Los educadores avisan de las «desastrosas consecuencias» de cerrar el curso escolar «en falso»
La educadora Cristina Gutiérrez aboga por reunir a todos los escolares antes de las vacaciones de verano, para que se enfrenten a sus emociones antes de que queden «enterradas»
El confinamiento decretado hace ya más de un mes está afectando a todas las esferas sociales. El colectivo al que les llegó más tempranamente fue el de los niños y adolescentes, los primeros en abandonar sus clases en colegios, institutos e incluso universidades. Muchos, pensando que sería cuestión de días, ni siquiera recogieron todo el material escolar acumulado en las aulas. La incertidumbre sobre cómo acabará el presente curso unido a la posibilidad de que se pueda conceder incluso el aprobado general les hace aún más difícil esta situación.
Muchos expertos alertan de que para poder empezar bien el próximo curso, será necesario haber cerrado el actual de la forma en que se merece. «Deberían poder expresar lo vivido , hacer dinámicas para vaciarse de emociones negativas y llenarse, con ayuda de la alegría de sus compañeros, de otras más positivas», cuenta Cristina Gutiérrez , educadora emocional y directora de La Granja . Esta educadora hace hincapié en la importancia que puede tener la educación emocional para que los más pequeños puedan expresar lo que sienten, compartirlo y liberarse, «para darse permiso para volver a empezar ». Por ello, insiste en la necesidad de «recuperar este curso emocionalmente hablando, para finiquitarlo limpios por dentro, renovados para poder disfrutar del verano y empezar el próximo listos para aprender».
Gutiérrez pone el horizonte una vez pasado el verano: «En estos momentos, las emociones de la mayoría de nosotros son efervescentes, nos envuelven e incluso sobresalen, se nos notan y las notamos porque son muchas e intensas (estamos irascibles, tenemos miedo, nos sentimos impotentes, hay rabia, tristeza, desanimo, desilusión… en una mezcla que nos sobrepasa). Y así, es muy fácil trabajar porque las emociones están a flor de piel, si soplo, caes. Después del verano, ¡será otra cosa bien distinta! habrán quedado bien escondidas , como el poso de un vaso, pues todos tendremos unas ganas locas de olvidarnos de los vivido y sentido, y ciertamente las olas del mar y la toalla en la playa nos invitarán a ello». Por eso mismo, volver al colegio o al trabajo con ese «poso negro que no se ve» impedirá sentirnos bien, «y no sabremos por qué». Esto podría provocar que «los primeros meses tiraremos del carro, por la ilusión de volver a la normalidad, pero ese poso estará allí, en estado latente, y cuando pase algo con un compañero o con una nota, el poso resurgirá y tendrá el mando de nuestro comportamiento», augura.
El papel de los profesores
Entre las posibles consecuencias de no gestionar emocionalmente lo negativo cuanto antes, será una mayor dificultad cognitiva en los alumnos y «el aumento de la conflictividad en clase, con comportamientos más irascibles, retadores y agresivos, pues la rabia vivida durante el confinamiento no habrá quedado resuelta ni regulada». En este sentido, informa Gutiérrez, será vital « darle sentido a esa rabia . Pero también aumentarán los comportamientos temerosos, el no atreverse, la parálisis o la vergüenza porque la emoción del miedo ha estado muy presente. Los niños no se sentirán bien y no sabrán por qué, porque el motivo quedó escondido en las vacaciones».
En estos días de clases online, el papel de los profesores será de vital importancia . Si ofrecen clases en línea, serán ellos, en opinión de Gutiérrez, los encargados de «fijarse en sus miradas, en su actitud», y si alguno está apático, no sonríe o no tiene ganas «quedará patente que hay tristeza». Será entonces recomendable llamar a sus padres, preguntarles cómo están ellos y, quizá darles alguna actividad. Si está inseguro, desconfiado o pregunta todo el rato, «seguramente tenga miedo», y si está enfadado, pasa de todo o falta el respeto será «que la rabia lo ha conquistado», y también hay ejercicios para tratarlos, como los que proponen en su web .
«Con simples ejercicios ya estaría dándoles una válvula de escape , pequeña tal vez, pero suficiente para que la olla no explote», cuenta la experta. Lo que haría, en su opinión, es «lo posible para encontrarme con ellos en junio, cuando las autoridades lo permitan, y los abrazaría, y lloraríamos juntos pues no nos haría falta ni disimular ni esconder que nuestros corazones, heridos, vulnerables y atemorizados, por fin pueden respirar y ser acariciados», informa Gutiérrez.
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