Coronavirus

La huella del Covid-19 en los menores: «Para muchos niños el confinamiento no ha terminado: pueden jugar pero por miedo no tienen con quién»

Entrevista con Sonja Uhlmann, pedagoga responsable de Protección de la Infancia y Bienestar del British Council en España

Carlota Fominaya

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Una persona se puede considerar «afortunada» cuando su pasión se convierte en profesión, y este es el caso de Sonja Uhlmann, responsable de Protección de la Infancia y Bienestar del British Council en España . Sonja cree firmemente en los derechos de los niños y en la necesidad de ofrecerles un espacio donde se sientan protegidos y seguros. Inquieta por naturaleza, se licenció en Psicología, pero completó sus estudios con un Máster en Lenguaje y Trastornos de la Comunicación, un título de Experto en Atención Temprana y, más recientemente, un título de experto en materia de Protección de la Infancia por la Universidad de Birmingham. Hablamos con ella sobre la inevitable huella que el Covid-19 ha dejado en niños y adolescentes.

Usted ha estudiado en profundidad el potencial impacto del confinamiento en el bienestar emocional de los niños. Se entiende que no es el mismo en todos los países. ¿Qué ha visto en España?

Responder en el marco de @ABC familia es un buen punto de partida. En nuestro país la «familia», en su sentido más amplio y con tipos y configuraciones más o menos tradicionales, se mantiene con fuerza . Ofrece a los niños un grupo de adultos que velan por su bienestar, que le transmiten seguridad. Esto es básico para su desarrollo emocional. Los niños no llegan a entender la trascendencia de esta situación, pero sí perciben una amenaza y van a mirar al adulto. Que ese adulto siga ahí, pendiente de ellos, marcará la diferencia. Aquellos que han visto la película La vida es bella sabrán de lo que hablo.

Esto no significa que el adulto no pueda compartir con el niño sus sentimientos de angustia, rabia o miedo y, por supuesto, todos hemos tenido malos momentos donde hemos sido ‘malos padres’. Nadie nos pide ser perfectos, es algo mucho más grande que un momento puntual. Es la certeza de que tus padres, tu familia, aquellos que están a tu alrededor van a cuidar de ti y que les importas.

Por eso son tan importantes las videoconferencias con profesores, que aun no siendo «familia», son igualmente adultos de referencia. En los centros educativos del British Council hemos cuidado (¡y mucho!) el aspecto académico, pero también hemos querido ofrecer espacios para que los niños pudieran ver a sus profesores, preguntarles dudas y constatar que siguen ahí pendientes de ellos y de su bienestar. A los niños les refuerza mucho esa sensación de protección.

Volviendo a su pregunta, lo que he visto en España es que la familia ha resistido en la gran mayoría de los casos. Es más, se ha unido más que nunca gracias a las nuevas tecnologías. Los «Zoom» familiares y llamadas colectivas de WhatsApp han influido positivamente. Hemos estado aislados, sí, pero nuestra familia seguía ahí. Y eso ha transmitido seguridad a los pequeños.

Los que más han sufrido han sido, de nuevo, los niños más vulnerables. Me refiero, por ejemplo, a niños que sufrían violencia en el entorno familiar o carecían de antemano de un entorno estable y que han sido confinados dentro de ese entorno. Niños para los que ir al colegio suponía un factor de protección que han perdido.

Finalmente, también ha habido un mayor impacto en niños con pocos medios en casa y que, a menudo, no se han podido conectar a las clases online; niños cuyos padres han teletrabajado muchas horas y no les han podido atender como querían o aquellos con necesidades educativas especiales que se han encontrado ante una nueva brecha digital. Es en todos estos colectivos donde encontramos un mayor impacto en el bienestar emocional. Es prioritario que, ante un posible rebrote, veamos cómo apoyarlos.

¿En qué aspectos de la vida o del desarrollo de los pequeños se han hecho más evidentes los efectos del confinamiento? (¿obesidad, falta de rutinas, necesidad de relacionarse con sus iguales...?)

En primer lugar, debemos tener en cuenta que para muchos menores el «confinamiento» no ha terminado. Es verdad que pueden bajar a la calle, pero a menudo no tienen ni a dónde ni con quién . Muchos padres hemos vuelto a la «nueva normalidad» y vuelto a la rutina, pero nuestras jornadas de trabajo siguen siendo muy exigentes y no estamos de vacaciones. Los niños han «empalmado» un confinamiento con un verano atípico. Campamentos de verano suspendidos, piscinas cerradas o con limitaciones de aforo, padres con dificultades de conciliación de vida laboral y familiar y, en muchos casos, sin pueblos ni abuelos a los que visitar por miedo al contagio.

El único espacio que sigue estando a su disposición sin apenas limitaciones es el mundo de internet. Con sus posibilidades y riesgos infinitos. Nos faltan datos, pero me aventuro a decir que muchos niños han duplicado o incluso triplicado el tiempo diario en este entorno.

