Día para la Tolerancia

Rosa Parks: el simple gesto de una mujer que acabó con la segregación de todo un país

Harta del desprecio hacia los negros, esta modista de Montgomery plantó cara a un conductor e inició la lucha por los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos

Rosa Parks volvió a subirse en un autobús en diciembre de 1956, un año después de su protesta, cuando la segregación fue declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo. Detrás de ella, un periodista posa para su periódico ABC
Nieves Mira

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Una tarde, a principios de diciembre de 1955, estaba sentada en la primera fila de asientos para personas de color en un autobús de Montgomery, Alabama. Los blancos ocupaban la sección blanca. Subieron más personas blancas y todos los asientos de la sección blanca quedaron ocupados. Cuando eso sucedía, nosotros, los negros, debíamos ceder nuestros asientos a los blancos. Pero no me moví. El conductor, blanco, me dijo: «Deja libre esa primera fila». No me levanté. Estaba cansada de ceder ante los blancos.

«Hasta que te arresten», me dijo el conductor.

«Sí, puede hacerlo», respondí yo.

Llegaron dos policías y pregunté a uno de ellos por qué nos trataban así.

«No lo sé, pero la ley es la ley y estás arrestada», respondió.

Durante el boicot, en la ciudad de Montgomery Parks o Luther King fueron arrestados

Con un simple gesto lleno de valentía, el de no levantarse para que ocupara su lugar en el autobús una persona blanca, Rosa Parks cambió la historia de Estados Unidos y de las personas negras en particular, estableciendo el que se considera el inicio del Movimiento por los Derechos Civiles en el país norteamericano. «A lo largo de mi vida, unas cuantas personas blancas me habían tratado como una persona normal, por lo que conocía la sensación. Había llegado el momento de que el resto de personas blancas me trataran de esa misma manera», cuenta Parks en «Mi historia» (Plataforma Editorial, 2019).

Rosa Parks entró en contacto con el activismo cuando conoció a su marido: «A mí me pareció demasiado blanco. Sentía aversión por los hombres blancos, a excepción de mi abuelo, y Raymond Parks tenía la piel muy clara», relata en sus memorias. Pero antes de luchar por los derechos de los negros, ya lo hicieron juntos también por el derecho a voto , porque la mayoría de las personas negras del sur de Estados Unidos no podían hacerlo. Los segregacionistas hacían que lo tuvieran muy complicado para poder censarse como votantes. «Para ello, los negros tenían que contar con avalistas blancos. Una vez que lo conseguían, no querían que otros negros pudieran hacerlo. Imagino que pensaban que, cuando los blancos los avalaban y aprobaban que pudieran registrarse, ascendían a un nivel superior al resto de nosotros», escribe Parks.

Diario ABC el 24 de febrero de 1956: «Se acentúa la gravedad del conflicto»

Conseguir el registro en el censo para votar de manera individual era más complicado. Según recuerda Parks, los funcionarios ponían todas las trabas posibles para que ellos no acudieran a la oficina: lo abrían pocas horas y cuando la mayoría estaba trabajando, y cerraban las puertas aunque hubiera cola fuera. Pese a que era consciente de todas estas barreras, intentó varias veces acceder al examen de alfabetización. «Estaba bastante segura de que había aprobado, así que la tercera vez que me presenté, en 1945, copié mis respuestas a las veintiuna preguntas», cuenta, pero en esa ocasión sí que recibió el certificado por correo y no tuvo que denunciarlo públicamente, como tenía pensado. Solo le faltaba pagar el impuesto al sufragio, que era de 1,50 dólares al año y «los negros eran casi los únicos que tenían que pagarlo retroactivamente».

Fue la segunda vez que Rosa Parks intentó registrarse para votar cuando la expulsaron de un autobús de Montgomery . Con frecuencia, según cuenta, algunos conductores hacían que los pasajeros negros subieran por la puerta delantera para comprar el billete y luego los hacían bajar para que volvieran a subir por la puerta trasera, y antes de que hubieran podido llegar a ella, el autobús arrancaba sin ellos. De las 36 plazas que tenían esos autobuses, los diez primeros asientos estaban reservados a pasajeros blancos, aunque no viajara ninguno en el autobús, y se sobreentendía que los diez de atrás eran para los negros; los conductores tenían potestad para administrar los dieciséis del centro, contaban para ello incluso con una pistola. «Cuando todos los asientos de la cola estaban ocupados, el resto de los pasajeros negros tenían que permanecer en pie. Si los blancos llenaban la sección delantera, algunos conductores exigían a los pasajeros negros que cedieran sus asientos en la sección de atrás».

Un gesto para la historia

Con la parte de atrás reservada para los negros totalmente llena pero con los delanteros vacíos, Parks optó por subir por delante y pasar entre las personas que estaban de pie en la cola cuando el conductor le dijo que bajara para subir por la puerta de atrás, pero en ella había personas en los escalones, por lo que no podría subir. Entonces, le recomendó esperar al siguiente autobús. Ella decidió aguantar y fue entonces cuando el conductor se le acercó y la agarró de la manga del abrigo. Ella dejó caer su bolso al suelo y se sentó en uno de los asientos libres, y con el hombre a punto de pegarle, decidió bajarse.

Según cuenta Parks, la ley de segregación que más enfurecía a las personas negras era la de los autobuses, desde que se aprobaron las leyes de segregación en el transporte público en 1900. En Montgomery en ese momento había unos cincuenta mil afroamericanos, que usaban los autobuses más que los caucásicos, que se podían permitir un automóvil. «Sufrir la indignidad de tener que utilizar autobuses segregados dos veces al día, cinco días a la semana, para ir al centro y trabajar para blancos era muy humillante », resume.

