Festival Coachella
La pose de Coachella: hoy vestimos de hippies
La prensa internacional critica un festival de música rock que se ha convertido en escaparate de las «pobres niñas ricas»
Coachella no ha dejado de ser un arma de promoción para marcas , actores y modelos en los últimos años. Medios como la BBC o «Los Angeles Times» inciden en que se trata de una réplica comercial del famoso Woodstock de 1969 y que cualquier parecido con el espontáneo festival entonces que congregó a 500.000 jóvenes y estrellas del rock, nada tiene que ver con la realidad. Coachella se describe como un formato promocional y poco auténtico, lleno de modelos y burgueses venidos a más , todos disfrazados convenientemente para la ocasión.
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Lo que comenzó como festival de música alternativa en 1999, en el pueblo de Indio, a 200 kilómetros de Los Ángeles, se ha ido poco a poco destrozando a manos de los cachorros de una jet internacional , con muy dudoso gusto. Actrices y diletantes despistadas, como Lindsay Lohan , Katy Perry o Paris Hilton , acuden en masa teledirigidas por sus agentes , que desean mantener sus cachés al día. Kendall y Kylie Jenner –entre otras– lucen palmito para cobrar jugosos sueldos de las firmas que llevan puestas.
La música incluso ha llegado a convertirse en una simple excusa para albergar un desfile encubierto. Es triste ver cómo la modelo Cindy Crawford y su marido, el hostelero Rande Gerber , han asistido a Coachella rodeados de gente veinte o treinta años menor. La cara de póquer de la gran modelo se justificaba porque lo hacía por impulsar la carrera de sus hijos, Presley y Kaia , que acaban de estrenarse en el mundo de los modelos bien pagados. Aunque lo menos adecuado en Coachella es ir en plan familia feliz, ellos saben que la prensa lo promociona. Al menos, para deleite de los señores, Alessandra de Ambrosio , «ángel» de Victoria Secret , ha paseado su cuerpazo cambiando de modelo cada tres horas, para asegurar la promoción de distintas marcas.
Así pues, se congregan unas 90.000 personas, con unas tarifas de entrada que nada tienen de democráticas ni de hippies. El festival dura dos fines de semana, y para acceder al recinto en cada uno de ellos hay que pagar una entrada básica de 375 dólares –unos 310 euros– que por supuesto no incluyen comidas ni estancia. Si se quiere ver a DiCaprio bebiendo tequilas o a una de las Jenner ligeras de ropa, habrá que desembolsar 899 dólares por barba, accediendo a la zona de barras vip . Y alojarse en las tiendas de campaña con aire acondicionado cuesta unos 6.500 euros por barba.
Coachella, al igual que el alocado evento de «Burning Man» , en Nevada, al que acuden Grimaldis y Missonis , son las nuevas y extravagantes citas de los «jóvenes» fashionistas que se reúnen creyendo que están cambiando el mundo, cuando en realidad, solo están de fiesta . Cuando este festival se «queme» ante la opinión pública mundial, tomaran su relevo los más recientes eventos de la zona de la Bahía de San Francisco, el Noise Pop o el Outside Land , que a su vez serán devorados en su tiempo y hora por estos hijos del nuevo milenio.