Eso implica menos ejercicio diario (son pocos los menores que se apuntan a clases de gimnasia), escasa vivencia de juego imaginativo (quedar en pandilla e inventarse juegos) y, finalmente, escasa capacidad de frustración. Me gusta mucho llamar la atención sobre esto último. Los juegos online están muy medidos para que «te enganches», «no te aburras» y miden que obtengas un refuerzo (visual, sonidos o dinero virtual) de forma continuada. Y, cuando esos mismos niños vuelvan al entorno «normal», no encontrarán siempre esa recompensa en lo que hacen, ni la misma cantidad de estímulos. Esto supone un problema para padres y profesores. Los niños esperan estímulos por nuestra parte de forma continua y, si no, se enfadan o frustran .

Personalmente, soy de las que pienso que a los niños les viene muy bien «aburrirse» de vez en cuando para que desarrollen la imaginación y se acostumbren a que no conseguir siempre todo y frustrarse por ello los prepara mejor para el futuro. Ánimo desde aquí a los padres a jugar a las cartas, hacer manualidades y salir a la naturaleza lo máximo posible. No debe de ser algo solamente para los más pequeños.

Intentemos también que los adolescentes desconecten por lo menos un rato al día de dispositivos electrónicos. Y que, cuando estén conectados, se beneficien de contenidos de calidad. Hay una oferta muy amplia y completa en este sentido y debemos animar a nuestros hijos a acceder a ella. Navegar junto a ellos y guiarles es un aprendizaje importante. No se trata de demonizar internet: es más, ¡qué hubiéramos hecho sin él! Sin ir más lejos, es posible visitar museos, atender representaciones teatrales etc. Internet no es malo o negativo en sí. El rol de los padres debe ser ayudar a sus hijos a diferenciar lo bueno de lo malo . También, y sobre todo, en este entorno.

¿Cuáles son los síntomas más claros que una familia debe tener en cuenta y ante los que debe actuar cuanto antes?

Nos deben preocupar, sobre todo, cambios bruscos de comportamientos. Niños que, de repente, dejan de comer, se aíslan en su habitación, se enfadan por todo o tienen berrinches que antes no tenían. Niños que tienen dificultades para conciliar el sueño o muchas pesadillas, que vuelven a hacerse pis por las noches, que tienen miedo a salir de casa, que se quejan de dolores de cabeza o de estómago. Incluso reacciones de la piel que no tienen aparente justificación.

Y, por supuesto, debemos estar atentos a aquellos que verbalizan abiertamente que no están bien y necesitan ayuda . Niños que verbalizan que tienen miedo a morirse si tocan algo y se contagian, que dicen que ha sido su culpa que muriera su abuelo o abuela o, simplemente, aquellos que confiesan que están tristes. Es importante no despacharles con un «qué tontería» o un «tú qué sabrás de los problemas de la vida».

Observo que el confinamiento ha traído espacios de convivencia (es decir, familias conviviendo en un mismo espacio durante semanas), pero no necesariamente tiempo de convivencia. En muchas casas el teletrabajo y las preocupaciones no han dejado espacio a las risas, la confidencias o al diálogo. Hemos estado juntos pero aislados.

Por tanto, siempre el primer paso debe ser propiciar espacios para que se puedan hablar las cosas y compartir los sentimientos. En los más pequeños, a través del juego o de hacer dibujos juntos.

¿Y ese bloqueo se constata en los más mayores, los adolescentes de la casa?

En los más mayores, viendo una serie juntos o saliendo a hacer ejercicio. Y es muy importante, no solo escuchar, sino también compartir con ellos cómo nos sentimos nosotros. Y sin asustar a nadie, quiero mencionar un claro síntoma de alerta como son los gastos recurrentes con tarjetas de crédito en juegos online o casas de apuestas digitales. Me preocupa el desarrollo de ludopatías a edades cada vez más tempranas, sin necesidad de salir de casa. Urge regularizar el acceso de menores, tanto a estos contenidos, como a aquellos de carácter pornográfico. Ven cosas que no hemos visto nosotros y su imagen de la sexualidad se puede ver distorsionada negativamente.

¿Habrá niños que parezca que no hayan padecido pero que presenten secuelas a la larga?

Confío en que se investigue este punto. Hay buena literatura en relación con estrés postraumático tras una guerra, un accidente de avión o un atentado terrorista, pero muy escaso en relación con el efecto en población infantil. En términos generales, sabemos que la primera semana tras un incidente traumático, el 60% de la población presenta síntomas como no dormir, dificultades para comer, pensamientos recurrentes y obsesivos entre otros. Ojo: el 40% no presenta ningún síntoma y, no por ello, son personas insensibles o que nieguen la realidad. Simplemente no presentan secuelas.

Y, tras un periodo de 10 semanas (muy corto en relación con la vida humana), menos de un 10% presenta dichas secuelas. Que un 90% de la población en términos generales se sobreponga sin ellas nos da una idea de la capacidad de resiliencia del ser humano. Venimos de un mundo hostil y hemos tenido que aprender a sobrevivir a la fuerza. Ese otro 10% que continúa con síntomas tras 10 semanas es el que debe pedir ayuda. Los estudios nos indican que dentro de ese porcentaje es más posible que hablemos de secuelas a largo plazo que necesitan de apoyo profesional.

