Sharon Stone, una rubia nada básica

La actriz tiene más de 60 años, con lo que podríamos escribir que el morbo cumple años

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Sharon Stone es la novia imposible de Luis Eduardo Aute , y la rubia que aún reserva la habitación del hotel a nombre de Catherine Trammel, la malvada inolvidable de «Instinto Básico». Ha venido a Madrid a recoger un premio , y no le ha hecho ascos a la prensa en general, que igual le preguntaba por una peli que por la navidad en familia. Las actrices nacionales ya podían ir aprendiendo urbanidad profesional de estas grandísimas del Hollywood en vigor, que suelen hablar de lo que se les pida sin torcer el morrito pintado. No todas las internacionales se arriman a la simpatía, pero Sharon Stone sí.

La actriz tiene más de 60 años, con lo que podríamos escribir que el morbo cumple años. Yo en Sharon Stone he visto siempre a una elegante, mayormente desde «Instinto Básico» en adelante. No es fácil reinar de elegante después de pasar a la historia del cine por ahorrar en bragas. Y Sharon Stone lo ha logrado. Sharon Stone fue sólo Sharon, cuando aquello de «Instinto Básico», y luego se ha encumbrado como la Stone, una finísima alfarería de más medio siglo que prorroga y prestigia el modelo del glamour femenino de la escuela eterna, entre Audrey Hepburn y Grace Kelly , pero con más corsé, aunque tampoco mucho.

Belleza Mental

Pudiéramos escribirlo de otro modo: a la Stone se le nota pronto que es inteligente. Por eso Sharon ha quedado como morbo, sí, pero como morbo más bien venial de videoteca. Hay en ella una belleza mental, que la hace aún más dorada, y un resplandor que no nutren los años bien llevados, aunque también, sino la biografía a contracorriente del tópico de la rubia tonta. Parece que en su casa se repartieran bajo fina equidad las cremas hidratantes y los libros de asesinos. No queda peyorativo para ella el título de rubia de Hollywood, sino quizá todo lo contrario. No es una rubia básica . Acertó escandalosamente con el pelo corto, crispado de sofisticación, y la hemos visto enfundarse unos vestidos de noche que son un lujo de la lujuria y también un seguro harapo de museo. Sus apariciones públicas resultan un catálogo de modelazos de firmas diversas, desde Ungaro a Cavalli, pero siempre parecen un modelazo cortado por el mismo modisto, porque la Stone siempre va de ella misma, entre una Gilda sueca y el ligue mejor del gánster.

Apuntaba Ramón Gómez de la Serna que los senos son las lágrimas que llora la belleza por ser tan efímera. La Stone, a esas lágrimas, añade siempre el escote de lágrima, que enseña y no enseña, y le pone más finura a su esbeltez de violín sexual.

Cuando era Sharon no le mirábamos tanto a los ojos, pero ahora sí, porque el tiempo ha reinventado su cabeza, una cabeza dorada, soberbia y fascinante, y porque los ojos han alcanzado en ella una soberanía de alhaja viva, como esas joyas que anuncia por el mundo, pero más. La mira uno en fotos sucesivas, de unos años a hoy, y es un repertorio inolvidable de claridad hembra, con vestidos hasta el suelo, por donde asoma como un reptil de estreno el zapato de tacón erógeno . No diré que, de tan elegante, a veces no la pensamos desnuda, pero ya casi sí. Lo mismo es que quienes nos hemos hecho mayores somos nosotros.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación