«Una profesora me dejó en calzoncillos delante de todos»

Entrevista con Óscar Azparren, autor de «Sombras de un pasado»

Alejandra González

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Por no ser el «chico guay» que sabe jugar al fútbol. Esa es la razón que Óscar Azparren cree que fue detonante para sufrir acoso escolar en el colegio. Agresiones que se multiplicaban en el tiempo. Repetitivamente. Todos los días. Antes, durante y después de las clases, en el recreo, los ratos libres... «Cualquier momento era bueno para ellos», afirma este joven periodista, autor de «Sombras de un pasado» , libro donde relata todo lo vivido.

Azparren ataca, sin apuros, a la primera responsable de todo esto. «La directora del centro lo sabía y jamás hizo nada para frenarlos. Hacia caso omiso mientras lloraba en la puerta de su despacho. Ni siquiera hizo nada cuando me sacaron una navaja», continúa.

Óscar estaba en 4º de Primaria, no era más que un niño frustrado por no entrar en la «dinámica de la vida a esa edad que es relacionarte con la gente, divertirte y pasártelo bien», subraya. «Me tenían marginado. Me gustaba jugar al fútbol, por supuesto, pero no era bueno y eso lo usaban como baza para atacarme. Estoy en contra del “guaperas” que se cree más que nadie. De los que se sienten superiores».

La situación era tan mala que su madre desde casa, cuyo balcón se veía desde el patio del colegio, sacaba un pañuelo por la ventana para que Óscar supiese que ella estaba allí. «Entonces yo fingía encontrarme mal, afirmaba que me dolía la barriga y así conseguía irme antes de la hora de salida, para evitar que volviesen a agredirme».

Hasta los maestros

«Ser docente es mucho más que ir al aula» . Esta enunciación la hace Azparren antes de relatar el suceso que vivió con una profesora en mitad de una clase. «En Educación Física estábamos jugando a una actividad donde el objetivo era pillar a otro. Sin querer, cuando cogí a un compañero le bajé un poco el pantalón. Al subir a clase, se lo contaron a la profesora y esta tomó la decisión de ponerme delante de todo el aula, bajármelos a mí mientras me decía “Si lloras, te bajo los calzoncillos” . Pensé que era lo único que le faltaba a los demás para no tenerme nada de respeto».

Este joven de 24 años estuvo durante dos cursos académicos aguantando esta situación. Se cambió de colegio, pero el bullying no cesó. «Me abucheaban, no podía relacionarme. Aunque es cierto que no guardo tanto rencor del segundo centro. De hecho, he recibido disculpas a raíz de la publicación del libro», afirma.

A sus compañeros de la primera escuela los ve casi a diario. Siguen compartiendo barrio. «Ninguno agacha la cabeza al verme y tampoco se han acercado a pedirme perdón. Son ellos los que tienen que ver la portada de mi libro en todos los establecimientos: peluquería, carnicería, librería...», insiste Azparren.

Acabar con todo

En estos casos, donde un niño de diez años vive situaciones desagradables a diario, solo queda preguntarse cómo aguantaba. «Creo que todos tenemos fuerza para soportar situaciones complicadas. Todo en esta vida es pasajero, excepto la muerte», comenta. Una de las cosas que más fuerza le daba era visitar su pueblo los fines de semana. Era su vía de escape. «Volvía a casa llorando cada domingo. El pueblo, para mí, significaba felicidad. Siento algo especial cuando vuelvo».

La familia de Óscar sabía que su hijo sufría acoso escolar. Incluso ellos tuvieron que vivir situaciones incómodas en la calle. Aun así, este joven reconoce que sus padres –él es hijo único– se han enterado de cosas al leer el libro. «Me arrepiento mucho de no haberlo contado en su momento. Hay que expresar que te están pegando en la escuela», asegura.

«Pensé en suicidarme. Un día salí antes del colegio, me siguieron y se pusieron debajo de la ventana del salón a gritarme e insultarme. Vivía en un octavo y en ese momento en mi casa no había nadie. Me planteé que si me tiraba, acabaría con todo y a ellos los dejaría traumatizados al verme caer. Cuando estaba muy asomado a la ventana, el teléfono de casa sonó. Era mi madre para preguntarme cómo estaba. A esa hora yo tendría que estar en el colegio y ella, sin saberlo, me salvó», relata.

Óscar confiesa que ahora le encanta ir a los sitios, conocer a personas, entablar relaciones, sin problema alguno. De aquellos años guarda una baja autoestima, el sentirse inferior y no querer exponerse ante los demás por vergüenza. «Era muy feliz, muy extrovertido, pero me hundieron . Con el tiempo he recuperado esa esencia de niño», concluye Azparren.

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