Un museo para el desamor

El extravagante Museo de las Relaciones Rotas reúne en Los Ángeles un centenar de piezas de romances que se quedaron en el camino

Museum of Broken Relationships ABC
Manuel Erice Oronoz

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Curiosidad ante los comportamientos humanos, afición de coleccionista, devoción por los proyectos museísticos… Algo de todo esto, mucho de una alentadora inquietud vital y todo de una mala experiencia sentimental, explican la aventura en la que se ha embarcado John B. Quinn , un veterano abogado de litigios matrimoniales, que acaba de abrir las puertas del Museum of Broken Relationships (Museo de las Relaciones Rotas) . Lejos de situar su propuesta cultural en un rincón poco transitado, como pareciera reclamar tan extravagante proyecto, el letrado se ha llevado la exhibición de recuerdos infelices a Hollywood Boulevard , a dos pasos de los célebres Madame Tussauds y Ripley´s Believe It or Not . Nadie le quita de la cabeza que será competitivo.

Sin que sirva de precedente, la insólita idea no viene del Tío Sam. Quinn se ha limitado a trasladar el museo del desamor que se topó en Zagreb, la capital de Croacia , en una de esas giras europeas en las que acostumbran a embarcarse los estadounidenses. Superados los 60, con su bufete y su propia ambición profesional en decadencia, descubrió algo inesperado: una exhibición permanente de recuerdos de romances fracasados, de lo que pudo haber sido y no fue. Quinn visitaba la ciudad en compañía de su segunda mujer y de los hijos de sus dos matrimonios. Cuando escuchó al guía mencionar semejante reclamo, fue a visitarlo y se quedó prendado. Su visión comercial hizo el resto: qué otro sitio más propicio que Los Ángeles , «donde naufragan tantos sueños», para implantar un museo de los fracasos amorosos.

Museum of Broken Relationships ABC

Quinn ha exportado hasta el nombre. En los meses previos a su reciente apertura, contrató a un equipo especial para recopilar y cuidar aquellos restos de uniones sentimentales que derivaron en separación. No era tarea fácil. En su ansia de coleccionista, el abogado ya había acumulado muchas obras de arte. Y años atrás, había atesorado las rocas, los sellos, las monedas y los pájaros más diversos. Pero esto era otra cosa. Sin la aportación de personas concretas, de fracasados en el amor, no habría museo . La minuciosa labor de acumulación y selección de piezas de su equipo le ha permitido también engordar la peculiar colección artística que distribuye por sus oficinas. Incluido un enorme retrato de un hombre que agarra a una mujer semidesnuda, instalado en la sala de conferencias, en el décimo piso.

Pero es el museo el que centra toda su atención. Un centenar de las piezas más extravagantes, todas indicativas de una ruptura, integran la exhibición. Una espejo que no encaja con el esquema decorativo de la exesposa, una llave de repuesto que nunca llegará a su destinatario, un par de piezas de silicona que una mujer se hizo implantar en sus senos porque su pareja le urgía… Todos los artefactos fueron enviados anónimamente y con un breve relato de su significado. Quien visita el museo no puede evitar una sensación de nostalgia cuando concluye la visita.

Pero Quinn puja por dar proyección a su particular proyecto. Exhibiciones interactivas, contenido especial para las redes sociale y más bancos para sentarse. «Si quieres ver y leer todo, tienes para una hora y media» .

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