En este clima, empezó a colaborar como secretaria en la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color ( NAACP ), y doce años más tarde, volvió a «reencontrarse» con el conductor que la había expulsado doce años antes de un autobús pese a que siempre intentaba fijarse en quién iba al mando, para evitarlo. «Seguía teniendo aspecto de mala persona», recuerda. Entonces se sentó en la sección central del autobús. «Ni siquiera me pregunté por qué había un asiento vacío cuando, en la parte trasera, había bastantes personas de pie. Supongo que, si lo hubiera pensado, habría llegado a la conclusión de que, quizás, alguien me había visto y había dejado el asiento libre para mí». En la siguiente parada subieron varios blancos más y uno de ellos se quedó de pie. Fue entonces cuando el conductor les gritó: «Dejad libres esos asientos», pero nadie se movió.

Rosa Parks, 40 años después del fin de la segregación, en el autobús en que tuvo lugar su protesta Ap

Al ver el conductor que seguía allí sentada le prometió hacer que la arrestaran, y ella le espetó con un «sí, puede hacerlo». Entonces bajó del autobús y esperó hasta que llegó la policía unos minutos más tarde. «Me han preguntado varias veces si, entonces, se me ocurrió que el mío podía ser el caso que la NAACP llevaba tanto tiempo buscando. Ni se me pasó por la cabeza. De hecho, creo que, si hubiera pensado demasiado en lo que podía pasarme, es probable que hubiera bajado del autobús. Pero me quedé» y finalmente fue detenida. La próxima vez que volvió a encontrarse con el conductor fue en los juzgados, cuando le puso nombre: James Blake.

Rosa Parks fue arrestada y trasladada a la cárcel . Pronto se corrió la voz entre los que habían presenciado su detención, y su marido pudo reunir la fianza para sacarla gracias a un amigo blanco. «Yo sabía que jamás volvería a subir a un autobús segregado, aunque tuviera que ir a pie al trabajo. Lo que aún no se me había ocurrido es que el mío pudiera ser un caso que sentara precedente contra los autobuses segregados». Y entonces decidió demandar. El suyo era el segundo caso conocido después de que Claudette Colvin se negara también a levantarse por el mismo motivo, y esta vez la mecha sí que prendió.

Entonces, en protesta por su encarcelamiento y por el trato que recibían a diario, la comunidad afroamericana convocó una jornada de protestas publicitada hasta en los sermones de la iglesia: no usarían el autobús el lunes 5 de diciembre, cuando Parks debía presentarse en el juzgado. Y los autobuses de la ciudad quedaron vacíos. En el juzgado se presentó tanta gente que muchos se quedaron fuera y, según relata, apenas se veía la calle. «La clave para que mi caso pudiera sentar precedente era que me declararan culpable, para entonces poder apelar a un tribunal superior (donde se podían modificar las leyes de segregación)», y finalmente así fue declarada. La multa fue de diez dólares más las costas judiciales, otros cuatro, y la multitud reaccionó con ira, pero no hubo protestas organizadas.

La unión tras Luther King

La población negra estaba indignada, y fue a partir de este momento cuando comprendieron la necesidad de poner a un líder al frente de una poderosa campaña de lucha . La figura del doctor Martin Luther King, un recién llegado a la ciudad, pronto atrajo a los que sentaron las bases del movimiento, y crearon uno nuevo, la MIA (Asociación de Mejoramiento de Montgomery), que impulsó el boicot a los autobuses locales que seguía segregando a la población. Paralelo a este boicot, se puso en marcha una red de solidaridad local de taxistas negros que hacían las mismas rutas y cobraban lo mismo que los autobuses, por lo que la tensión fue en aumento . Sus solicitudes se resumían en tres puntos: querían recibir un tratamiento cortés, que los asientos se asignaran por orden de llegada, con blancos delante y negros detrás, y que se contrataran conductores negros para las rutas de los urbanos por los barrios negros.

«¿Qué ocurre cuando los 42.000 negros, de una población total de

El «autobús de Rosa Parks», todo un símbolo

105.000 boicotean el transporte público, los autobuses? Ocurre que los autobuses circulan casi vacíos y que la compañía explotadora está en bancarrota», contaba el corresponsal de ABC en estas páginas el 24 de febrero de 19563. «Por primera vez, el negro se mueve con la misma disciplina y una determinación que tienen asombrado al sur. Y que puede darle días trágicos, si no comprueba cuanto antes que los tiempos han cambiado », proseguía José María Massip en ABC. Las autoridades locales no hacían ninguna concesión, y con una fuerza imprevista, el boicot se prolongó durante once meses, hasta que el Tribunal Supremo declaró inconstitucional la segregación de autobuses, el 13 de noviembre de 1956. Habían sido muchos meses de detenciones (incluida la de Rosa Parks y la de Luther King), de protestas en las calles, de viajes por todo el país con una causa en mente: que el mundo fuera más justo con ellos.

La siguiente vez que Rosa Parks subió al autobús lo hizo acompañada de la prensa, cuando quedó abolida finalmente la segregación, y el caprichoso destino quiso que se encontrara con James Blake, el conductor que un día le hizo apearse de su autobús: «No quiso hacer declaraciones y yo tampoco estaba demasiado contenta de estar allí. La verdad es que habría preferido no hacerlo. Creo que subí a dos autobuses y en cada uno tomaron fotos, hasta que se cansaron. El periodista se sentó detrás de mí en todas (...) Sospecho que nunca cambió de actitud respecto a los afroamericanos y al trato que merecíamos».

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