentirse bien» ya iniciado el tratamiento: «Yo quería ser parte de la curación». Cuando se enteró de que el próximo reto era en bicicleta, vio su oportunidad más clara que nunca. «Demasiada casualidad», recuerda sobre el momento en que un amigo le habló del mismo. Guarda buenos recuerdos de esas compañeras de viaje que la acompañaron durante uno de los momentos más exigentes de su vida. «Fue precioso porque enseguida se crea un vínculo, una buena relación porque te miras a los ojos y como que te entiendes. Estuvimos entrenando mucho y después llegó el momento del viaje y fue espectacular», dice.

«Lo disfruté mucho a pesar del sufrimiento, a pesar de lo duro que fue y del esfuerzo físico y mental salvaje que requería. Hicimos piña las cinco y con el resto del equipo y no tuve ningún momento de esos de decir “no puedo seguir” », recuerda Begoña. Sí que había momentos, reconoce, «en que no podía dar un paso más, pero miraba a las montañas de alrededor, que es algo mágico y me daba mucha fuerza. Estoy agotada, pero estoy aquí, y esto tiene que significar algo». Y esos mismos pasos son las que las llevarán este mismo mes, según avanza, a recorrer, desde Madrid, el Camino de Santiago también sobre dos ruedas: el equipo ya lo crearon a los pies del Himalaya. Encontrarlo, en sus propias palabras, ha sido «un auténtico regalo».

Desde cero

La historia de Marian Santiago es la del reto total. Nacida en Madrid, cuando se enteró del reto justo acababa de terminar los dos meses de radioterapia, tras haberse pasado seis recibiendo quimio. Solo tenía dos meses para prepararse en algo en lo que no tenía ni idea: capitanear un barco. Aunque apenas podía caminar rápido, se puso en forma, a hacer cursos de vela hasta en el pantano de Madrid y se fue una semana a Alicante para conseguir el título de patrón de embarcación. «Me decía a mí misma: tengo que hacerlo como una manera de demostrarme a mí misma que estoy viva y que la vida continúa», cuenta. Pudo superar la primera prueba: 48 horas navegando por las Islas Baleares. Otras se quedaron en el proceso, y finalmente fueron cinco las escogidas. «Nos entró una tormenta impresionante, y me lo pasé genial, no tuve nada de miedo», recuerda de esos dos días.

Junto a otras cuatro compañeras y miembros del equipo, navegaron de Valencia hasta Málaga, de ahí hasta Tenerife y de la isla canaria hasta Martinica. Esta etapa la hicieron en 13 días y ocho horas : 5.083 kilómetros a bordo de un velero de 73 pies. «Dormíamos en cama caliente, cada tres horas nos turnábamos, para conseguir llegar lo antes posible», cuenta. «Parecía como que el mundo no existía. Era como si estuviéramos solo nosotras. Cuando vimos el faro de la primera isla a la que llegamos, al otro lado del Atlántico… no nos lo podíamos creer. Lo habíamos conseguido».

Como el elemento de más valor que consiguió durante esa travesía, destaca «a la gente a la que conocí, con la que compartí esos momentos. Si algo agradezco a esta enfermedad es a la gente que he podido conocer gracias a ella », confiesa. Sobre el inmenso Océano Atlántico, alejadas de la contaminación lumínica, «eran tantas las estrellas que se veían de noche», dice, aunque reconoce que también fue «muy muy duro, estábamos todo el tiempo trabajando: no estábamos allí para pasear ni para pasar el rato; teníamos que hacerlo en el menor tiempo posible». A bordo del «Cannonball», junto a sus compañeras, pudo «sentirse»: la lluvia sobre la cara, el viento, el frío cortante…. «Todo nos encantó, hasta los malos momentos de vida», resume.

Ahora, Marian echa la vista atrás y se siente útil si con su ejemplo puede animar a mujeres que ahora mismo están recibiendo tratamiento contra el cáncer: «No somos superheroínas», y contar su historia, puede suponer para muchas un ejemplo para que vean que el cáncer se supera y que hay mucha vida después.

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