Y luego está el grupo por el que tú preguntas específicamente. Aquellos que aparentan estar bien y tienen secuelas a posteriori. No sé si lo lectores conocen las fases de la curva del cambio. Ante un hecho que cambia nuestra vida drásticamente como es esta pandemia, la primera reacción suele ser la negación . Esto no está pasando o esto a mí no me preocupa, no es para tanto. Hay personas que permanecen atrapadas en esta etapa un tiempo. No están bien. Pero niegan la situación. Y es cuando pasan a las siguientes fases (rabia, miedo y, finalmente, aceptación de la situación) cuando aparecen las secuelas. El cuerpo y la mente están expuestos a ese estrés, aunque nos empeñemos en negar la situación. Y, semanas más tarde, cuesta conciliar el sueño y estamos irritables. De nuevo, aconsejo pedir ayuda a un especialista.

Quiero concluir indicando que también está estudiado que la falta de apoyo social y factores de estrés añadidos (como puede ser una situación económica precaria, previa al confinamiento) suelen conducir a un peor pronóstico. En cambio, la edad o la raza apenas influyen.

Qué duda cabe que el cambio de rutinas impacta en los más pequeños. ¿Qué podemos hacer para que el cambio de hábitos vivido por el confinamiento vuelva a su ser durante este verano de cara a septiembre?

¡Uf! Pedir un verano con rutinas resulta muy complicado. Lo que más apreciamos todos del periodo estival es, precisamente, la ausencia de ellas. Me atrevería a decir que es más importante que acompañemos a los niños en su adaptación a las «nuevas rutinas». Lavarse bien las manos, usar mascarilla en el caso de los mayores, el distanciamiento social, etc . Los profesionales de la educación agradecerán que los niños se hayan acostumbrado a ellas. Y, para los niños, el impacto emocional será menor si estas pautas ya las han interiorizado. Tenemos que pensar en el impacto que para muchos niños va a suponer volver a un entorno conocido pero que, en sí, ha cambiado.

Por tanto, aconsejo aprovechar el periodo estival para practicar la «nueva normalidad» y, por supuesto, para relajarse . Creo que esto es más importante incluso que la rutina. Todos necesitamos descansar.

¿Cuáles serían, según usted, las pautas más importantes que habría que poner en marcha para facilitar el regreso a las aulas de los menores?

En primer lugar, prepararlos para la vuelta al colegio. Por supuesto, hay que concienciar sobre la importancia de nuevos hábitos como el lavado de manos, el uso de mascarillas, el distanciamiento social, etc. Pero añadiría que es muy importante el manejo de las expectativas. Hay que buscar espacios para hablar (qué les apetece, de qué tienen más ganas, etc.) e intentar ajustar expectativas, con cariño, pero con firmeza. Aunque resulte duro. Por ejemplo, si lo que más les apetece es el viaje que hacen los de determinado curso, plantearles de antemano la posibilidade de que quizás no se pueda hacer pero que puede haber alternativas más factibles y también ilusionantes. Al principio hablaba de la frustración. Los niños de estas edades, en términos generales, han tenido la suerte de tener vidas tranquilas y, sobre todo, predecibles. Pero la situación actual es todo menos predecible. Va ha haber cambios y situaciones frustrantes para todos. Trabajar la resiliencia va a ser fundamental. Nos tocará aceptar y adecuarnos a situaciones imprevistas de forma continua.

Ayudarles a manejar la angustia que puede suponer iniciar un curso de segundo de Bachillerato donde no se sabe qué va a pasar. A menudo no tenemos soluciones como adultos, pero podemos escuchar y darles espacio para que expresen su frustración. En cuanto a los más pequeños, ayudaría indicarles en el calendario cuántos días faltan y animarles a preparar un dibujo o una carta para la clase. Debemos intentar reconectarles con el cole poco a poco. En algunos casos puede haber también cierto miedo. Miedo a haber perdido contenido, a que se dividan los grupos y no coincidir con amigos, etc. A los más pequeños les puede servir de ayuda que «jueguen a volver a cole». Utilizando muñecos como representación de compañeros.

De nuevo, ¿cómo debemos afrontar esta situción con los más mayores de la casa?

Para los más mayores, la clave es, de nuevo, la escucha y compartir los datos que nosotros tengamos, por pocos que sean. Y, sobre todo, no exponerles en exceso a las noticias en redes sociales. A menudo hay noticias sensacionalistas, rumores o incluso «fake news» cuyo único objeto es levantar polémica. Es un buen momento para explicarles la importancia de buscar fuentes oficiales, en relación con temas tan sensibles como, por ejemplo, la ponderación de notas, los contenidos que entran en los exámenes oficiales, etc.

Si como adultos nos vemos desbordados, podemos consultar con especialistas o con los propios tutores al principio de curso. Hay cosas que podemos controlar y esta pandemia nos ha dejado muy claro que también están las que no se controlan. El impacto de Covid-19 es innegable y, en muchos aspectos, incontrolable. Fijémonos cada uno en lo que sí podemos controlar.

Lavarse las manos, usar mascarilla… y, una muy importante: aprender a ser pacientes y amables los unos con los otros. Es una situación difícil para todos.

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